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De caballito a caballito
Hace meses que le doy vueltas al contenido de este artículo. Hoy, por fin voy a lanzarme a escribir sobre un asunto que tiene que ver con la manera en que yo me planteo la relación con mi padre, enfermo de alzhéimer.
Para poder entender lo que voy a explicar, es necesario leer antes otro artículo del blog, que no pertenece a esta sección. Siento plantearlo como una condición previa, pero es imprescindible saber lo que expongo en él para poder sumergirse en la lectura de éste. Daré por hecho por tanto que aceptareis mi invitación a leer: El creador dinámico: el hipocampo, y después de hacerlo, volveréis a este punto.
Ahora sabréis cuan magnífico percibo a mi hipocampo o caballito de mar y el trabajo que llevo tiempo realizando con él, aunque no haya revelado demasiados detalles al respecto.
Mi caballito está ocupadísimo realizando misiones. He sido yo quien le ha pedido explícitamente que se ocupe de algunos asuntos que me interesan, aunque también trabaja por cuenta propia en otros temas, sin que yo se lo pida. Lo hace a todas horas del día, incluso durante la noche.
Mi caballito empatiza con otros caballitos, aunque algunos de ellos no lo sepan.
Cuando inicié el creativo y poético proceso de autoconciencia de mi hipocampo, traté de explicarle a mi padre lo que estaba haciendo. De eso hace ya muchos meses.
Tenía diferentes motivos para hacerlo. El primero de todos es que le encanta que le explique en qué anda entretenida mi cabeza y más aún cuando lo que hago es explorar ideas novedosas y originales. Un segundo y poderoso motivo tiene que ver con las funciones que ejerce este órgano y las alteraciones que sufre a raíz del alzhéimer. No voy ahora a tratar de explicarlo, me basta con comentar que el hipocampo es el centro gestor de la memoria y que se alía en cierta manera con las amígdalas, que gestionan las emociones, para desempeñar su función. También juega un papel importante en la plasticidad neuronal.
Tratar de estimular de manera creativa y poética el hipocampo de mi padre me pareció una idea bonita y posible, carente de riesgos.
Lo primero que hice fue explicarle sobre la existencia de este órgano y sobre algunas de las funciones que desempeña. Siguió mis explicaciones y creo que las entendió perfectamente. También le hablé de cómo percibo mi caballito y del ejercicio de visualización creativa que llevo a cabo con él.
Después de mis apasionadas explicaciones me dijo:
– ¡Pues mi caballito está chuchurrío!
Nos reímos los dos. Pronunció la palabra «chuchurrío» con la gracia que lo caracteriza y él mismo fue el que le dio un giro positivo a su comentario. Un comentario producto de un instante de lucidez en el que puso de relieve cómo percibe él su deterioro, aunque no pueda entenderlo ni explicarlo.
Aunque me reí con él, me entró una pena inmensa al pensar en la percepción que él había tenido de su hipocampo, debido a mis explicaciones. Me sentí como si hubiera conseguido el efecto contrario al que había pretendido.
Y fue en aquel momento cuando pensé en concentrarme en su caballito chuchurrío y en pedirle al mío que me ayudara a estimularlo. De ahí el título de este artículo: De caballito a caballito.
Me concentro en la imagen que a mí me sugiere esta frase cuando hablo con él en directo o por teléfono y la evoco en muchos otros momentos en los que mi caballito hilvana y teje ideas entre las anémonas, para poner en práctica con él.
Tiempo después de este primer intento, volví a hablarle de caballitos y le invité a imaginar el suyo. Me dijo que tenía las pezuñas rojas. Y yo le contesté diciendo que los caballitos de mar no tienen pezuñas, a diferencia de los terrestres.
Afortunadamente mi comentario le entró por una oreja y le salió por la otra. Le dio exactamente igual mi observación y siguió con las pezuñas. Me dio una lección.
¿Quién soy yo para poner en duda que su caballito es como él lo quiera imaginar?
¿Por qué dejo que la imagen que yo tengo de mi propio caballito haga emerger prejuicios sobre cómo debe ser el de otras personas?
¿Por qué invito a los demás a imaginar su caballito con total libertad y luego no respeto lo que han imaginado?
Me bastó con hacerme estas preguntas para cambiar radicalmente de actitud y las pezuñas rojas acabaron por parecerme sinceramente espléndidas y así se lo transmití.
Creo que aquel día también aproveché para contarle que todos los hipocampos son melómanos, aunque no todos lo sepan.
No pude llegar más lejos con el tema. Hablamos recurrentemente de su aspecto y poco más.
Tiempo después, no sé precisar cuánto ni cuándo, volví a invitarle a imaginar su caballito, después de introducir el tema con alguna sencilla explicación. Sorprendentemente aquel día fue rápido en su respuesta:
-Ya tengo el mío: Es un caballito, pero como si fuera un camello. En lugar de joroba lo que tienen es una cesta muy grande de bronce y allí puedes echar cosas o como cenicero. (Aquel día tomé nota escrita de su descripción)
Esta vez no fallé. Alabé con entusiasmo el aspecto de su caballito-camellito y dejé que la conversación se extinguiera de forma natural.
La descripción que acababa de hacer era la de una pieza real que tiene, en realidad creo que de dos, ambas de bronce, cuyas imágenes probablemente superpuso mentalmente y a las que mezcló la del caballito que yo le había invitado a imaginar.
No he vuelto a hablar con él del hipocampo y no creo que lo vuelva a hacer.
Sin embargo, mi caballito no ha renunciado ni un ápice a tratar de seguir estimulando el suyo por muy chuchurrío que esté y tenga joroba o pezuñas rojas.
*
Mi caballito es un poco travieso. Os ha hecho creer que se ha paseado últimamente entre anémonas marinas, cuando en realidad lo ha hecho entre los estambres de la flor de una alcachofa.