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88. Sonrisa de bombón

 

Hace unos días mi padre cumplió 88 años. Ya no es consciente de su edad. El alzhéimer le ha arrebatado la mayor parte de fragmentos que configuraban su historia personal y recuerda pocas cosas de su vida. Y sin embargo la esencia de su identidad perdura. Yo así lo percibo.

Hace ya mucho tiempo que no hablamos de su edad. Para cualquiera que tenga dificultades para recordar lo que ha vivido, puede ser motivo de tristeza y contrariedad que otras personas les digan la edad que tienen. No poder recordar lo que ha pasado en el transcurso de tantos años produce desasosiego.

Pienso en mi padre. Aunque pudiera sumar los fragmentos dispersos que deambulan entre los espacios en blanco que invaden su cabeza, el resultado no equivaldría a sus años de vida. Se le han perdido tantos, que la diferencia llega a ser inquietante. Tardé un tiempo en comprenderlo.

Ahora, en caso de que por algún motivo hablemos sobre su edad, ésta es la que él siente que tiene. Da igual que haya una diferencia de décadas respecto a la real. No le afecta a nadie que supongamos que él tiene 30 o 40 años menos.

Hace meses recurrí a las matemáticas para tratar de convencerle de que efectivamente tenía la edad que yo le decía y que a él le parecía exagerada e imposible. Partimos del año de su nacimiento y calculamos la diferencia hasta el año 2000. A continuación, le sumamos los años de este milenio que ya han transcurrido. No creo que pudiera siguiera el razonamiento y las operaciones mentales que yo fui explicando en voz alta hasta el final. Además, el resultado le pareció incorrecto. Traté de insistir y repetimos el proceso, pero no logré convencerlo y además me ofreció una explicación para mi error de cálculo. Me dijo que el resultado estaba mal porque habían cambiado el sistema. Me hizo mucha gracia su explicación y también me pareció deliciosa.

Tengo la impresión de que el año 2000 constituía para él una especie de barrera infranqueable. Fue cuando cambiaron el sistema. El sistema de contar años supongo. Y sonrío mientras lo escribo porque cambiar el sistema de contar cosas, aunque no sean años, me parece una idea genial y muy sugerente.

Después de este episodio me di cuenta de que no hacía falta insistir sobre su edad y adopté desde entonces la actitud que ya he explicado. Él decide según se siente.

El día de su 88 cumpleaños estuve dudando sobre si hacer referencia a la fecha y tratar de celebrarlo o no decirle absolutamente nada.

En estas ocasiones trato de pensar y valorar las cosas desde varias perspectivas, que incluyen como mínimo la mía y la suya. Intentar ver las cosas desde su óptica es complejo y no sé si lo consigo. Lo intento con la idea de ser el máximo de respetuosa.

Hay cosas que los enfermos de alzhéimer pueden decidir y hacer y no hace falta que los demás las hagamos por ellos. Me parece justo tratar de contar con sus opiniones y animarlos a expresar cómo se sienten respecto a cosas que les afectan.

El día de su cumpleaños acabé comprando una caja de bombones Ferrero Rocher, gracias a una sugerencia familiar. Le encantan y me apetecía regalársela le contara el motivo o no.

Cuando llegué a su casa me senté a su lado, lo saludé y empezamos a hablar hasta que estuve segura de que me había reconocido y ubicado. Entonces saqué la caja de bombones.

El actor Louis de Funes
Foto: http://info-provence.com/en/article/Louis-de-Funes/

Me hubiera gustado hacerle una foto en aquel instante. Mi padre siempre ha sido muy expresivo. He contado en alguna ocasión que su parecido con el actor cómico francés Louis de Funes, fue notable en una época, hasta tal punto que hubo quien lo llamaba señor Funes. El parecido no sólo era físico, también en cuanto a la capacidad de gesticulación y expresividad del rostro (y en realidad no ha desaparecido).

Esa capacidad nos ha permitido comunicarnos sin palabras en innumerables situaciones a lo largo de nuestra vida. Y seguimos haciéndolo. Usamos un código basado en gestos y miradas que ambos conocemos a la perfección. Los mensajes que intercambiamos son claros e inequívocos. Tal vez sea lo que explique que yo aún perciba la esencia de su identidad.

En cuanto vio la caja de bombones puso cara de sorpresa agradable y esbozó una sonrisa encantadora que me sale llamar sonrisa de bombón para tratar de describirla. Pronunció también un:  «Ohhhhhh», con un tono inconfundible de satisfacción.

Me hizo reír. Hay cientos de cosas que no puede recordar y sin embargo reaccionó a la caja de bombones instantáneamente con una expresión que denotaba mucho interés.

– “Is for you”, le dije en inglés  (Ahora lo usamos poco pero antes lo empleábamos a menudo en nuestras conversaciones).

Se llevó un dedo al pecho y me miró cómo preguntando: ¿Para mí? En otro momento probablemente habría dicho “¿why?”

¿Sabes qué día es hoy? le pregunté. Y sin darle tiempo a pensar siquiera le dije: 27 de octubre.

Ahhhhhhmmmm, dijo esbozando una sonrisa.

Aunque no sepa cuál es su edad, sí puede recordar la fecha en que nació.  Le di la caja de bombones y me dijo:

Me gustan.

Lo sé. Contesté con una sonrisa.

La celebración de su 88 cumpleaños prácticamente se redujo a los escasos minutos que duró la entrega de la caja de bombones. En ningún momento preguntó cuántos años cumplía.

Pusimos la caja en el comedor, en una mesita auxiliar que alcanza desde donde se sienta. En ella suele tener alguno de sus dulces preferidos. Después de comer le enseñé de nuevo la caja de bombones y le invité a coger uno.

La colocó ante sí y la abrió. Le costó un poco decidirse por uno de los 24 bombones. La caja es cuadrada y los bombones están colocados de una manera curiosa que dificulta contarlos. 24 no es el cuadrado de ningún número, así que disponerlos ordenadamente ocupando la forma de un cuadrado tiene su perendengue. Me río mientras escribo esta palabra. La decimos mi padre y yo en ocasiones, cuando viene a colación en la conversación. Equivale a decir que algo ofrece dificultades, que es un lío. A los dos nos hace mucha gracia y siempre nos acabamos riendo. Además, la decimos mal, la alargamos duplicando una sílaba: perendendengue. Nos da lo mismo. Así suena más divertida y liosa.

Tiempo atrás mi padre pasaba largos ratos dedicado a contar el número de bombones que contiene este modelo de caja. A lo largo de sus 88 años se ha comido unas cuantas… Contaba una y otra vez cambiando de sistema. A veces empezaba por arriba y otras por abajo. Pocas veces el resultado le salía como el anterior.

Después de decidir qué bombón se iba a tomar me ofreció uno. Siempre lo hace.  Decliné amablemente su ofrecimiento y le expliqué que no me gustan.

¡!!¿No?!!! Dijo sorprendido como si no fuera posible que no me guste algo que a él (y a muchísima gente) le parece delicioso.

Me reí y le dije que prefiero las cosas salada a las dulces. Inclinó la cabeza y puso cara de escepticismo. Tengo la impresión de que le cuesta entender que no me gusten los bombones.

 

Ahora la caja ha sido trasladada a un lugar donde él no la puede ver ni alcanzar. Creo que tiene dificultades de administración y hay que asesorarle.

No sé si realmente tiene dificultades o es otra cosa. Los bombones le apetecen a cualquier hora del día y como no sabe si ya se ha comido alguno o no, ante la duda, repite.

*

Las fotografías que ilustran este artículo no las hice el día de su cumpleaños si no a posteriori. El día que hizo años pasamos una tarde magnífica ocupados ambos en una tarea muy especial. Me estuvo ayudando. Para mí, fue una bonita manera de celebrar sencillamente que aún podemos compartir buenos ratos. Quería contarlo, pero lo dejo para otro artículo.

 

Serafina, «la Sera»

 

Serafina.
Caricatura realizada por su amigo  Matías Tolsà.

 

El alzhéimer de mi padre avanza y el presente se torna cada día más complicado y triste también. Tengo la impresión de que pronto no podré escribir sobre la bonita relación que nos une. La enfermedad destruye su capacidad de comunicación además de muchas otras cosas. Me digo a mi misma que podré seguir escribiendo sobre anécdotas y recuerdos pasados per tal vez no consiga hacerlo sobre el presente. No puedo asegurarlo y trato de aprovechar el “ahora” al máximo.

La palabra alzhéimer lleva implícita una condena ineludible. No hay cura, no hay freno posible y tampoco vuelta atrás. Lo que se pierde, se pierde de forma irremediable y es doloroso asumirlo. Hasta ahora he tratado de salvaguardar las anécdotas y detalles bonitos y entrañables que me ayudan a describir todo aquello que nos une, pero temo no poder seguir haciéndolo por mucho tiempo, o por lo menos no con la intensidad de antes.

Hace meses que tengo ganas de contar una historia y lo voy a hacer ahora, aprovechando que todavía puedo hacerlo en presente. Algunas de las cosas que dice mi padre me sorprenden increíblemente. Son las que me hacen pensar que seguimos teniendo momentos de conexión, aunque sean breves y que él sigue conectado al mundo, a través de delicados filamentos que en ocasiones vibran. Son filamentos emocionales. Es así como me sale llamarlos. Se activan por efecto de las emociones y son capaces de establecer puentes de conexión durante un tiempo impreciso, que puede ser de sólo unos instantes.

Semillas de tomate sobre paño de algodón con texto de Serafina. Fueron para nosotros tema de conversación antes del verano.

Conocí a Serafina en la facultad de Bellas Artes de Barcelona. Fue el día en que ambas hacíamos una prueba específica para poder cursar estudios allí. Aquel día, fue el inicio de una amistad entrañable que se fue forjando durante los años de carrera (ambas conseguimos superar la prueba) y que se ha consolidado a lo largo de los más de 30 años que hace que nos conocemos.

Serafina ha formado parte de mi vida desde entonces. Mi padre me ha oído hablar de ella durante años, y sigue haciéndolo, porque inevitablemente ella aparece a menudo en nuestra conversación. También la ha conocido en directo y hemos pasado buenos ratos juntos, aunque ahora no lo recuerde. A Serafina siempre la hemos llamado: “la Sera”. Utilizamos el artículo delante de la abreviación de su nombre por influencia del catalán.

Cuando me refiero a ella en el transcurso de una conversación siempre uso su nombre entero. Lo hago sin darme cuenta y creo que es por el motivo de que pienso que así facilito a mi padre recordar quien es. Siempre empiezo diciendo: mi amiga Serafina… y entonces mi padre me interrumpe, suele mirarme si no lo está haciendo y dice: – “La Sera”, como queriendo dejar claro que sabe perfectamente a quien me refiero, y luego me deja continuar.

Dicho así puede parecer que no sea nada excepcional, pero a mí  me parece  increíble que reaccione como lo hace al nombre de Serafina.

Últimamente mi nombre debe ir asociado a otras dos palabras para que sepa, aproximadamente, con quién está hablando: hija-Marta-enanitos. Y aún así a menudo tengo que repetírselas y usar otros guiños que activan, supongo, los filamentos emocionales a los que me he referido para que me ubique en su particular mundo actual.

Con la Sera es infalible.

Yo creo que su nombre ejerce de detonante emotivo que activa un filamento de conexión fuertemente adherido a su sistema neuronal. Y me deja fascinada. Escribo en presente y en pasado. A lo largo de este último verano han sido muchas las veces que ha aparecido su nombre en la conversación y cada vez que esto ha pasado, él ha interrumpido para decir: “la Sera”. No puedo reproducir el tono con que lo pronuncia, pero si pudiera, creo que coincidiríais en que denota  el tipo de conexión que yo sostengo que establece.

Podría pensarse que es algo similar a lo que le ocurre cuando aparecen en la conversación algunas palabras que también actúan como detonante para recuperar alguna cosa de la memoria. Me refiero a los refranes o las frases hechas. Por ejemplo, si en el transcurso de nuestra conversación diaria por teléfono yo pronuncio las palabras “poco a poco” por el motivo que sea, acto seguido él dice:

Poco a poco hila la vieja el copo.

No obstante, pienso que no es lo mismo. El refrán lo recita de memoria, suena musical, como si recordara la melodía más que el significado. Como si oyera un par de notas al decir “poco a poco” y la melodía entera brotara entonces de su cabeza.

Diferentes variedades de tomates cultivadas en Agramunt antes de ser degustadas por mi amiga y su familia. Fueron para nosotros tema de conversación durante el verano.
Foto: Serafina.

Con la Sera no es así. Hay algo más intenso. Su nombre genera interés, conexión y conversación. Pocos días antes de escribir este artículo le conté que estaba preparando unos materiales para la escuela a partir de unos dibujos que había hecho mi amiga Serafina.

La Sera, dijo él.

Sí, exacto, ¡la Sera!

¿y ya le has dado la gracias por los dibujos que estás usando?

Pues no, la verdad es que no.

¡Hombre! Pues deberías, ¿no te parece?

Me entró la risa, no pude evitarla. Su tono era entre jocoso y de amonestación. Me pareció increíble el momento de conexión y lucidez que mostraba y le contesté que tenía toda la razón del mundo y que más tarde la escribiría o llamaría para darle las gracias.

Y añadí que le contaría también que había sido él quién me había sugerido que le expresara mi agradecimiento por haber podido usar sus dibujos.

No recuerdo ahora cómo siguió la conversación con él. Sí recuerdo que escribí a la Sera, le di las gracias y le conté el episodio. Seguimos muy unidas. Hablamos a menudo sobre el hecho de que mi padre repita su nombre cada vez que le hablo de ella y la recuerde. A mi me emociona. Y a ella también. Como espero que lo haga este artículo.

Hace mucho tiempo que tengo una teoría. Explica el hecho de que mi padre sea capaz de recordar el nombre de mi entrañable amiga y lo pronuncie sin vacilar cada vez que la ocasión se presenta. Y también explica, a mi entender, muchas otras cosas. Tiene que ver con la manera en que conserva las vivencias que aún no han desaparecido de su mente. Estoy convencida de que las que  están más fijadas en su cabeza son aquellas que se han quedado enganchadas por las emociones. Resisten aún gracias al poder de la cola emocional. Y también gracias a la proximidad.

El día antes de redactar el borrador de este artículo, mientras yo cosía unas etiquetas en algunas de sus prendas de vestir, traté de conversar con él sobre una caja de botones que no atrajo especialmente su atención. De ahí saltamos a comentar las habilidades familiares para la costura. A mí me gusta coser y me divierte especialmente la costura creativa. Hace muchos años asistí durante un tiempo a unas clases de corte y confección que disfruté muchísimo. Combinaba el trabajo de transformación de patrones de papel con la confección de las prendas que yo diseñaba. He olvidado muchas cosas de las que aprendí, pero otras no. Y sigo usando la máquina de coser que me regalaron en aquella época. La profesional del tema es sin embargo la Sera, que sabe cortar y coser vestidos y todo tipo de ropa. Le conté a mi padre que recientemente le habían hecho un curioso encargo:

Mi amiga Serafina…

Me interrumpió para decir:

– «La Sera

Sí, la Sera. Sabe muchísimo de costura y hace poco le hicieron un encargo muy original.

¿Sí?, dijo interesado. ¿Y cómo sabe tanto?

Porque hizo un curso en el que aprendió muchas cosas y también su madre le ha enseñado muchas cosas.

Seguí explicándole:

– ¿Te acuerdas de los gigantes y cabezudos que salen en las fiestas? Son personas que llevan puestas unas cabezas grandes hechas de cartón y bailan con ellas puestas.

Titubeó un poco pero enseguida dijo que sí.

Cabezudo de Guinovart. Agramunt.        Foto: Segre.com

Pues le encargaron una camisa para un cabezudo que han hecho en su pueblo en homenaje a un artista que vivió allí durante la guerra y que murió hace 10 años. Se llamaba Guinovart.

No me suena. (Seguí hablando sin dar importancia al hecho de que no le sonara)

La Sera ha hecho la camisa, la ha pintado y hace unos días me envió una foto mientras le cosía los botones. Creo que ya la han estrenado.

¡Jo, qué bueno!, me contestó.

Y seguí contándole:

Los cabezudos suelen salir el día de la fiesta mayor y la celebraron recientemente. Hace unos días estuvimos hablando tu y yo de una cosa que hacen en su pueblo con motivo de la fiesta y que yo había visto de pequeña contigo y me fascinaba.

¿Y qué es?

Lanzan hacia el cielo una especie de farolillos gigantes a los que prenden una mecha que tienen dentro.

Farolillos de Fiesta Mayor. Agramunt.
Foto: Serafina

 

Mi padre no recordaba en ese momento los farolillos ni que hubiéramos estado hablando de ellos. Yo sí. Días atrás habíamos mantenido una larga y entrañable conversación bajo el tilo con constantes referencias a mi amiga Sera a propósito de los farolillos que tanto me fascinaban de pequeña.

*

A pesar del alzhéimer mi padre capta que ambos, él y yo, somos importantes el uno para el otro. Y creo que todavía es capaz de captar que Serafina es una persona importante y especial para mí. La emoción que nos mantiene unidos a los dos, la incluye también a ella cuando aparece en la conversación.

El día que no pronuncie su nombre después de que yo diga Serafina, lo voy a sentir mucho. Pero por ahora, la Sera sigue prendida en su cabeza.

LA SILLA SALVAJE Y CONVERSACIONES ESPEJO

 

Hace ya tiempo que mi padre, que sufre la enfermedad de alzhéimer, utiliza una silla salvaje para sentarse en el jardín y para salir de paseo. La silla adquirió este nombre que tanto me gusta y me divierte (y a él también) a raíz de la visita de un familiar entrañable. Mi padre tiene una nieta australiana, mi querida sobrina, a quien hemos tenido poca ocasión de ver crecer. Ambos conectan de maravilla cuando tienen ocasión de verse. Ella sólo habla inglés. Nuestros esfuerzos por comunicarnos en el idioma que ella domina a la perfección y nosotros no, resultan a veces poco fructíferos y también dan lugar a simpáticos equívocos.

El día que me enteré de que mi sobrina había preguntado en inglés por qué su abuelo tenía una silla salvaje en vez de una silla de ruedas, me entró un ataque de risa. La confusión viene de la pronunciación de la palabra wheel (rueda), que a sus oídos pronunciamos como wild (salvaje).

Así, una vulgar silla de ruedas (wheel chair) pasó de pronto a convertirse en una sugerente silla salvaje (wild chair). Desde entonces siempre uso este nombre.

Cuando me siento bajo el tilo a conversar con mi padre, él usa siempre su silla salvaje y de vez en cuando le cuento la anécdota que le dio su nuevo nombre. La palabra nieta no tiene para él un significado claro, pero recuerda a esa chiquilla tan salada.

¿A si? ¿Eso decía? Eso no lo sabía yo

Y sonrío sin llevar la cuenta de las veces que me habrá oído contarle la misma historia.

Sí, eso decía. Y añado: A mí me parece genial que tu tengas una silla salvaje. ¿A ti no?

Pues sí, responde.

¿No te parece que una silla salvaje es mucho más sugerente que una silla de ruedas?

Nos miramos y nos reímos los dos. Siempre nos ha gustado compartir ideas alocadas. No sé exactamente qué piensa y no responde. Creo que ya no puede imaginar demasiado bien algunas cosas, o tal vez pueda, pero no consiga articular las palabras que necesita para explicarlo y no insisto.

Hace ya tiempo que me indica con precisión en qué posición quiere que coloque su silla salvaje, mientras charlamos. Me hace sonreír el motivo.

Justo en la acera opuesta a su jardín, en la primera planta de un edificio industrial, colocaron hace ya unos meses un gran cartel publicitario anunciando los productos que fabrican. Le he hecho una foto:


Mi padre me cuenta que la chiquilla de la derecha, la que es una especialista en publicidad textil le parece muy mona y que siempre lo está mirando, o eso le parece a él. No han intercambiado aun palabras, pero el hecho de que esté presumiblemente pendiente de él a todas horas diría que le gusta.

Ni se me ocurre tratar de explicarle que la especialista en cuestión es en realidad el dibujo o la fotografía de un muchacho joven. Qué más da lo que sea en realidad si a él le proporciona cierto bienestar ver a una mujer joven, siempre en la misma actitud, con los brazos cruzados sobre el pecho, mirándolo sin pestañear.

Tiempo atrás, su cerebro interpretaba una serie de tubos bajo el tejado de la casa de un vecino como una mujer a punto de tirarse de la ventana y la escena le producía mucho desasosiego. La experta en publicidad textil, a mi modo de ver, es mucho más inofensiva y beneficiosa, así que me esfuerzo por colocar la silla en el lugar desde donde la ve mejor.

Cada vez más, resulta complicado seguir las conversaciones con mi padre. No puede construir ya hilos argumentales lógicos y fluidos. Las palabras revolotean en su cabeza, pero no quieren asomarse a sus labios cuando intenta pronunciarlas.

¿Se te ha perdido una palabra?, le pregunto a veces.

Me mira, entrecierra un poco los ojos sin dejar de buscarla y responde con ironía:

¡Jo! Si sólo fuera una…. Y nos reímos.

Últimamente me he dado cuenta de que pone en juego una nueva estrategia que otra vez me hace pensar que su cerebro se resiste a dejar de funcionar. Se resiste a la desconexión y el desorden que dificultan su comunicación y hace lo imposible por conservar sus funciones.

Su capacidad para recordar ha disminuido tan drásticamente que cualquier cosa que le cuento la olvida prácticamente al instante y tampoco puede acordarse de nada de lo que ha estado haciendo. Su desubicación en el espacio y en el tiempo también es muy pronunciada. Su cerebro admite sin problema distorsiones e irrealidades.


Diariamente le cuento a qué me he dedicado durante el día, o qué estaba haciendo justo antes de llamarlo o los planes que tengo para cuando acabemos la conversación y nos despidamos. Cada vez con más frecuencia, después de que yo le haya contado qué he hecho, él me cuenta que ha estado haciendo exactamente lo mismo que yo.
Si yo le cuento que he estado en el huerto plantando lechugas, él me dice:

Sí, yo más o menos lo mismo. He plantado lechugas y … y …. y … bueno cosas de esas…. Y en fin ya está y no hay mayor problema.

Su última frase no acaba de conectar con el resto, pero la usa a menudo como comodín, igual que hace con otras. Algunas expresiones que ha utilizado a menudo durante su vida se resisten a desaparecer y las encaja dónde y cómo puede. Le sirven a veces para rellenar huecos.

Si yo le cuento que estoy leyendo varios libros a la vez porque me gusta según el momento leer uno u otro, él me cuenta que también tiene varios libros empezados. Cuando trata de explicarme cuáles, intento propiciar un cambio de tema en la conversación.

Si yo he estado en la escuela, él también.

Si le comento que hay niños con algunos problemas de aprendizaje, me cuenta que a él también le pasa lo mismo.

Mantenemos en muchos momentos conversaciones espejo. Yo le ofrezco un relato y él me lo devuelve como si de la imagen de un espejo se tratara. Aunque la simetría no sea perfecta e incorpore distorsiones, su cerebro es capaz de apropiarse de mis palabras y construir su propio relato, a partir de ellas.

 

Me parece digno de admiración y una prueba de que su cerebro se resiste a fundirse y a desaparecer a pesar de las crecientes dificultades que experimenta. También me parece un signo inequívoco de su progresivo e irreversible deterioro.

¿HASTA CUÁNDO? Y EL SEÑOR PERKINS

Últimamente me pregunto a menudo: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo podré seguir manteniendo la bonita relación que me une a mi padre? ¿Conseguirá el alzhéimer destruirla, igual que ha hecho con la mayor parte de sus recuerdos?

Procuro no quedarme atrapada en la pregunta. Me gustaría borrarla y encontrar la manera de esquivarla, que mi cabeza no la formule, pero cada vez con más frecuencia, cuando cuelgo el teléfono después de hablar con él, no lo consigo.

El anterior artículo de esta sección del blog, titulado: “26 Enanitos”, lo he dedicado a relatar resumidamente lo que nos ha unido este último año y he obviado deliberadamente hacer referencia al deterioro físico y cognitivo que progresivamente y sin freno, va experimentando.

Os invito a leer dicho artículo antes que éste, pero para quien no lo haga, quiero indicar que la palabra “enanitos” que aparece en este texto debe interpretarse como sinónimo de mis alumnos de segundo curso de primaria.

No puedo negar que cada vez es más difícil entablar conversación con él. Los enanitos me han brindado la oportunidad de conseguirlo durante unos meses, pero el 1 de junio, mientras hablábamos por teléfono, la conversación entró en el terreno del surrealismo más genuino y sorteé como pude un episodio en el que se mezclaron enanitos con ballenas y calamares gigantes y el expresidente Rajoy.

Me resultó imposible encauzar la conversación y deshacer el tremendo lío que poblaba su cabeza en aquel momento. Cuando colgué el teléfono anoté la fecha mentalmente. Nunca había llegado a tal grado de confusión.

Desde entonces ocurre con frecuencia que la conversación con él adquiere tintes surrealistas. Es como si tratara de encajar piezas que pertenecen a diferentes puzles. El resultado no es consistente. Las piezas no acaban de encajar bien y no consiguen formar una imagen completa. Cuando parece que sí, una pieza nueva irrumpe en el juego. Llega del presente inmediato o del pasado más remoto y trata de compartir espacio con las otras sin conseguirlo.

Su cerebro se deteriora, cierto. Y a la vez hace lo imposible por tratar de pervivir y seguir conectado con la realidad. Las operaciones que realiza y las estrategias que pone en juego hacen que yo también perciba su deterioro en términos de resistencia. Su cerebro se resiste a dejar de ser plástico y crear conexiones y hace todo lo que puede por mantenerse dinámico, aunque el resultado nos parezca absurdo. No tengo duda alguna.

Pienso que mientras se resista, hay posibilidades, por pequeñas que sean. Posibilidades de seguir comunicándonos y mantener nuestra bonita relación. Y las busco.

La búsqueda pasa por seguir compartiendo con mi padre todo lo que se me ocurre. Mi mente artística me ayuda. Me ayuda a seguir diálogos surrealistas y a introducir cachivaches y artefactos para enanitos, en nuestra relación.

Dicho así suena surrealista, lo sé. Estoy adquiriendo práctica a marchas forzadas y dicen que todo se pega… Lo escribo esbozando una sonrisa. Mi padre y yo siempre hemos compartido ideas que a los demás les hubieran parecido alocadas ¿Qué hay de malo en seguir haciéndolo?

Al llegar las vacaciones se me planteó un problema inesperado. ¿Cuál iba a ser nuestro tema favorito de conversación a falta de enanitos fantásticos?

No creo haberlo dicho hasta ahora: mis enanitos han ejercido en mi una terrible fascinación que no ha desaparecido durante el verano. Algunas ideas que me han quedado pendientes de explorar durante el curso escolar han encontrado el momento de emerger durante estos días. Así ha nacido una colección de mini hoteles para insectos, varios modelos de calculadoras y una pequeña flota de turismos y coches deportivos, que esperan en casa a cambiar de escenario y activar aprendizajes y experiencias divertidas.

He tenido ocasión de compartir con mi padre todos los inventillos que he construido a lo largo del verano.

Uno de mis enanitos fantásticos, pillo, inventor y constructor de vocación, me ha contagiado las ganas de explorar en el terreno de la automoción. Tenía ganas de hacer pruebas reutilizando materiales y de construir coches sólidos y funcionales que no se rompan con la menor acción, que no pierdan las ruedas, que puedan utilizarse para jugar y para aprender un sinfín de cosas, conectándolos con conceptos de ámbitos diferentes. Empecé con algunas ideas sencillas y he ido añadiendo materiales y probando diferentes mecanismos.

Me gusta jugar, inventar y construir y a mi padre también. Es uno de los aspectos que me permite recordarle nuestro parentesco cuando aparece la oportunidad en el transcurso de una conversación. Entonces, sale a colación el refrán: “De tal palo tal astilla” y le explico entre risas que con lo que a él le gusta jugar, no es de extrañar que yo, su hija, haya heredado su misma afición y otras cuantas… A él le gusta que se lo recuerde y disfruta cuando las podemos compartir.

En cuanto empecé a divertirme construyendo sencillos vehículos pensé en enseñárselos y en pedirle opinión y consejo. Se trata de que participe aportando ideas en la medida que pueda y no de que asuma el papel de receptor pasivo.

En algún momento he llegado a la conclusión de que es más fácil entablar diálogo con él en torno a objetos físicos y reales que pueda observar y manipular que hablar de cosas que no vemos.

Primero le conté por teléfono en qué estaba trabajando y así recuperamos en cierto modo a los enanitos. Después siguieron las visitas en directo con los diferentes prototipos delante. Estuvo examinándolos y haciendo pruebas para comprobar el funcionamiento de las ruedas.

En la primera sesión de contacto se atrevió a amonestarme con cariño por no haber trabajado con mucha precisión dado que las ruedas de uno de los vehículos efectuaban al girar una trayectoria extraña. Sugirió que empleara imanes para impulsar uno de los modelos e intentó imaginar algún mecanismo que lo permitiera.

Sus observaciones me llevaron a probar nuevas soluciones, materiales y también acabados. El coche deportivo tomó forma cuando le incorporé unos vistosos tubos de escape y le pinté la carrocería. ¡Sólo le falta el piloto!


Entonces apareció en escena el señor Perkins. Surgió entre mis dedos a partir de una pequeña porción de plastilina. Con inmensa sonrisa y ojos bien abiertos se instaló cómodamente en el bólido.


En cuanto mi padre lo vio, esbozó una sonrisa encantadora y alargó la mano para verlo de cerca.

Te presento al señor Perkins-, le dije divertida mientras observaba su reacción.

No tengo duda de que le gustó. Su expresión, su mirada ensoñadora, lo indicaba a las claras. No le expliqué que el nombre del conductor del bólido es una especie de homenaje a una enanita fantástica que no forma parte de mi grupo, pero con quien he tenido relación este año. Le he puesto al piloto el nombre de su máquina de escribir braille. Creo que no habría entendido la explicación, pero estoy convencida de que en otra época le hubiera gustado saber sobre su origen.

Sí le expliqué la cantidad de cosas que se me han ocurrido que se podrían hacer si cada enanito se construyera un coche y el partido que creo que se le podría sacar al propio proceso de construcción. Le pareció muy interesante y sugirió algunas cosas.

Mientras impulsaba uno de los cochecitos sobre la mesa con mucho cuidado, probando el giro de las ruedas, me dijo de pronto:

Oye, a mí también me gustaría construir alguno.

Nos miramos y nos reímos los dos con complicidad. Mi cabeza barajó por unos instantes la posibilidad de llevarle un conjunto de piezas para que hiciera pruebas, pero la desestimé en un santiamén. Ya no puede hacer actividades solo. Necesita compañía constante y que lo guíen.

Instantes después supongo que el contacto con el coche lo transportó a otra época y topó con un recuerdo extraviado de su infancia: el Mecano. Un juego de piezas metálicas de la época que le permitía hacer todo tipo de construcciones e incorporar sencillos mecanismos. Estuve a punto de dedicarle un artículo entero hace tiempo. Tal vez un día recupere las notas que conservo y lo haga. Su recuerdo nos dio pie a hablar con emoción de poleas, ruedas, ruedas dentadas, grúas, brazos giratorios, etc.

Sentados bajo el tilo, en su jardín, en la sala de estar, o en el comedor, hemos compartido buenos ratos este verano. Ratos de conexión y complicidad que me han hecho olvidar por momentos la pregunta que me inquieta últimamente y que ha dado nombre a este artículo.

Sin embargo, nuestras conversaciones por teléfono y en directo tienen efectos secundarios imprevisibles que no soy capaz de anticipar. La noche que siguió a una de mis visitas anduvo buscando las llaves de su coche, asegurando que lo tenía aparcado en la calle. Por lo que me han contado, resultó difícil persuadirle para que abandonara la búsqueda. Y hace un par de días me contó ilusionado que volvía a tener coche, pero cuando trató de explicarme algo en relación con él me dijo contrariado que había olvidado dónde estaba exactamente, así que le contesté que no se preocupara que seguro que aparecería. No supe muy bien qué efecto tuvo mi respuesta. Me pasa a menudo.

Su cabeza intenta encajar piezas y se mezclan los puzles. Pasado y presente, ficción y realidad.

Su último coche hace tiempo que desapareció de su vida. Era un Opel corsa y le llamaba: “el ferrarito”. A mi padre le hubiera hecho ilusión tener un Ferrari. Tal vez se haya imaginado estos días conduciendo el bólido del señor Perkins… Y si es así, no es de extrañar que no recuerde dónde está aparcado…


26 Enanitos

 

Gorro de enanito

Ha pasado prácticamente un año desde que publiqué el anterior artículo de esta sección del blog que he dedicado a la creatividad y el alzhéimer a raíz de la enfermedad que sufre mi padre desde hace años. Ésta avanza inexorablemente, destruyendo sus recuerdos, su autonomía, su capacidad para comunicarse y todo lo que ha constituido su identidad.

Que haya interrumpido casi un año la publicación de artículos de esta sección, no se debe al hecho que haya dejado de relacionarme con mi padre durante este tiempo, todo lo contrario. Se debe al hecho de no haber dispuesto del tiempo necesario para explicar a través de estos artículos las fantásticas conversaciones que hemos compartido este último año y la bonita relación que nos sigue uniendo.

La falta de tiempo tiene que ver con mi cambio de horario y de contexto laboral. Siempre me he dedicado a la Educación, pero nunca hasta este año había trabajado a tiempo completo en una escuela, con 26 enanitos a mi cargo.

Escribo enanitos con respeto y cariño. Es el término que he compartido con mi padre para referirme a mis alumnos y alumnas de segundo curso de primaria.

Carnaval 2018. Prototipo del gorro construido por los enanitos de segundo curso de primaria de la Escuela Montserrat Solà.

Siempre nos han gustado los diminutivos. En su Andalucía natal su uso es frecuente y él siempre los ha empleado para referirse con especial cariño y simpatía tanto a objetos como a personas o situaciones. También compartimos la afición por los seres fantásticos.  Cuando yo era muy pequeña algunos sábados jugábamos a buscar enanitos en mi habitación.  Él lograba atraparlos con la mano con sumo cuidado, y desaparecían en cuanto la abría, sin que yo lograra verlos…

Los 26 enanitos de este año han sido reales. Y también seres fantásticos. Todos con nombre propio. Se han convertido en el centro de nuestras conversaciones diarias a través del teléfono durante todos los meses que ha durado el curso.

Al principio dudé que pudiera recordar el hecho de que yo trabajara en una escuela. Cada vez más, tiene dificultades para integrar cambios y novedades, pero en pocos días los enanitos se convirtieron en una rutina y aun ahora, cuando escribo este artículo, a mediados de agosto, me pregunta por ellos:

– ¿Y cómo van tus enanitos?

Siguen de vacaciones le explico.

– ¿Ah sí?, ¡Qué bien! contesta él.

– ¡Pues sí!. Las vacaciones siempre se agradecen y son necesarias para reponer fuerzas, porque 26 enanitos desgastan mucho.

Se lo digo con tono alegre.

– ¿Cuántos? pregunta con voz de asombro.

– 26, 26 enanitos.

 -¡¡¡26!!! exclama impresionado.

Y me río. No tengo ni idea de las veces que habré contestado a esta pregunta. Y él no es consciente de las veces que me lo ha preguntado, pero, aun así, cada vez que lo hace, me entra la risa al oír su exclamación y sus observaciones posteriores:

– Oye, pues 26 enanitos ¡son muchos!

– Sí, lo sé, lo sé …

Algunas veces pregunta si también hay enanitas y le respondo afirmativamente.

A mi padre le hubiera gustado ser maestro. Me lo ha dicho muchas veces a lo largo de este curso y se ha ofrecido innumerables veces a echarme una mano. Ya no se acuerda, pero él hizo de maestro voluntario ayudando a algunos adultos llegados de otros países. Muchas personas le estuvieron agradecidas en aquella época y él disfrutó muchísimo de la experiencia. Siento que lo haya olvidado. Ni se me ocurre tratar de recordárselo. Hubo un tiempo en que quizá tenía sentido hacerlo, pero ahora no.

Carnaval 2018.
Prototipo del gorro construido por los enanitos de segundo curso de primaria de la Escuela Montserrat Solà.

A mi padre siempre le han interesado los temas relacionados con la educación y la creatividad. A lo largo de los años, nos hemos pasado horas y horas charlando y compartiendo intereses, ideas, lecturas, experiencias, etc. Y estoy convencida de que esto es precisamente lo que explica que sea capaz de conectar con estos temas a pesar de los estragos que la enfermedad le ha producido y que actualmente repercuten sobre todas sus capacidades.

A lo largo de este último año no ha dejado de sorprenderme y maravillarme con su capacidad para seguir mis relatos y explicaciones diarios sobre mis fantásticos enanitos y enanitas y para exponer sus ideas, opiniones, bromear e incluso hacer recomendaciones (eso sí, con mucha prudencia) sobre todo lo que le contaba.

Siempre me ha interesado lo que mi padre aún puede hacer y disfrutar a pesar de la enfermedad y no tanto lo que no puede hacer. Trato de concentrarme en lo que es posible y no dar por hecho que no es capaz de algunas cosas. Pruebo, intento, me esfuerzo y lo cierto es que algunos días, no todos, las conversaciones telefónicas que hemos mantenido podrían haber formado parte de un compendio de reflexiones profundas sobre lo que significa aprender y las infinitas maneras en que podemos hacerlo.

Nuestro propio intercambio constituye un buen ejemplo de ello. El día que me dijo textualmente que no sólo disfrutaba con nuestras conversaciones, sino que también estaba aprendiendo mucho, me quedé realmente fascinada. Sé que no mentía. Es innegable que uno aprende cuando percibe que lo hace, y en su caso además le producía una sensación de bienestar y felicidad que me transmitió con tono eufórico. Otra cosa diferente es que no pueda acordarse de nada de lo que hayamos hablado en cuanto cuelga el teléfono.

Me dio mucho que pensar su afirmación. Estoy casi convencida de que el término aprendizaje se desestima con relación a los enfermos de alzhéimer. Pierden facultades, cada vez saben hacer menos cosas y se olvidan de todo. Me pregunto si esto es motivo suficiente para descartar que puedan aprender y disfrutar haciéndolo. Pienso que no. Tal como entiendo yo el término, vinculado a la idea de proceso, el aprendizaje debería ser una constante en la vida de cualquier persona. No digo que sea fácil que se produzca en determinadas circunstancias. Mientras escribo, siento de pronto que la clave para tratar con enfermos de alzhéimer tal vez esté relacionada con el aprendizaje. Y me doy cuenta de que no es la primera vez que le doy vueltas a esta idea porque me acuerdo de una frase que dice mi padre a menudo y que me dio pie a escribir un artículo que os invito a leer: ¡Hombre, eso no lo sabía yo!

Le he agradecido casi a diario durante todo el curso que tuviera interés por escuchar mis relatos e ideas y por los comentarios interesantes que ha hecho. En cuanto me decía:

– Oye, si te puedo ayudar en algo …

Me daba pie a contestarle:

– Me ayudas cada día que hablo contigo.

¿Sí? (pronunciado con sorpresa y seguido de una risa discreta)

– El hecho de que me escuches con tanta atención sin hacer juicios de las cosas que te cuento, constituye para mí una ayuda impresionante y te estoy muy agradecida por ello. Las conversaciones contigo me resultan muy interesantes. Me sirven para reflexionar sobre lo que he puesto en práctica con los enanitos y me ayudan a percibir cosas de las que no me había dado cuenta. Me siento afortunada de tenerte y de que me escuches a diario con tanto interés. ¡Ya le gustaría a mucha gente tener un interlocutor tan gentil como tú para poder hablar de temas que les interesan y preocupan!

– Oye pues te agradezco que me lo digas. (Lo dice con humildad y satisfacción a la vez. Y luego se ríe)

Sigo, aún tengo mucho por agradecerle:

– Me encantan tus observaciones, me inspiran. Son muchos los días que se me ocurren ideas para poner en práctica mientras hablo contigo. A veces tus preguntas me ayudan a encontrar soluciones inesperadas a cosas que necesitaba resolver. Ya sabes que a veces empiezo actividades y propuestas que no sé exactamente en qué dirección van a crecer y mientras hablamos se me ocurre cómo, gracias a ti.

Gorro de enanito

He utilizado muchas frases diferentes a lo largo del año, pero todas en la misma línea y con la misma intención: Agradecerle a mi padre su capacidad de escucha y su empatía, así como su ayuda diaria e incondicional.

Para comunicarse con él es imprescindible transmitir ideas de forma clara, destacar lo esencial, ordenar el discurso, repetirlo, ir despacio, destacar algunos puntos, etc. Así que las circunstancias me han obligado, por así decirlo, a realizar un ejercicio de análisis y síntesis diario que de otra manera no sé si hubiera realizado. Y no ha sido sólo un ejercicio mental porque el hecho de expresar en voz alta mis pensamientos y de oírme a mí misma pronunciarlos ha constituido un ejercicio al que le he sacado mucho partido. La reflexión compartida con él sobre mi propia práctica, sumada a todas sus observaciones, me han ayudado en muchos sentidos. Él siempre me apoya, me anima, me consuela y me escucha. Y su actitud ha contribuido a que me sintiera en muchos momentos segura y confiada, dispuesta a convivir con la frustración que generan muchas situaciones, decidida a buscar soluciones imaginativas a problemas de aprendizaje y de conducta, a perseverar, a imaginar escenarios insólitos, etc.

Sé que no recuerda mis palabras en cuanto cuelga el teléfono, pero las emociones que siente al escucharlas no perecen en unos instantes, perduran por un tiempo que no sé precisar y reviven.

Cada día puedo agradecerle su conversación como si fuera la primera vez que lo hiciera y percibir la satisfacción que le produce saber que me ayuda. Puedo también escoger palabras y frases distintas y diversificar y enriquecer nuestro diálogo con matices sutiles. No se trata de un discurso repetitivo sino de un ejercicio creativo. No aburre, estimula. A los dos.

No estoy segura de que capte mis palabras como a mí me gustaría, así que me satisfaría que este artículo sirviera para dejar constancia del sincero agradecimiento que siento. El alzhéimer no anula las posibilidades de hacer que las personas que lo sufren, sean y se sientan, competentes, útiles y queridas.

*

Durante el curso he tratado de conectar a mi padre con mi escuela, mi aula y mis 26 enanitos de tantas maneras como se me han ocurrido. Algunas han tenido bastante éxito y otras no tanto. He guardado fotografías y notas para recuperar, cuando pueda, algunas de las anécdotas y de los episodios más bonitos que han sucedido a lo largo del año y darles forma de artículo.

20 mg. de memantina y HDAC2-Sp3

 

Hace ya días escribí un artículo a raíz de la nueva medicación que empezó a tomar mi padre para el alzhéimer, que titulé: Memantina y glutamato.  En aquel momento no estaba tomando todavía la dosis recomendada porque la toma se realiza de forma progresiva durante un mes, hasta llegar a los 20 mg.

Al final del artículo escribí “¡Viva  la risa! (¡y la memantina!)”, ésta última entre paréntesis, porque no me atreví entonces a atribuir a la medicación, la magnífica conversación que aquel día tuve con mi padre. Sin embargo, de lo que no tenía duda era de que los momentos de risa y buen humor que habíamos compartido, habían tenido efectos absolutamente beneficiosos (para ambos).

Hoy ya no tengo ninguna duda sobre el efecto que ha hecho en mi padre la memantina: no sólo ha conseguido frenar el deterioro, si no que da la impresión de haber mejorado en algunos aspectos. Lleva ya bastantes días tomando 20 mg diarios. Sé que no todos los pacientes reaccionan de la misma manera, pero en cualquier caso creo que él pasará a engrosar la lista de aquellos que han experimentado una mejora considerable.

La memantina no hace milagros, pero es como si hubiéramos retrocedido en el tiempo algunos sentidos, especialmente en determinados momentos y situaciones.  Su fluidez verbal ha aumentado y también la coherencia. Las conversaciones que mantengo diariamente con él han vuelto a adquirir un nivel de complejidad más elevado, por decirlo de alguna manera.  Creo que además éstas desencadenan un proceso de retroalimentación añadido que también resulta beneficioso y tal vez potencie los efectos de la memantina.

Cuando su nivel de satisfacción y bienestar es elevado su capacidad de comunicación es mayor. Ello me permite incrementar la cantidad, la diversidad y la complejidad de los estímulos que trato de poner en juego en el transcurso de las charlas por teléfono y también de las actividades que realizamos conjuntamente en directo. El objetivo es tratar de mantener activas sus capacidades cognitivas tanto tiempo como sea posible. Estímulo y complejidad le producen satisfacción y bienestar y volvemos al principio del párrafo.  Es un círculo vicioso que se retroalimenta.

Antes de la memantina la conversación revestía algunos días serias dificultades. Aunque su fluidez ha aumentado y algunas confusiones parece que han disminuido, la creatividad en las conversaciones se mantiene al mismo nivel que antes:

¿Cómo van tus trabajos de suelo?, me preguntó hace ya unos días

¿Cómo?, Disculpa no capto a que te refieres con trabajos de suelo, le respondí.

mmmm… sí, de las hierbas y eso…

¿Te refieres al huerto?

¡Sí, eso al huerto!

Y le entró la risa. Y a mí también. Se nos contagia con facilidad, lo reconozco.

 

El huerto es uno de nuestros temas de conversación recurrentes que me permite variaciones y novedades continuas. Constituye un sistema dinámico en perpetuo cambio y eso me brinda muchas posibilidades.  Las descripciones detalladas que incluyen vocabulario preciso son un ejemplo.

Me gustó su pregunta. Aunque no la supe captar al vuelo me pareció luego muy acertada.

La memantina no detiene el proceso de deterioro, sólo lo frena y resulta difícil describir la magnitud y la intensidad del frenazo.  Últimamente y pese a la medicación, se le hace muy difícil identificarme como la persona que lo llama a diario. Hace un par de semanas me contó que algunas tardes lo llama por teléfono la que debe ser la secretaria de Can Rampeta (mi casa) y que charla muy amigablemente con él y que es muy simpática. Fue complejo responderle. Pero me hizo ilusión que la encontrara tan agradable.

Creo que cuando me ve, él nota que me conoce, pero no sabe exactamente quien soy ni de dónde he salido. Ahora estoy probando lo siguiente: Cuando llego a su casa le saludo de la misma forma que cuando hablamos por teléfono: ¿Hello, how are you?  No sé si la frase le hace clic y lo conecta con la secretaria con la que habla por teléfono por las tardes, pero como le suena familiar y se lo digo con cariño, sé que le gusta oírla sea quien sea yo.

Tampoco me acaba de identificar cuando hablamos por teléfono. Hace pocos días después de una larga y agradable conversación me dijo de pronto:

Pero entonces ¿tú quién eres?

Tu hija Marta, le contesté, la que vive en Can Rampeta, la del huerto …

Ya, vale, ¿y no hay más Martas?

Pues no creo, me parece que soy la única. Pero mira en cualquier caso de lo que sí estoy segura es que soy ÚNICA.

Mi comentario hizo fluir la risa a ambos lados del teléfono y zanjamos así la cuestión sobre mi identidad.

La memantina no hace efecto indefinidamente. Lo que he leído sobre ella, y creo que está en fase aún bastante experimental, es que logra retardar durante unos meses el deterioro cognitivo al reducir la cantidad de glutamato en el cerebro, cuya presencia se incrementa a raíz de la enfermedad.  Cuántos meses y en qué medida lo hace es algo que no sé. Y no debe ser fácil saberlo, teniendo en cuanta que no se puede determinar el grado exacto de deterioro en el momento en se empieza a tomar. Seguro que existen múltiples variables que determinan su efecto.

Hace pocos días he conocido una noticia que abre nuevas posibilidades a encontrar otro tipo de medicación para combatir el alzhéimer. Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) han publicado recientemente en la revista Cell reports el estudio: The Transcription Factor Sp3 Cooperates with HDAC2 to Regulate Synaptic Function and Plasticity in Neurons, cuya traducción es: El factor de transcripción Sp3 coopera con HDAC2 para regular la función sináptica y la plasticidad neuronal.

He leído el estudio y para alguien que no esté familiarizado con la genética y la investigación resulta complicado de entender.  Yo creo que he podido captar la esencia de la investigación gracias a algunas lecturas previas y a estar leyendo en estos momentos un magnífico libro de Siddhartha Mukherjee: El Gen.

Los científicos han descubierto mediante el estudio de determinados genes que existe un complejo formado por la enzima HDAC2 y la proteína Sp3 que está ligado a trastornos neurológicos asociados con deterioro de la memoria.

El descubrimiento sobre el papel crucial que desempeña la proteína Sp3 en la regulación de la plasticidad sináptica y la función cognitiva ha sido inesperado para los propios científicos.  Los estudios que están realizando con ratones han demostrado que la inhibición de Sp3 es capaz de invertir el deterioro de la capacidad sináptica y estos hallazgos son consistentes con otros que demuestran que la reducción parcial de los niveles de HDAC2 es suficiente para revertir los déficits sinápticos y cognitivos en estos mismos ratones

El estudio concluye que la inhibición de este complejo mejora la función sináptica. Ahora están trabajando para encontrar los mecanismos que lo inhiba selectivamente sin producir efectos secundarios. Estos hallazgos proporcionan vías alternativas para el desarrollo de fármacos para tratar el alzhéimer y potencialmente otros trastornos neurológicos.

La diferencia con anteriores enfoques creo que radica en el hecho de que no se pretende la inhibición de determinadas sustancias que se incrementan a consecuencia de la enfermedad, como sería el glutamato, sino que se dirige directamente a inhibir a un complejo, HDAC2-Sp3, que se ha identificado como un epigenético crítico regulador de la función sináptica en las neuronas. Tengo la impresión de que la diferencia es sustancial.

No sé cuánto tiempo habrá de pasar para que los experimentos con ratones den los resultados esperados y den paso a la investigación encaminada a producir nuevos fármacos para tratar el alzhéimer en seres humanos. Que sea el que sea necesario, me digo a mi misma, pero que se produzcan.

De momento,

¡Viva la memantina, los ratones y los científicos!

 

¡Hombre, eso no lo sabía yo!

 

Eclipse de luna, 7 de agosto 2017, 20:14 p.m

El título de este artículo se corresponde con una frase que mi padre dice a menudo. Me produce sentimientos diferentes y también ambiguos según el momento en que la pronuncia.

A menudo me hace esbozar una sonrisa. Una sonrisa teñida de tristeza porque la mayor parte de veces lo que expresa en realidad es que algo que sí sabía perfectamente ha desaparecido de su cabeza como por arte de magia, a causa del alzhéimer.

El tono con que suele pronunciarla me suena positivo. Denota cierta sorpresa y complacencia, en el sentido que da la impresión de que le complace saber (aprender) cosas que no sabía con anterioridad, por pequeñas o insignificantes que puedan parecer. No recuerdo ahora haberlo oído pronunciarla con un tono diferente, de reproche, como si alguien, deliberadamente, no le hubiera contado algo de su interés, aunque es muy probable que en algunos momentos ciertas cosas las perciba así.

Nido de golondrina. Agramunt, verano de 2017

La intensidad con que mi sonrisa se tiñe de tristeza tiene que ver con lo que motiva que él pronuncie la frase. Creo que algunos detalles relativos a nuestra biografía, que obviamente no recuerda, son los que más me entristecen. Otras cosas, como por ejemplo que ya no sepa que las golondrinas construyen sus nidos con barro (tema que ha sido motivo de conversación, recientemente), o que los eclipses de luna no se producen con frecuencia (ídem), no lo hacen tanto, es más, me dan la oportunidad de interesarlo por cosas que en otros momentos le han interesado y ahora percibe como novedades.

Esto me ha proporcionado una pista para tratar de darle la vuelta a la frase que da título a este artículo y restituirle su sentido original. Pensándolo bien, creo que en cierto modo lo que trato es de evitar entristecerme siempre que la pronuncia, pero a la vez, aprovecho las posibilidades que entraña. Lo que llevo tiempo haciendo es explicarle cosas que estoy segura de que ni sabe ni sabía, de manera que cuando aparece la frase en la conversación lo hace en sentido literal que dista mucho de equivaler a “de esto ya no puede acordarse”.

Flores de calabaza

Él la dice con la misma complacencia de siempre y a mí me complace que la diga en esos momentos porque no equivale a un espacio en blanco producto de la desintegración sino más bien a un espacio en blanco que todavía no ha sido ocupado.  Expresa realmente curiosidad, sorpresa y también muchas veces deseos de saber más sobre el tema que estemos abordando.

Me gusta leer. Me proporciona libertad. Libertad para aprender sobre lo que yo decido. Me interesan cosas muy diferentes y eso en muchos sentidos es una ventaja y en otros no tanto.

A efectos de mantener la motivación, el interés y la actividad cognitiva de mi padre, a través de las conversaciones que mantenemos diariamente, constituye una ventaja. Le hablo sobre muchas de mis lecturas, ya sean sobre genética, botánica, neurociencia, jardinería, ornitología, historia de las ciencias, autismo, educación o matemáticas, etc.

Recientemente un amigo me ha prestado varios libros y uno de ellos me ha interesado especialmente: “Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal”, de Stefano Mancuso.

Ha propiciado que reflexionara mucho sobre las ideas que expone y sobre educación (ámbito al que inevitablemente siempre llego venga de donde venga) y que haya llevado a cabo observaciones en el jardín y en el huerto que no creo que hubiera hecho de no haberlo leído.  También ha inspirado muchos minutos de conversación con mi padre acerca de lo inteligentes y sensibles que son las plantas, de las estrategias que emplean para crecer, de las soluciones que ponen en juego para superar determinados obstáculos, etc.

Cada vez  que en el transcurso de estas conversaciones ha pronunciado la frase: ¡Hombre, eso no lo sabía yo!, ha sido magnifico. Me ha dado pie a contestar:

¡Oye, yo tampoco!, lo que te estoy contando es absolutamente nuevo para mí y te agradezco que me escuches con tanto interés porque no encuentro muchas personas con las que poder hablar sobre estos temas.

Detalle de una flor de calabaza

Este tipo de comentarios le gustan. Y me invita a que siga explicándoles cosas. Se siente especial, útil y satisfecho cuando los hago. Más aun cuando le digo que para mí es un ejercicio magnifico contarle cosas sobre mis lecturas porque me obliga en cierto modo a resumir y a sintetizar ideas y eso me ayuda a interiorizar los contenidos sobre los que leo. Y es cierto. Más si se tiene en cuenta que la comunicación con los enfermos de alzhéimer entraña a menudo algunas dificultades. Hay que simplificar ideas, repetirlas, poner ejemplos, hablar despacio, volver a empezar por el principio, repetir palabras, deletrearlas, etc.  Yo aprendo muchísimo de la experiencia y él sigue mis explicaciones con sumo interés, aunque luego tenga dificultad para guardar los datos.

De los libros pasamos a las observaciones y a las hipótesis y le cuento por ejemplo que llevo días fijándome en cómo crecen las calabazas en el huerto y también las matas de pepinos. Ambas plantas generan unos filamentos que les permite sujetarse y trepar. Es muy curiosa la manera en que éstos crecen: empiezan siendo como hilos desplegados y cuando presumo que detectan cerca alguna superficie a la que poderse sujetar se enrollan sobre sí mismos, formando una especie de muelle y a continuación se enroscan alrededor del soporte que hayan encontrado.

Zarcillos enrollados como un muelle, de una planta de calabaza

– ¡Hombre, eso no lo sabía yo!, dice mi padre.

¡Toma, ni yo! Lo acabo de descubrir y te estoy haciendo partícipe de mis descubrimientos y observaciones.  Y sigo: Yo creo que enroscarse formando un muelle hace que la fijación de la planta sea mucho más resistente. El muelle es capaz de soportar mejor el movimiento porque puede alargarse sin romperse y recuperar después su forma.

– ¡Hombre, eso no lo sabía yo!, vuelve a decir mi padre.

Ni yo tampoco, vuelvo a contestar. Además, lo que te acabo de contar es una pura hipótesis. Después de lo que he leído sobre lo listas que son las plantas me parece que esto podría ser un magnífico ejemplo, ¿no te parece?  Fabrican muelles para mejorar su capacidad de agarre.

Hombre, «listas» no sé si sería la palabra, dice él.

Y me río con su respuesta y le explico que precisamente ese es uno de los conceptos que defiende el autor del libro que he leído.

Y seguimos la conversación sobre un montón de cosas que ambos no sabíamos.

Algunos días acaba diciéndome que le gusta mucho hablar conmigo, le parecen muy interesantes las cosas que le explico. Y a mí me hace feliz que me lo diga.

*

No siempre es posible desarrollar estupendas conversaciones ni restituir el sentido original de la frase que ha motivado este artículo, lo reconozco.  Su estado de ánimo, su receptividad, su nivel de conectividad, etc., no son siempre los mismos, varían, como los de cualquier otra persona, entre las que me incluyo.  Sin embargo, cuando sí es posible, ambos aprendemos muchísimo, así que pienso que vale la pena intentar explicarle cosas que no ha sabido nunca y que constituyen una verdadera novedad.

 

Zapatos alados

 

Este par de zapatos alados lleva incorporado un par de ventiladores que aseguran el vuelo, aunque no aparecen en la fotografía

Durante la segunda semana de julio he impartido un curso en la Escuela de Verano organizada por el Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Barcelona, con el título: Emociones agradables, arte y creatividad.

El curso comenzó con una invitación a la reflexión sobre los sentimientos que los docentes experimentan en su lugar de trabajo y a continuación se llevó a cabo una actividad con el objetivo de liberarse, metafóricamente hablando, de aquellos que no resultan agradables.

El ejercicio se desarrolló individualmente y en privado, sin que nadie estuviera obligado a hacerlos explícitos. Identificar estos sentimientos es el primer paso para conseguir deshacerse de ellos y poder luego concentrarse en todos aquellos que nos hacen sentir bien, tanto con nosotros mismos como con los demás.

Este modelo requiere una carrera rápida para emprender el vuelo

Seguidamente, mediante un ejercicio creativo, transformamos los desechos resultantes del proceso de liberación en un producto tangible que permitiera visualizar los sentimientos agradables que los docentes desean poder experimentar y centramos el diálogo en éstos, analizándolos desde la óptica del profesorado y también del alumnado.

Cuanto más trabajo en el ámbito de las emociones, más claro tengo que resulta difícil separar los sentimientos en grupos estancos y abordarlos por separado. Creo que existe una relación de interdependencia entre ellos que vale la pena aprovechar y que invita a abordarlos de una manera conjunta. Cuando el objetivo está puesto en potenciar la vivencia de emociones agradables resulta más fácil abordar la gestión de los que no lo son tanto.

El título de esta reseña hace referencia a una de las actividades que llevamos a cabo: construir unos zapatos con alas.

La actividad se me ocurrió a raíz de haber impartido previamente otro curso similar: Potenciar las emociones positivas a través del lenguaje artístico. Os invito a leer el artículo que he escrito sobre él, titulado: Partirse la caja.

Le debo la inspiración a la intervención de una maestra que quiso compartir con el resto de personas del curso las sensaciones que tiene en su cuerpo cuando se siente feliz. Nos explicó que se siente como si tuviera alas en los pies.

¿Y a quien no le gustaría tener alas en los pies? 

El ejercicio que propuse se basa en una idea que llevo explorando desde hace tiempo y que pongo en práctica cada vez que tengo ocasión: construir o crear imágenes y objetos tridimensionales que nos hagan sentir bien, es mucho más potente que visualizarlos exclusivamente con la imaginación. Cuando determinadas imágenes positivas o agradables trascienden el ámbito del escenario mental para convertirse en reales y tangibles, su potencia y los efectos positivos que tienen aumentan exponencialmente. Más aún cuando ha habido un trabajo previo de diseño, de toma de decisiones y de manipulación de materiales y cuando se comparte en grupo la concreción de la propuesta, así como de todas aquellas ideas, sentimientos y pensamientos que se han experimentado en el transcurso del proceso de realización.

De los pies alados surgieron los zapatos con alas.

A menudo las intervenciones de los alumnos me sirven de fuente de inspiración para plantear nuevas actividades, aunque no sea en el mismo grupo donde ha surgido la idea si no en otro. Me parece interesante que se produzcan transferencias entre cursos y más aún entre personas que ni siquiera se conocen. Es una manera muy bonita de enriquecerse y de compartir.

 

Todo el mundo estuvo dispuesto a aportar un par de zapatos para poderlos transformar. Era la condición indispensable para poder llevar la actividad a cabo. Reunimos tantos modelos diferentes como personas asistieron al curso y enseguida se puso en evidencia una cuestión: cada zapato pedía tener unas alas particulares. ¿Cuáles? Estuvimos hablando sobre ello previamente. Hay muchos tipos de alas, y también muchos tipos de vuelos, según sean estas …

La cuestión de los materiales fue otro factor para tener en cuenta, junto con el tiempo del que disponíamos. Era importante poder realizar todo el proceso y llegar a materializar las ideas previas para que finalmente pudiéramos compartir los zapatos alados y algunas de las ideas que éstos fueron capaces de suscitar.

No se puede prever nunca qué pasará cuando un grupo de personas se encuentran con la posibilidad real de calzarse unos magníficos zapatos con alas …

María, espontáneamente, con sus sandalias aladas al estilo Leonardo da Vinci y música de fondo, propició que todo el que quisiera emprendiera el vuelo por un minuto allí donde deseara, sin que hubiera necesidad de explicar ni comentar nada. Fue un momento de magia compartida, un momento sensible y emotivo de extraordinaria potencia.

María, accionando el mecanismo de sus alas, instantes antes de emprender el vuelo

 

Planteé una pregunta:

¿A dónde nos pueden llevar unos zapatos con alas?

Recogí las respuestas y nos dimos cuenta de la cantidad de cosas que nos permitiría tener un calzado como el que habían construido.

En este modelo, las alas se despliegan cuando su dueña decide dejar de tocar con los pies en el suelo.

Una vez terminado el curso no he podido evitar continuar añadiendo cosas a la lista inicial:

A sentirnos ligeros
A sentirnos capaces
A sentirnos libres de trazar el propio camino
A desconectarnos de las preocupaciones terrenales
A pasear sobre las nubes
A ver personas queridas que están lejos
A soñar con cosas bonitas
A ver la tierra desde las alturas
A tocar el cielo con las puntas de los dedos y de la nariz
A bailar en el cielo haciendo filigranas
Al espacio
A experimentar la ingravidez
A hacer ejercicios de vuelo
A trazar loopings en el cielo

No puedo dejar de pensar en zapatos alados. Me gustaría probarme modelos diferentes. Quisiera poder experimentar la libertad de volar donde yo quisiera. Quisiera que hubiera puestos en las ferias con zapatos alados para alquilar, a un precio razonable y zapateros especializados en su cuidado y reparación y también instructores de vuelo y compañeros de vuelo y lápices de colores para pintar las nubes y la luna mientras vuelo …

Y vosotros, ¿Qué harías con unos zapatos con alas?

Os invito a imaginarlo y también a que os los calcéis tantas veces como deseéis. Basta con cerrar los ojos … aunque mucho mejor si antes de cerrarlos os atáis los cordones o la hebilla …

!Buen vuelo!

«Kis mi again»

 

Anticipé este artículo hace unos días. Me quedó pendiente explicar una deliciosa anécdota relacionada con el cuaderno de dibujos en el que ha estado trabajando mi padre, enfermo de alzhéimer, durante mucho tiempo, y al que he dedicado el anterior artículo de esta sección: “Mandalas dialogados II. Patrones”. Os invito a leerlo si todavía no lo habéis hecho.

Estaba convencida de que dicho cuaderno había pasado a formar parte de los acabados, pero no es así. El último día que estuve con él en su casa, lo estuvimos comentando de nuevo y hojeamos todas las páginas a las que todavía no ha puesto color. Tiene el propósito de seguir con él, aunque días atrás parecía que lo había aparcado definitivamente.

Hace ya meses me contó lo que había hecho al llegar a una página determinada. Ésta se compone de dibujos sueltos y el centro lo ocupa una escena que él me describió así:

Hay un corazón y dos seres humanos besándose, o eso parece, que ha hecho el autor de la página. Entonces pone “Kiss me”.

Y siguió contándome:

– Ahora he entrado yo y lo he puesto delante de un pajarito y una pajarita. Bueno, he puesto “kis mi again”. ¿Sabes lo que significa?, me preguntó.

¿Bésame otra vez?, le dije yo.

-¡Exacto!, contestó

Y nos reímos los dos a ambos lados del teléfono.

Aunque afortunadamente tomé algunas notas de aquella conversación, no puedo reproducir el tono ni todas las palabras con que me describió el dibujo y su intervención, pero sé que a él le dio la sensación de haber hecho algo un poco fuera de lugar. Se excusó en cierto sentido por haberse fijado en una escena de amor explícito y recalcó que el dibujo no era obra suya, si no del autor de la página, que obviamente no era él.  También expresó cierta duda sobre el hecho de que los personajes que aparecen se estuvieran besando. Es cierto que los labios de ambas figuras no llegan a tocarse, pero no creo que fuera eso lo que le impulsó a ponerlo en duda. Fue más bien su habitual recato y discreción lo que le impulsó a expresarlo así.

La escena lo emocionó de alguna manera que no sé ni puedo explicar. Pero no tengo ninguna duda que logró hacer un “clic” en el interior de su cabeza y lo conectó con sus vivencias. Aunque no pueda acordarse de hechos concretos, muchas cosas han dejado una especie de sedimento o poso. Las muestras de afecto constituyen uno de estos posos y estoy convencida de que actualmente son las que consiguen retener algunos recuerdos recientes y no tan recientes en su cabeza. Como si fueran un poderoso pegamento.  La frase que él espontáneamente ha incluido en el dibujo creo que también constituye un bonito ejemplo. “Again”, expresa su deseo de preservar el afecto que recibe de las personas, aunque lo haya puesto bajo los pajaritos.

Días después, y en varias ocasiones, hemos vuelto a comentar el contenido de esta página de su cuaderno.

Aunque la primera vez dejó muy claro quién había escrito la frase, en las conversaciones posteriores que hemos mantenido, se ha referido siempre a la intervención de un gracioso, que en algún momento le ha metido mano a la página y ha escrito lo que ha escrito. Él ya no se ha vuelto a hacer responsable de la frase.

Desde el primer momento pensé que el cambio de versión no se debía al hecho de no acordarse de que había sido él, sino a la necesidad de sentirse libre de culpa en caso de que alguien lo pudiera acusar de haber escrito algo impropio.  Si él no ha sido, no hay problema. A la vez el término “gracioso” le permite referirse a sí mismo sin hacerlo de forma explícita.

Recuerdo que, en más de una ocasión, cuando ha hecho referencia al gracioso, le he dicho que a mí me parecía un gracioso con mucha gracia y que la frase que ha escrito me resulta muy simpática.  Mi comentario le hace cambiar el tono automáticamente: empieza a referirse a él como quejándose de lo que ha hecho (por si acaso), y en cuanto yo alabo su intervención noto cómo cambia y corrobora, divertido, que a él también le parece simpática y graciosa la frase.

La figura del gracioso que hace jugarretas no es la primera vez que aparece. Tiempo atrás fue el responsable de pintar de color verde la cola de una cabra subida a un árbol. El episodio lo mantuvo fastidiado una larga temporada, hasta que logró disimular un poco el color verde, pintando encima con marrón y ocre.

Intenté imaginar hipótesis factibles que explicaran por qué la cabra tenía la cola de color verde sin sugerirle nunca que hubiera sido él el responsable de pintarla así.  Mis propuestas no lo convencieron, seguía fastidiado, como él dice, porque alguien la hubiera pintado incorrectamente.

Hace pocos días un espíritu se ha entrometido en uno de los cuadernos de mandalas centrados en los que está trabajando y ha pintado unas líneas de forma inadecuada.  Ahora intenta eliminarlas con la goma de borrar, pero no le resulta fácil y le fastidia que hayan aparecido como por arte de magia sobre el papel.

Los graciosos y los espíritus me hacen sonreír. Me parece deliciosa la manera como mi padre responsabiliza a estos seres anónimos de acciones de las que no se siente satisfecho o de las que piensa que le pueden reñir por haberlas llevado a cabo. Es muy sano responsabilizar a otros de tales cosas. Se vive mucho más tranquilo así.

Sería fácil atribuir al alzhéimer la mala memoria de mi padre en relación con lo que acabo de explicar, pero yo creo que la enfermedad no es la causa.

Yo lo interpreto desde otra óptica. Una lectura reciente de un libro de Rojas Marcos, titulado: “Eres tu memoria. Conócete a ti mismo”, ha hecho que descubriera que en general todas las personas modifican sus recuerdos:

“En realidad, la memoria es creativa y tienen el poder de renovar las cosas que guarda con el fin de adaptarlas o hacerlas coherentes con los cambios que experimentamos a lo largo de la vida. Así, con el tiempo añadimos y sustraemos detalles de las experiencias pasadas que conservamos en la memoria, y cuanto más tiempo transcurre, más las transformamos. La memoria, pues, reconstruye nuestra historia con los recuerdos del ayer, pero antes los modela y los enmarca en el contexto de nuestras creencias y puntos de vista de hoy”. 

Luis Rojas Marcos

Yo creo que la memoria de mi padre, a pesar del alzhéimer, todavía es creativa. No es que se haya olvidado de algunos detalles que explican cómo han aparecido palabras, líneas y manchas de color en sus cuadernos si no que ha transformado sus recuerdos para sentirse cómodo. Es preferible atribuir a otros las cosas de las que uno mismo no se siente satisfecho o seguro. En este sentido parece que su memoria funciona como la de cualquier otra persona que no sufra dicha enfermedad.

También hace lo contrario: se siente responsable o autor de cosas que no ha hecho pero que le hubiera complacido hacer y que acaba atribuyéndose.  Su creativa memoria le brinda un equilibrio y una satisfacción dignas de admiración.  Escribo esto con cierta envidia y también con una sonrisa en los labios.

Y acabo con una frase, también de Luis Rojas Marcos, que leí no recuerdo dónde, hace ya mucho tiempo y que ahora adquiere para mí nuevos significados:

 “Para ser feliz hay que tener buena salud y mala memoria”.

 

 

 

«Partirse la caja»

 

«Caja de risa», realizada por una de las alumnas del curso

Durante la primera semana de julio he impartido un curso en la Escuela de Verano organizada por el Movimiento Educativo del Maresme, que llevaba por título: Potenciar las emociones positivas a través del lenguaje artístico.

«Partirse la caja» es una frase que expresa muy bien los objetivos que pretendía este curso: reír, pasarlo bien y aprender en un ambiente creativo, artístico y lúdico.

Es también la frase que inspiró el trabajo de una maestra para resolver uno de los ejercicios creativos que propuse: construir una caja de la risa utilizando una caja de cerillas y bastantes materiales diferentes para transformarla. Había que concentrarse en las sensaciones que nuestra barriga experimenta al reír, inspirándose en alguna situación vivida que no había que hacer explícita. La caja como contenedor-barriga se prestaba al juego de la libre interpretación y recreación.

«Caja de risa», realizada por una de las alumnas del curso

El ejercicio se desarrolló entre sonrisas y complicidades en un ambiente magnífico y concluyó con la invitación a mostrar las cajitas transformadas y a compartir las risas contenidos en ellas. Aparecieron en la conversación una gran cantidad de palabras diferentes para referirse a las sensaciones experimentadas.

«Caja de risa», realizada por una de las alumnas del curso

 

Veintiocho personas diferentes, veintiocho soluciones distintas, todas divertidas e interesantes.

 

«Caja de risa», realizada por una de las alumnas del curso

 

Cada día estoy más convencida de que en relación con la educación emocional lo más importante es encontrar maneras de potenciar la vivencia de las emociones que nos hacen sentir bien. No se trata sólo de hablar de aquellos sentimientos que nos resultan agradables sino de propiciar tantas veces como sea posible situaciones y dinámicas que favorezcan experimentarlos, sentirlos en propia piel, emocionarse en primera persona y preferiblemente en compañía.

Los datos que aportan los estudios sobre neurociencia me hacen pensar que sería deseable trabajar en esta dirección tantas veces como sea posible. El conjunto de situaciones agradables vividas solos, o con otras personas, constituye a mi entender una especie de depósito de reserva en nuestra memoria al que se puede acceder en diferentes momentos para evocar las sensaciones que experimentamos en el cuerpo, cuando nos sentimos felices, contentos, alegres, satisfechos, etc. así como también los pensamientos agradables y positivos que generamos en estas situaciones. Disponer de estos recuerdos e impresiones facilita hacer frente a otras situaciones que nos generan sentimientos no tan agradables o incluso desagradables.

Fragmento de la transformación sobre un dibujo, realizada por una de las alumnas del curso

 

Durante el curso hemos desarrollado diversas actividades con el objetivo explícito o implícito de potenciar la vivencia de emociones agradables. Estas experiencias han constituido un ejemplo de cómo proponer y desarrollar actividades partiendo de objetivos muy concretos, utilizando un número de materiales limitados, consignas precisas, pero suficientemente vagas vez como para que cada persona pudiera encontrar soluciones válidas personales e irrepetibles, y desarrollando dinámicas participativas. Las posibilidades y variaciones que se pueden aplicar a las propuestas son prácticamente infinitas. Hay que tener claros cuáles son los objetivos que se pretenden para desplegar un abanico de posibilidades que se adecuen a los contextos particulares donde se lleven a cabo las actividades.

Hemos puesto el acento en el proceso desarrollado para resolver las propuestas artístico-creativas y en las dinámicas relacionales que éstas han propiciado. El resultado final, visible, es lo que nos ha permitido compartir los procesos, así como también los sentimientos que los participantes han experimentado en el transcurso de determinadas actividades.

La invitación al juego, a explorar alternativas, a colaborar con los compañeros y a expresarse con libertad sin miedo ni vergüenza, respetando las ideas de todos, ha sido una constante en todas las sesiones.

«Elixir de la Felicidad», realizado por una de las alumnas del curso

Comenzamos el curso creando unas cajas de risa capaces de evocar instantes de alegría y bienestar y de transportarnos a diversos escenarios y lo hemos acabado compartiendo un autoregalo: un elixir de la felicidad creado por cada persona y destinado a uso personal.

 

*

 

Nos hemos reído mucho en todas las sesiones y está más que demostrado que reír refuerza el sistema inmunitario y favorece el aprendizaje. También han emergido emociones y sentimientos que quiero llamar «delicados», como la tristeza, la rabia, el dolor o la frustración, que han hecho aflorar lágrimas en algunos momentos. Las emociones se contagian cuando hay empatía en el grupo y generan al mismo tiempo cohesión.

«Delicados» me parece un término bonito y también apropiado para referirse a ellos, porque merecen ser abordados con la máxima delicadeza posible.

Confío que todas las personas que han participado en estas sesiones pasen un saludable verano y empiecen el próximo curso con muchísima emoción e ilusión, y con ganas de reír y pasarlo bien, convencidas de la importancia y la necesidad de potenciar las emociones positivas y agradables en el aula.

Fragmento de «Caja de risa», realizada por una de las alumnas del curso

 

Este curso también ha tenido proyección hacia el exterior. Una parte del material emotivo-artístico creado lo estoy haciendo llegar, con consentimiento y participación de todos los asistentes, a una persona muy querida, que sin saberlo propició una de las actividades que propuse. Está pasando un momento delicado en la vida y resulta bonito acompañar creativamente a las personas e intentar que experimenten emociones agradables que les ayude a hacer frente a todo tipo de situaciones.

Todo lo que hemos compartido estos días me ha permitido inventar nuevas actividades y reflexionar sobre muchos aspectos. Las intervenciones y aportaciones de las personas que han participado en este curso han constituido por mí una especie de cóctel detonador de ideas que ahora sufren en mi cabeza un proceso de fermentación. Una de ellas ha estallado sin escapar al proceso de destilación posterior: la he puesto en juego en el curso que he impartido seguidamente a este. Le he agradecido personalmente a la persona que la propició, la inspiración que me proporcionó su intervención.

Si queréis saber qué destiló mi alambique mental haced clic sobre la imagen: