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Medio eclipse de sol

 

Hace ya unos cuantos días, cuando llamé a mi padre por teléfono con objeto de mantener nuestra conversación diaria y contribuir así a ejercitar sus capacidades, mermadas por el alzhéimer, estaba sentado bajo el tilo de su jardín.

Es un lugar que identifico sin problemas y que puedo recrear mentalmente en muchos sentidos. A veces pasamos largos ratos sentados juntos bajo el árbol. En aquel momento él estaba contemplando el cielo desde donde estaba y me contó que justo estaba observando medio eclipse de sol.

¡Qué poético y sugerente! Nunca había oído hablar de medio eclipse. De uno parcial sí, pero medio me pareció mucho más divertido e interesante.

No supe en realidad a qué se refería exactamente así que preferí escuchar. Tuve la impresión de que tal vez había transformado el eclipse de luna que había tenido lugar unos días antes, en un medio de sol. O tal vez no, y había integrado medios datos sobre un anunciado y próximo eclipse total de sol, visible sólo en Estados Unidos, y por eso sólo tenía en mente medio eclipse.

Sus explicaciones sobre él fueron muy confusas. Creo que trataba de explicarme algo relacionado con los eclipses en general. Algo sobre “los dos” que lo provocaban, como si se estuviera refiriendo al sol y al objeto (la luna) que se interpone entre él y la tierra, produciendo un transitorio apagón solar.

De pronto me dijo:

– Lo que produce sombra está ahí. Mmmmm … Una especie de… mmmmmm… una especie de cubo con una casita encima… No sé…

Tengo la impresión de que cuando dice: “No sé” (con tono dubitativo), es que tiene dificultades para seguir, por motivos que pueden ser diferentes.

Pensé que posiblemente el cubo con la casita encima debía corresponderse con la silueta de alguno de los edificios que ve a lo lejos sentado bajo el tilo, pero no sé realmente a qué se refería.

Su explicación me volvió a parecer poética y sugerente. Me hizo pensar en el Pequeño Príncipe de Saint-Exupéry e imaginé un planeta cúbico con una casita encima produciendo medios eclipses de sol, periódicamente.

Atender sus explicaciones no cuesta. Lo que resulta difícil es intentar racionalizar este tipo de conversaciones y además creo que no tiene ningún sentido. ¿De qué sirve tratar de convencerle de que no hay ningún eclipse si él lo ve, aunque sólo sea medio? ¿de qué sirve explicarle que es la luna y no un cubo con casita la que produce eclipses?

Resulta más fácil y creo que también más estimulante invitarle a seguir hablando y a describir o contar lo que intenta, ayudándole con alguna palabra, aunque le cueste, y a escuchar con paciencia sus explicaciones, que suelen ser lentas, reforzándolas con frases sencillas como ésta:

– ¡Qué suerte tienes de estar viendo medio eclipse! Desde mi casa ya no puedo ver el sol, se ha escondido tras el promontorio que ocupa la casa del vecino. Los eclipses son fenómenos muy interesantes. A mí me gustan mucho. (Contesta que a él también)

No recuerdo cómo siguió la conversación, pero sé que saltamos a otro tema en cuanto fue posible. A veces sólo se trata de efectuar una maniobra suave de cambio de dirección.

Oye, mientras tú estabas ahora disfrutando del eclipse, ¿sabes qué estaba haciendo yo?

– No, ni idea.

Pues estaba atando las tomateras del huerto con unas fibras vegetales que compré el otro día yendo contigo.

– ¿Conmigo?

Si, no sé si te acordarás de que hace ya unos días fuimos a comprar verduras y estuvimos sentados un buen rato bajo un roble.

– ¿Un roble?

Sí, un roble al lado de una balsa con peces

– ¡Ah sí, ya me acuerdo! Me gusta mucho ese sitio. ¿Tu has estado alguna vez allí?

Si sí, el otro día compré allí unas fibras vegetales.

– ¿Fibras vegetales?

Sí, no sabría decirte qué tipo de fibras, hay muchas diferentes. Todas están hechas con plantas, como la pita, el yute o la rafia. Son ideales para atar las tomateras porque son biodegradables a diferencia de los plásticos.

Sí, puede ser.

Esta última frase también la usa con frecuencia. Admite como una posibilidad que lo que le cuento pueda ser cierto, pero sólo como posibilidad. En este caso no dice: ¡Hombre, eso no lo sabía yo!, cosa que hace en otras ocasiones, como ya he contado. No sé de qué depende, pero tengo la impresión de que cuando exclama esta última frase lo hace con sorpresa y curiosidad y ganas de saber incluso más cosas y lo cierto es que no todos los temas le suscitan el mismo interés. En este caso reconozco que el eclipse era más interesante que mis fibras vegetales, pero el intento de efectuar una maniobra suave de cambio de dirección me llevó a ellas sin habérmelo propuesto.

De las fibras saltamos al plástico. Le expliqué que tiempo atrás había usado cordeles de plástico para atar las tomateras hasta que alguien entendido me hizo una reflexión y me sugirió que no lo volviera a emplear. No es biodegradable y hay que retirarlo manualmente de las matas cuando éstas mueren a finales de verano para evitar que caiga al suelo y se mezcle con la tierra.

O sea que el plástico es biodegradable?

– No, no, lo contrario. El plástico no se degrada y cada año se recogen toneladas de plásticos de los mares de todo el planeta, a donde han ido a parar como residuos.

– ¡Hombre eso no lo sabia yo!

Su frase denotó su interés de forma inequívoca. Aproveché y seguí proporcionándole toda la información que se me ocurrió en relación con el problema que representan para el planeta los residuos plásticos que genera el hombre. La conversación fluyó a mejor ritmo que minutos atrás cuando empezamos con el medio eclipse.

Y pocos minutos después me contó que se había enterado de que en una playa de aquí cerca tenían problemas a causa de los muchos plásticos acumulados y no se podían ni bañar de la cantidad de botellas y eso que se habían acumulado en … en… en…

– ¿En el mar?, le ayudé a completar.

Puso en juego una inteligente maniobra: se apropió de informaciones que yo le acababa de proporcionar, las transformó creativamente (probablemente las mezcló con otras cosas) y las hizo emerger al cabo de muy poco en la conversación, participando así en ella con mucho sentido. Además, atribuyó lo que sabía a que lo había leído en algún sitio. Probablemente en el periódico. Lo lee cada día. Lo hace en más de una ocasión porque a menudo no se acuerda de que ya lo ha estado leyendo u hojeando. También por el hecho de que cada vez le resultan más incomprensibles las noticias que en él aparecen. Últimamente, me lo comenta a menudo:

– Oye llega un momento en que yo me pierdo con lo que pone el periódico.

– ¡No me extraña! le digo. ¡No hay quien entienda cómo funciona el mundo! En general está el panorama muy loco, aquí y en todas partes. Y manifiesta estar completamente de acuerdo conmigo.

No era la primera vez que ponía en juego dicha maniobra, ni la primera vez que yo me daba cuenta. Pero sí es la primera vez que yo estuve reflexionando sobre ella. Podía convertirse en una posible estrategia a poner en práctica por mi parte ahora que había trascendido el terreno de las observaciones inconscientes.

Cuando más datos recientes tenga sobre un tema que sea objeto de conversación entre nosotros, más podrá intervenir él, aportando la misma información (transformada) que se le acaba de proporcionar. Se trata por tanto de proporcionarle datos, entendibles y sencillos que él pueda manejar y recordar en el transcurso del rato que dura la conversación por teléfono. Así él se siente protagonista porque también aporta datos interesantes a la conversación. Suelen ser bastante originales.

Encuentro poéticas sus transformaciones y también sugerentes, creativas y divertidas. Cada vez estoy más convencida de que el cerebro de los enfermos de alzhéimer se resiste a la desintegración y sigue buscando caminos alternativos para ejercer las funciones que siempre ha llevado a cabo.

Me parece admirable. A un cerebro que se resiste (el suyo) pienso que hay que seguir proporcionándole todos los estímulos que sea posible. Y esto, para mi cerebro, es un reto fascinante.

 

En el «Garden»

 

Bandeja de «coleos» del Garden

Quise escribir este artículo hace tiempo, acompasándolo a una de las actividades conjuntas que meses atrás estuvimos realizando mi padre y yo, pero entonces no encontré el momento de hacerlo y lo hago ahora, en diferido. El último artículo que he publicado en esta sección del blog, titulado: “¿Dónde están los otros?”, me ha hecho pensar en mi antiguo propósito y me ha impulsado en cierto modo a recuperarlo a raíz de la reflexión que en él he plasmado, sobre las personas del entorno cotidiano de los enfermos de alzhéimer, como mi padre, que asisten con estupor a la pérdida progresiva de memoria que éstos experimentan y acaban por desaparecer de sus vidas.

Durante el invierno pasado y probablemente también algún día de otoño y primavera, uno de nuestros destinos frecuentes cuando salíamos juntos de paseo fue el “Garden” (un centro de jardinería). Ambos compartimos el interés y el gusto por las flores, las plantas y los árboles y también por todo tipo de animales. Por la naturaleza, en definitiva. El lugar constituye un auténtico catálogo de seres vivos, condensados en un espacio relativamente pequeño.  Reúne especies botánicas para todo tipo de jardines y para nosotros tiene un gran valor.

Adelfas blancas

Aprovechábamos las ocasiones que se presentaban de realizar algún pequeño encargo familiar en el “Garden” para alargar la visita todo el tiempo que nos era posible disfrutando de un paseo relajado entre mesas, estantes, tendales y otros espacios y rincones llenos de macetas con plantas y flores de todo tipo, que suscitaban muchas conversaciones entre nosotros.

En el pasado habíamos visitado diferentes centros de jardinería, pero una serie de factores han hecho que en los últimos meses hayamos visitado siempre el mismo, a unos pocos minutos en coche del domicilio familiar, justo al lado de una gasolinera, que también nos ha brindado la oportunidad de realizar otra actividad conjunta: poner combustible al vehículo.

El espacio ha posibilitado que hayamos podido desarrollar magníficas sesiones sensitivas y tridimensionales para ejercitar la memoria mientras paseábamos.

Adelfas de dos colores diferentes

 

Cuando llegábamos al “Garden” saludábamos a la única persona que solía estar a disposición del público:

 

–  Buenas tardes, venimos a comprar un saco de tierra de castaño, pero nos entretendremos un buen rato paseando por su “Garden”, porque nos gusta mucho ver sus flores y recordar el nombre de todas las que ustedes tienen. Espero que no le importe que nos pasemos un buen rato mirando y hablando. A la salida cogeremos el saco.

El saco de castaño cambiaba según el día por: un insecticida para acabar con las mariposas del geranio, una verbena de color violeta, sobres de hierro para las gardenias, etc. El resto del mensaje solía ser similar y lo repetía cada vez que íbamos al “Garden”.

Flor de hibisco

Me esforzaba en acentuar la palabra “recordar” al decirla. El amable jardinero nos sonreía y nos invitaba a pasar y a estar todo el tiempo que quisiéramos viendo sus flores. Creo que captaba lo importante que era para nosotros esta visita-paseo. Lo de menos era el saco de tierra, o cualquiera de los otros productos, que nos llevábamos.

Yo le dirigía una sonrisa amable y sincera. Agradecía la comprensión que demostraba cuando nos invitaba a pasar y a estar el tiempo que nos apeteciera.

Creo que una sencilla y discreta explicación facilita a las personas del entorno cotidiano, “los otros”, entender algunas cosas. Además, generalmente todo el mundo siente satisfacción cuando gracias a ellos otras personas se sienten bien. Por eso acentuaba también “su Garden” cuando hablaba con la persona que nos atendía. Sus flores, nos brindaban la magnífica posibilidad de pasar un buen rato y activar la memoria y me parecía bonito que lo supiera.

Flor de hibisco

“¿Lo conoces?”, me preguntaba mi padre.

“No, pero me gusta saludar amablemente a todo el mundo”, le contestaba.

Y el añadía:

“A mí también”.

Y es cierto. Siempre se ha relacionado bien con la gente, con todo el mundo, aunque ahora le cueste y en general muchas cosas y personas le produzcan extrañeza.

En el “Garden” hay muchas cosas que ver y sobre las que hablar. Las sucesivas vistas que le hemos hecho me han servido como detector de pérdida de memoria. Además de no recordar visitas anteriores, o vagamente, (hecho que hay que tomarse en la medida que se pueda, como una ventaja a la que hay que sacarle partido por el componente de novedad que entraña), he ido percibiendo cómo escapaban de su cabeza muchos nombres de plantas y flores conocidas y algunos recuerdos asociadas a ellas.

«Crosandra»: Flor desconocida para nosotros

Generalmente hacíamos un recorrido aleatorio por donde nos interesaba y nos deteníamos en los sitios que más nos llamaban la atención. A veces era él el que hacía una observación, otras era yo. Comentábamos por ejemplo la diversidad del color de las flores de una misma especie como los rododendros o las camelias, la vistosidad de algunas flores como las gazanias, lo elegante que nos parecía una planta determinada, etc. En el “Garden” siempre hay letreros y eso nos permitía ejercitar la lectura. Algunos nombres nos resultaban conocidos, otros nos sonaban familiares y otros no los habíamos oído en la vida. A menudo imaginábamos cómo sería tener mucho dinero para comprar el “Garden” entero y una casa con un jardín enorme para colocar todas las plantas y los árboles en él.

También en alguna ocasión hemos rememorado juntos algún rincón del jardín de la abuela, su madre, donde los primos habíamos pasado algunos veranos juntos. Hace ya tiempo que creo que no puede construir una imagen mental de él.  No obstante, yo le describía algunos rincones tal como los recuerdo y les poníamos las flores directamente en el “Garden”, así nos concentrábamos en lo que estábamos viendo y en los recuerdos verbales. Me parece una actividad bastante creativa, ahora que lo pienso. Nos convertíamos por un rato en recreadores del jardín de la abuela aprovechando las flores que íbamos encontrando y nos lo recordaban.

Romero

Se sucedían recuerdos dispersos y hablábamos, tocábamos y olíamos todo lo que podíamos. La sección de plantas aromáticas era de parada obligada. Paseábamos la nariz por encima del romero mientras yo lo agitaba un poco con delicadeza, y lo mismo sobre la lavanda y el tomillo. Cuando salíamos lo hacíamos atravesando una zona con helechos. Siempre le han gustado de una manera especial y ha tenido muchísimos. Ahora prácticamente no los reconoce y les presta poca atención. Un signo inequívoco de su deterioro.

En otros tiempos, ambos nos habíamos divertido con los helechos. Conservo una serie de fotografías que le hice un día, a petición suya, que titulamos: «El hombre-helecho«.

Helecho de los que le gustan

Se puso debajo de un ejemplar magnífico que tenía en aquella época y las largas frondas le hacían las veces de peluca vegetal. Nos reímos mucho haciéndolas. Hace poco, al rememorar el episodio, que él no recuerda, pero le referí con detalle, le propuse que participara en una nueva y simpática serie: «El hombre-glicinia«. Posó con gusto para mí bajo la enredadera florida del domicilio familiar y lo hizo con mucha coquetería. Las fotografías que hice forman parte de mi colección privada.

Glicinia (floración de verano)

No sé si podremos volver al “Garden”. Lo escribo con pena. He revivido agradablemente algunos de los ratos que hemos pasado juntos en él mientras escribía este artículo y he acabado acercándome a él para pedirle al amable y comprensivo jardinero que me dejara hacer unas fotos para ilustrar este artículo.

No es el alzhéimer, sino los problemas de movilidad, atribuibles a su edad y a su cojera de nacimiento, los que están limitando últimamente los escenarios posibles para ir a pasear. 

Sin embargo, siempre trato de considerar las nuevas limitaciones que va apareciendo como nuevas oportunidades. No tengo ninguna duda de que encontraremos nuevos espacios para compartir nuevas experiencias, que tal vez también puedan ser objeto de un nuevo artículo.

 

Bajo el roble, “a lo Thoreau”

La autonomía de los enfermos de alzhéimer, como mi padre, decrece inexorablemente. Es un problema que repercute en la persona que lo cuida y acaba exigiendo de ella una atención de 24 horas al día sin interrupción.

Los que no somos cuidadores, sino acompañantes ocasionales habituales, como es mi caso, podemos ejercer un papel diferente al de las personas que además de intentar cuidarse a sí mismas, los cuidan a ellos durante todo el día.

Una de las cosas que yo me planteo es aprovechar el tiempo que paso con mi padre para hacer lo que yo llamo actividades conjuntas. El concepto es bien sencillo: en vez de salir a pasearlo, salgo de paseo con él. En vez de sentarlo bajo el roble, nos sentamos los dos juntos, y pasamos el rato “a lo Thoreau”.

La diferencia puede parecer sutil, pero es substancial. Se trata de compartir en todos los sentidos estos ratos en los que podemos estar juntos.

Hace unos días oí una referencia a un destacado escritor americano del siglo XIX: Henry David Thoreau.  Reconozco que no lo conocía y que me hizo pensar en mi padre. Vivió de 1817 a 1862 y algunas de sus ideas son de una vigencia que resulta casi sorprendente. Me ha resultado sencillo encontrar información sobre él, y ya he empezado a leer uno de sus libros más conocidos: “Walden o la vida en los bosques.”

Si Thoreau me hizo pensar en mi padre fue porque escuché que reivindica el goce de las pequeñas cosas, los paseos por los bosques, por los prados, en contacto con la naturaleza y disfrutando de ella con todos los sentidos: de los colores, las formas, las texturas, las fragancias, los sonidos:  crujidos, revoloteos, brisas, vendavales, agua corriendo, etc.

Mi padre siempre ha disfrutado de estas cuestiones, y lo sigue haciendo, a pesar del alzhéimer. Es capaz de apreciar y valorar sencillas cosas que le aporta el contacto con la naturaleza. Ahora pienso que el artículo que titulé: “Los Montes”, constituye un buen ejemplo.

Thoreau ha sido ya objeto de atención en nuestras conversaciones diarias por teléfono, junto con otras cuestiones. Pero lo que quiero ahora contar se refiere a compartir momentos a “lo Thoreau” si se me permite la expresión. A compartir el goce por las sencillas cosas que ofrece un espacio natural.

A 10 minutos escasos en coche desde el domicilio familiar, hay un rincón que a mi padre le fascina. Pertenece a una finca de agricultores que cultiva verduras de temporada y las vende al detalle y también abastece algunos comercios y restaurantes de la zona. En el extremo de la finca hay un roble magnífico junto a una balsa habitada por peces de colores y un par de tortugas.

Bajo el roble, a la sombra, hay dos bancos de madera orientados hacia el mar. Éste se divisa ocupando todo el horizonte. La temperatura es magnífica. Sopla siempre una ligera brisa marina.

El interés familiar por los productos hortícolas frescos y la predisposición de mi padre para salir a pasear, aunque sea en coche, han propiciado que descubriéramos este rinconcito y ahora lo visitemos deliberadamente para disfrutar de él, “a lo Thoreau, tal como he comentado antes.

Mi padre se queda acomodado en el banco mientras yo voy hasta el cobertizo donde se adquieren las verduras recién traídas del campo. Me entretengo unos minutos con el propietario hablando del huerto y de la vida. Le digo que si no tiene inconveniente nos quedaremos un buen rato bajo el roble y también daremos a los peces un poco de pan seco que hemos traído. Nos invita a pasar tanto tiempo como nos apetezca y me cuenta lo mucho que él disfruta bajo el árbol.

Cuando vuelvo, mi padre está relajado y fascinado con la impresión que le causa el lugar.

“Oye, esto es fabuloso”, me dice.

“A mí también me lo parece”, le contesto

Tiene una ramita en su mano que ha ido rompiendo en trocitos. Me la enseña:

“Oye, ¡hasta esto es fabuloso!”

Le miro con una amplia sonrisa y asiento sin decir palabra. Capto lo que quiere decir. Se refiere al tacto de la ramita en su mano, al sonido que hace al partirla, a los trocitos desordenados que ahora tiene sobre la palma de la mano. El suelo está lleno de ellas y se ha agachado a recoger una. Hay también hojas, algunas bellotas y muchas piedras redondeadas.  Nos fijamos los dos en las pequeñas cosas que percibimos y hablamos sobre ellas. Las hojas, las ramas, la corteza del árbol, los pájaros que presumiblemente se posan en él, etc.

Introduzco a Thoreau en la conversación, le vuelvo a contar quien es, y lo que pienso que tenemos en común los tres. Le hablo de mis planes de leer alguno de sus libros y de compartir con él mis impresiones sobre la lectura. Rememoro con imprecisión alguna de las frases que he estado recopilando de él y comentamos su contenido. El espacio resulta idóneo:

Ahora las reproduzco con exactitud:

“Hay muchos que se van por las ramas, por uno que va directamente a la raíz”.       

El más rico es aquel cuyos placeres son los más baratos

                                                                                                             H.D. Thoreau

 Disfrutamos de la charla, de la vista, de la temperatura, de la brisa y del sonido del agua cayendo en la balsa, que a mí me transporta a los jardines del Generalife de Granada. Los visitamos hace muchos años y recuerdo que él fue quien me explicó sobre los ingenios que habían hecho los arquitectos árabes de los jardines para poder regar y hacer llegar el agua a todas partes, mediante acequias y otros sistemas. Presumo que él transita mentalmente por las afueras de su Málaga natal. El puerto se ve a lo lejos y comenta lo mucho que está cambiando el entorno.

Abandonamos la sombra del roble y seguimos disfrutando de los peces, sentados ambos en el muro de la balsa. Sólo con agitar el agua con las manos aparecen como por arte de magia. Los hay de todos los colores y alguno tiene un tamaño considerable. Nos sobresalta uno que mide un par de palmos y se lanza sobre un currusco de pan.

Decide probar a darles a comer de la mano. Se inclina, la introduce en el agua y espera que se acerquen a mordisquearle el pan que sujeta con los dedos, pero no tarda mucho en retirarla.  Lo hace cuando aparece una tortuga que también parece sentir interés por el pan y nada elegantemente buscando las migas que ambos hemos ido lanzando al agua.

 

 

Cuando nos marchamos, decidimos que volveremos en cuanto podamos a pasar un rato bajo el roble porque a los dos nos parece un sitio realmente fabuloso.

El vuelo errático de las mariposas sobre las flores

 

Llevo días disfrutando del vuelo errático de las mariposas sobre las flores. Tengo la impresión de que hay muchas. Más que otros años, aunque no lo puedo asegurar.

Me quedo absorta observándolas. Revolotean si parar y es difícil verlas posadas más de unos pocos segundos.  Tengo la impresión de que se siente especialmente atraídas, en casa, por las flores de dos especies: Bougainvillea spectabilis y Lantana camara.

Lantana cámara

La buganvilia es una enredadera de porte arbustivo. Su llamativo color púrpura violáceo se debe al color de las brácteas, que no son propiamente las flores.

Bougainvillea spectabilis

Éstas son pequeñas y tubulares, de color blanco, dispuestas en grupos de tres. Cada una está insertada en una bráctea de aspecto papiráceo, cuya misión es protegerlas. Aunque las brácteas de la mayor parte de las flores suelen ser verdes, las de la buganvilia constituyen una bonita excepción.

En cuanto sale el sol, las mariposas empiezan a revolotear por encima de la enredadera. Es un bonito espectáculo. Las hay de diferentes especies, pero predominan dos que he podido identificar: Gonapterix cleopatra y Papilio machaon, conocidas popularmente con los nombres de limonera y macaón.

He estado buscando información sobre ambas especies y he descubierto que los machos de las delicadas limoneras presentan una amplia superficie anaranjada. Ahora sé que la enredadera está llena de individuos de ambos sexos. Se percibe a simple vista la diferencia cuando tienen las alas abiertas. Las hembras presentan un color amarillo verdoso. Sin embargo, cuando las tienen plegadas no soy capaz de distinguirlas. Todas lucen una manchita anaranjada en cada una de las cuatro alas que poseen.

Gonapterix cleopatra

Se posan con delicadeza sobre las flores de la buganvilia, despliegan su espiritrompa y la introducen en el tubo como si se tratara de una pajita con la que tomar un nutritivo batido de néctar. Tras permanecer unos instantes libando, suspendidas de las flores, enroscan su flexible espiritrompa y alzan el vuelo para posarse en otra flor.

Las macaones son más grandes y vistosas. El ejemplar de la fotografía parece haber sufrido algún percance. A su ala posterior izquierda le falta un trozo.

Papilio machaon

 

Hay que tener mucha paciencia para poder fotografiar a las mariposas posadas sobre las flores, interrumpiendo su errático vuelo para libar.

Mientras buscaba información sobre las mariposas que revolotean sobre la buganvilia he identificado otra mariposa que recientemente había visitado también el jardín:  Charaxes jasius, conocida comúnmente con el nombre de mariposa del madroño. Hace unos días le dediqué un artículo:  Frutas, mariposas, hipótesis y correlaciones, que colgué de otra sección de este blog.

Charaxes jasius

 

Esta mariposa no se alimenta de nèctar. Lo hace con frutas fermentadas que contienen alcohol.

Frutas, mariposas, hipótesis y correlaciones

 

Nunca puedo predecir qué temas van a aparecer en la conversación telefónica que mantengo diariamente con mi padre. Hay días que tengo ideas nuevas que contarle, alguna aventura, planes, etc. pero no siempre es posible abordar lo que imagino por adelantado que le puede interesar.

Noto cada vez más, que cuando él sugiere o inicia un tema vale la pena tratar de seguirlo, salvando las incoherencias que haga falta, porque éstas, también cada vez más, acaban siempre apareciendo en algún momento de la conversación. Creo que vale la pena potenciar al máximo todo aquello que despierta su interés. Tenemos también algunos temas recurrentes, pero a menudo los abordamos como si fuera la primera vez que lo hiciéramos.

Algunos días, empezamos saludándonos en inglés: Hello, How are you?  Su respuesta y el tono con que pronuncia las palabras que escoge suelen ser diversas y me indican habitualmente cuál es su estado de ánimo en general.  Tal vez hablaré de ello en otro artículo.

Muy a menudo la conversación que mantenemos se alarga por espacio de media hora o más y gira en torno a temas diferentes. A veces saltamos de uno a otro de forma espontánea e inesperada estableciendo conexiones dispares que suelen seguir no obstante una lógica creativa y hay días que navegamos en espiral volviendo una y otra vez al mismo punto de partida.

La semana pasada, tuvimos una charla inesperada que resultó ser muy interesante y gratificante para ambos. Cuando percibí el giro que tomaba la conversación corrí a buscar lápiz y papel y tomé notas. Es la mejor manera de no olvidarse de los detalles.

Fue a raíz de que se me ocurriera contarle que tenía planeado hacer un experimento para atraer mariposas al jardín. Llevábamos un buen rato hablando y la conversación había decaído un poco. Yo miraba a través de la ventana y tenía la vista posada en el jardín y empecé a contarle mi propósito.

Días atrás había tenido la ocasión de observar a una mariposa preciosa posada sobre una de las manzanas que coloco para alimentar a los pájaros y que se había quedado medio seca, al sol.

Tuve tiempo de atraparla con la cámara y una de las fotografías que tomé me permitió observar posteriormente su espiritrompa desplegada y una gotita en el extremo que presumo debía ser néctar de la manzana. Me acordé de que en Costa Rica colocan platos con trozos de frutas frescas para atraer a las mariposas y decidí que valía la pena probar si las   mediterráneas reaccionan igual.

Casualmente había estado hablando también del tema con un joven vecino que se interesa por estas cuestiones y que me sugirió, con mucho acierto, que colocara frutas jugosas para que las mariposas pudieran introducir la espiritrompa con facilidad y absorber el líquido azucarado.

La conversación con mi padre tuvo lugar un rato después de que hubiera colocado un par de jugosos tacos de sandía sobre los comederos que tengo para los pájaros.

Le conté lo que me proponía comprobar y le hablé de la sugerencia de mi joven amigo de escoger frutas jugosas. Le expliqué que acababa de poner sandía y que en cuanto tuviera ocasión también colocaría un trozo de melón.

Él seguía con atención lo que le estaba contando. Le gusta que le hable de los seres vivos que tengo ocasión de observar en mi entorno. Después de hablarle del melón me dijo:

– Oye, ¿tú sabes si las mariposas se sienten más atraídas por el olor que por el color?

Se produjo un instante de silenció hasta que reaccioné:

– ¡Qué pregunta más interesante me acabas de hacer! No tengo ni idea de la respuesta a lo que planteas. No sé si las mariposas perciben los colores y si por ejemplo distinguen entre el amarillento del melón y el sonrosado de la sandía. Tampoco sé cómo perciben los olores. Tu pregunta activa mi curiosidad y ahora tendré que investigar para tratar de encontrar respuesta a lo que planteas.  Me has dejado realmente boquiabierta con tu preguntita.

Mi reacción fue de absoluta y sincera admiración. Me pareció una pregunta genial. Un punto de partida ideal para establecer algunas hipótesis y poner en marcha, o por lo menos idear, un proceso de investigación.

Mis palabras y mi tono le gustaron. Se sintió muy satisfecho de haberme propiciado un tema sobre el que investigar y siguió con otra sugerencia:

– Oye, se me ocurre que también podrías investigar si se puede establecer algún tipo de correlación entre las frutas que pongas y las especies que las visiten.

Me fascinó que de repente estuviéramos hablando con tal nivel de fluidez. En su cabeza se acababa de producir un mágico destello de conectividad y coherencia que había conseguido burlar al alzhéimer, aunque sólo fuera por unos minutos.

Seguí alabando su capacidad de sugerir cosas interesantes y le dije que me había dejado descolocada con sus observaciones. Y era verdad. No he tenido todavía ocasión de investigar sobre los sentidos de las mariposas, pero lo haré. Me intriga saber si poseen un órgano olfativo y cómo perciben los colores.

Aproveché todo lo que pude los mágicos minutos que nos brindó la conversación sobre las mariposas y sus propuestas de investigación. Momentos como este cada vez son menos frecuentes.

*

Los trozos de sandía que puse en el jardín han atraído al ejemplar que presuntamente vi sobre la manzana. No puedo asegurar que sea el mismo, aunque sí es de la misma especie.

Había pensado dedicar a esta mariposa un artículo desde la sección La ventana del naturalista de este blog, pero me ha apetecido hacerlo desde esta sección dedicada a la Creatividad y el alzhéimer a raíz de la fantástica conversación que mantuve con mi padre sobre el tema.

 

¿Poda o asesinato?

Acabé el último artículo de esta sección, titulado Loti y el rincón de pájaros, con el siguiente párrafo:

Comentamos lo fabuloso que resulta que alguien te preste un libro interesante. Y seguimos haciendo planes para el rincón de pájaros y hablando de muchas otras cosas, entre ellas del tilo, que se yergue majestuoso a la derecha del magnolio. Hace unos días, sobre una de sus ramas había un pájaro de cuatro patas boca abajo y uno de dos patas encima, presumiblemente molestándolo…

Deliberadamente señalé en color la última frase y utilicé el pasado. Quise anticipar este nuevo artículo.

Últimamente, en el transcurso de las conversaciones telefónicas que mantengo diariamente con mi padre, me había explicado en varias ocasiones que había descubierto un pájaro colgando boca abajo de una rama del tilo que hay en el jardín.

Siempre que me informa sobre algún descubrimiento de este tipo, trato de que se centre en describirme con precisión lo que ve y el lugar exacto desde donde lo percibe. Algunas imágenes de su entorno puedo recrearlas e imaginar aproximadamente lo que está viendo, pero hay cosas que me resulta complejo imaginar a distancia y trato de asegurarme que sabré encontrar el lugar que atrae su atención, cuando tengo ocasión de verlo en directo.

El pájaro, que presumiblemente colgaba de la primera rama del tilo que sale hacia el norte, estaba en una posición incómoda y le parecía además que otro pájaro más pequeño estaba posado encima y lo estaba molestando. En algunos momentos le daba la impresión de que el pájaro colgante tenía cuatro patas y en otros no estaba muy seguro.

Intento dar credibilidad a todo lo que me cuenta porque sé que sus visiones fantásticas a veces acaban por tener alguna explicación. No sé si puedo llamarlas explicaciones lógicas, pero sí sé que lo que percibe, es en ocasiones explicable, a pesar del alzhéimer.     

Trato por tanto de escuchar con atención lo que describe y procuro que incorpore el máximo de detalles posible, haciéndole preguntas que incluyen conceptos diferentes (la forma, el color, la distancia a la que está, etc.) De esta manera intento también mantener vivo el vocabulario que utiliza. Percibo las dificultades que le supone encontrar las palabras que necesita, y cada vez más, usa conceptos generales (lo que vuela) para referirse a cosas en particular (pájaro).

Tengo la impresión de que el diálogo que mantenemos contribuye a que algunas palabras y conceptos no se desvanezcan con tanta rapidez. Aun así, lo van haciendo inexorablemente.

Algunas de las imágenes que él percibe, le producen desasosiego. En este caso, la observación reiterada del pajarito boca abajo, le condujo a pensar que el animal estaba sufriendo y era necesario salir al jardín para desengancharlo. El siguiente paso fue planear cómo hacerlo. Tuve noticias de un intento de salida nocturna al jardín con escalera para liberar al pobre pájaro. Afortunadamente el intento pudo ser atajado.

Algunos de sus planes causan ciertos trastornos en el entorno familiar, por decirlo de una manera suave. El aparentemente inofensivo pajarito colgando de una rama, amenazaba con provocar consecuencias mayores. Para poder actuar de alguna manera, lo primero que me planteé fue intentar percibirlo.

En cuanto pude, realicé una maniobra de localización en directo: me situé bajo el tilo y fui señalando todas las hojas que presumiblemente podían ser el pájaro boca abajo, mientras él me orientaba, desde el interior de la casa, sentado en el silloncito (como él lo llama a veces), desde el que percibía la escena.

Fue fácil dar con las hojas en cuestión. Después de localizarlas hice fotos desde el lugar donde él las veía.

La experiencia me dice que a veces lo que no soy capaz de percibir en directo en un momento dado, puedo hacerlo a posteriori a partir de fotografías.

Justo cuando disparaba la cámara un mirlo se posó en una rama. La segunda hacia el norte.

Estuvimos los dos un buen rato observando la rama del tilo, él viendo el pájaro boca abajo y yo tratando de encontrarlo, sin conseguirlo.

Si lo hubiera conseguido no tengo claro qué habría hecho.

Sólo puedo explicar por tanto lo que hice a continuación: practicar un acto de poda o asesinato, según se mire.

Decidí cortar las ramas de donde pendían las hojas-pájaro. Me costó hacerlo porque me dolía eliminarlas de esa manera, pero me preocupaba que siguieran colgadas y desembocaran en nuevos planes que entrañaran riesgos innecesarios.

Salimos ambos al jardín y le conté lo que iba a hacer, sin esperar a que el manifestara si le parecía bien:

Voy a cortar estas hojas porque me parecen un auténtico peligro para cualquier pájaro que se quede posado encima.

Mira, le dije- y le enseñé las hojas. – Las he quitado todas y no he encontrado ningún pajarito. Tal vez el que has estado viendo se ha podido desenganchar solo, pero de esta manera ningún otro correrá el riesgo de tener un percance similar.

Mi explicación fue un intento de suavizar un acto que me resultó un tanto violento. Procuré poner el énfasis en aquello que a él le preocupaba: que un pajarito estuviera sufriendo. La poda tenía por objeto evitar que otros se encontraran en una situación similar. No tengo claro que le convenciera del todo mi explicación.

No obstante, mi acción no tuvo mayores consecuencias. Le mostré las hojas que había arrancado porque él temía que el pájaro estuviera entre ellas y pudo comprobar que no le estaba engañando.

No ha vuelto a hacer referencia a ningún pájaro boca abajo.

¿Qué habría pasado si hubiera arrancado las hojas del tilo sin estar él delante? Era una opción, sin duda alguna: eliminar el problema sin que se diera cuenta. Pero para detectar al pájaro- hojas tuve que contar con su colaboración, así que tratar de seguir contando con él me pareció lo mejor, aunque fuera un simulacro.

Tal vez no fuera la mejor decisión y podía haber cortado las ramas mucho rato después, en algún momento en que él no hubiera estado delante.

Hay cosas de las que se olvida en décimas de segundo y hay otras que permanecen en su cabeza algunos días, a veces, muchos. Es difícil predecirlas.

Me afectó la poda o asesinato, según se mire. Me cargué literalmente el pájaro que él percibía (en realidad era más de uno) después que me indicara dónde estaba y sentí que en cierta medida lo estaba traicionando porque se avino a explicarme dónde estaba, sin saber que lo que yo iba a hacer al poco rato era hacerlo desaparecer.

Esta vez no me he esforzado en ver el pájaro que cuelga boca abajo. No me he dedicado a examinar las fotografías que hice desde ángulos y perspectivas diferentes, las tres que he incorporado a este artículo. Arranqué las hojas y ya no existe.

Las acciones que a veces llevo a cabo para tratar de evitar algunos problemas no siempre me satisfacen.

Hubiera preferido sin duda alguna haber podido mantener un tema de conversación agradable en torno a un nuevo pájaro-hoja.

No siempre es posible hacer lo que uno desea. Me consuela pensar que siempre cabe desear hacer, todo aquello que sí es posible. Y siento que hay muchas cosas posibles por hacer, todavía.

Loti y el rincón de pájaros

 

En cuanto tuve claro que tenía que cambiar de estrategia y centrar la atención en un libro de Pierre Loti que mi padre trata de leer y que perteneció a su padre, lo primero que hice fue arreglarle el lomo, que se había despegado y amenazaba con extraviarse.

Fue una maniobra amable centrada en el libro y en mi padre. Ambos son muy valiosos y me propongo cuidarlos. El libro lo es para él. Y él lo es para mí. Después de encolarlo y tenerlo sujeto unas horas con gomas elásticas, parece que ha quedado en mejores condiciones. Me refiero al libro, claro está.

Que decidiera cambiar de estrategia, no significa que abandonara otros planes dirigidos a atraer la atención de mi padre sobre ciertas cosas agradables. El libro que le presté convive sin problemas con el de Pierre Loti y sé que ha dedicado algunos ratos a hojearlo, leerlo, estudiarlo o familiarizarse con él.

El propósito de dejarle el libro era por una parte intentar desviar su atención del de Loti, cosa que ya no voy a tratar de hacer, y por otra estimular su interés por los pájaros. El objetivo incluye, además del préstamo del libro, planes para colocar algunos elementos que los atraiga al magnolio (sector norte del jardín), para que él también se fije en ellos y desvíe la atención de la imagen inquietante que percibe cuando está en el exterior: una mujer a punto de caerse de una ventana (sector sur).

El propósito es por tanto crear un rincón de pájaros. Las maniobras para conseguirlo ya han empezado. Hace ya días reuní un par de herramientas sencillas, algunos materiales para montar una ristra de cacahuetes como las que yo pongo en casa y un soporte para colgar media manzana. Hubiera sido más fácil y rápido montar la ristra en casa y luego llevársela, pero me pareció mucho más interesante que participara en su construcción.

 

Nos instalamos en el jardín y trabajamos conjuntamente: yo perforaba los cacahuetes con un punzón y el los ensartaba en un alambre. La tarea le resultaba ardua y en algún momento le ofrecí ayuda, pero no la quiso.

– Tranquila muchacha, que yo soy perseverante…, me dijo.

En momentos como este me doy cuenta de que en muchas ocasiones los enfermos de alzhéimer expresan a la perfección lo que necesitan:

Que los que les rodean tengan paciencia y acoplen su ritmo al de ellos, que suele ser más lento y pausado.

Que vayan lentos, extraordinariamente lentos incluso, no significa que no puedan hacer determinadas cosas, sólo necesitan invertir más tiempo, mucho más tiempo a veces, que otras personas.

Eso desespera a los que van a otro ritmo, entre los que me incluyo. Como él no puede cambiar su ritmo y yo sí puedo, cuando me di cuenta, inspiré y exhalé tranquila y relajadamente, entre cacahuete y cacahuete. La ristra pronto estuvo lista para ser instalada.

Días atrás, realizando algunas maniobras de distracción a las que me referiré en otro momento, encontré unos recipientes de cristal amarillo muy apropiados para convertir en bebederos. Se los enseñé y le gustó la idea de llenar uno de agua y colgarlo. Nos dimos cuenta al hacerlo de que la luz, al incidir en el cristal, produce un bonito efecto.

El rincón admite todo tipo de elementos, así que decidimos chinear en busca de objetos atractivos que pudiéramos incorporar a las ramas del magnolio.

La excursión al bazar supuso, como siempre, tener ocasión de ver mil y un cachivaches y de dialogar sobre asuntos diferentes.

Encontramos una casita colgante para pájaros , en el sector dedicado a la fauna y junto a ella un hotel para insectos con el mismo aspecto de casita, construido también con materiales naturales. Le expliqué en qué consistía y para qué se utiliza y le comenté que llevo tiempo observando un interés creciente por atraer insectos, en vez de considerarlos animales dañinos y molestos.

Después de bromear un rato y contrastar opiniones convinimos que era preferible no adquirir un hotel de tales características. Atraer pájaros es una cosa, pero tener una colonia de insectos viviendo en un hotel construido exprofeso, no acaba de encajar con algunas aspiraciones familiares.

La casita que escogimos lleva días colgada del magnolio junto a una incipiente flor. Hemos incorporado otros elementos que aún no he tenido ocasión de fotografiar. De momento no tengo claro si los pájaros se sienten atraídos por el rincón, pero sí sé que mi padre está fascinado con el libro que le presté. Ayer, durante nuestra conversación telefónica diaria, me habló de él espontáneamente y de cómo lo está disfrutando. Tiene intención de comprárselo porque alguien que no recuerda exactamente quien es, se lo ha dejado y cree que tendrá que devolvérselo pronto.

Comentamos lo fabuloso que resulta que alguien te preste un libro interesante. Y seguimos haciendo planes para el rincón de pájaros y hablando de muchas otras cosas, entre ellas del tilo, que se yergue majestuoso a la derecha del magnolio. Hace unos días, sobre una de sus ramas había un pájaro de cuatro patas boca abajo y uno de dos patas encima, presumiblemente molestándolo…

La mujer de la ventana y una bailarina en lo alto de una palmera

Contaba en el artículo que titulé “Estrategias” que hay una imagen que había tratado de ver recurriendo a todos los trucos que se me habían ocurrido y funcionado en otras ocasiones, y no lo había logrado.

La imagen en cuestión es una persona que parece que va a caerse de una ventana o del tejado. La percibe mi padre cuando su vista se queda posada en un punto concreto de la casa de un vecino.

Me sucedió que en el momento de subir la fotografía que había hecho de dicho punto, a la página del blog que estaba construyendo (en castellano), para ilustrar el artículo, de pronto vi lo que presumo que él percibe.

Previamente lo había intentado sin conseguirlo y lo último que se me había ocurrido había sido pedirle si me podía tratar de describir a la mujer en cuestión. Acababa de hacer fotos del lugar donde posa la vista y se las enseñé a través de la pantalla de la cámara por si a partir de ellas me daba alguna pista. Y me la dio, pero no la supe interpretar hasta pasados unos días.

A pesar de las dificultades que le supuso, trató de colocar su cuerpo en la misma posición que la persona que ve, sentado en la silla donde habitualmente pasa largos o cortos ratos en el jardín, según el día. Sujetó horizontalmente la muleta que le ayuda a caminar con ambos brazos estirados y trató de levantar una pierna doblada con el propósito de apoyar el pie sobre la muleta. No llegó a hacerlo, pero capté la posición en la que él intentaba colocarse y volví a mirar y a mirar la casa del vecino, sin éxito.

Pero lo cierto es que no me había olvidado la descripción que me hizo y de pronto al ver la fotografía en un tamaño reducido (siempre antes la había agrandado), percibí la silueta que él había tratado de reproducir con su cuerpo.

Le he pedido a una amiga entrañable que me eche una mano para trazar sobre la fotografía la silueta que mi padre percibe, después de haber hecho un burdo intento yo misma, con la intención de que todos la podáis ver.

Creo que nadie pondrá en duda que es posible ver a la persona que da la impresión que va a caerse. Yo no diría que es producto de las alucinaciones que produce el alzhéimer. La interpretación que hace su cerebro en este caso de lo que su vista percibe, tiene sentido. No sé expresarlo de otro modo. Los especialistas en el tema seguro que podrían dar explicaciones al respecto.

Lo que yo quiero, es dejar constancia de que vale la pena escuchar y atender lo que dicen los enfermos de alzhéimer y no dar por sentado que tienen alucinaciones inexplicables cuando ven cosas extrañas. Y si los entendidos en la materia defienden que el término correcto es “alucinaciones”, por lo menos deberían considerar la categoría de “alucinaciones explicables”.

Este no es el único ejemplo que puedo poner. Hace unos meses, cuando los Pájaros-Hojas (otro magnífico ejemplo) habían ya caído, un día de lluvia y viento mi padre me contó por teléfono que había una bailarina en lo alto de una palmera de la casa de un vecino.

Me llevé una sorpresa y probablemente me reí, pero no me burlaba de él, y eso lo percibe a la perfección a pesar de la enfermedad. Sabe que me río con las cosas que me cuenta porque me interesan y me divierten y además lo hace con mucha gracia. Ver (imaginar en mi caso) a una bailarina, danzando bajo la lluvia, en lo alto de una palmera, tal como él me lo contó, a mí me pareció sumamente divertido.

Aquel día me describió a la perfección lo que veía, con la lucidez además, de saber que lo que estaba viendo era producto del efecto de la lluvia y el viento sobre las hojas de la palmera. En ningún momento dio a entender que la bailarina fuera real. Sin embargo, como toda su vida, se prestó al juego y a la imaginación.

Memorizo visualmente los lugares y las cosas que llaman su atención para poder hablar de ellas aun estando a distancia, y sé perfectamente qué aspecto tienen las palmeras que ve desde el comedor, sentado en su butaca. Le prometí llevar mi cámara de fotos en cuanto fuera a verlo por si estaba a tiempo de atrapar a la bailarina pero  dos días después me dijo que ya no estaba.

Sin embargo, hice fotos de las palmeras el primer día que lo pude ir a ver. Sentía haberme perdido a la bailarina y así se lo dije.

Me olvidé de las fotografías hasta que días después las descargué en el ordenador y las archivé. Las estaba mirando y súbitamente me entró un ataque de risa: allí estaba la bailarina con su inconfundible tutú y un brazo apoyado sobre él, inmóvil como un autómata que se hubiera detenido en mitad de un movimiento.


Me entró mucha ilusión al comprobar que no me había perdido a la bailarina. Sí me perdí su danza alocada bajo la lluvia.

Presumiblemente el día que él la vio bailar, las hojas se agitaban frenéticamente dando la impresión que danzaba al son del viento. La lluvia las había mojado y tengo la impresión, a raíz de lo que él me contó, que el tutú se percibía aún mejor.

*

Tratar de ver lo que él ve, es para mí un reto y también una cuestión de respeto y consideración. Y ello influye en la manera como nos relacionamos. Sería muy distinto si mi risa fuera de burla o mi actitud de desprecio antes las inexplicables cosas que ve, que resulta además que sí son explicables (por lo menos algunas).

Ya lo he comentado otras veces, la risa es contagiosa y nos sienta a los dos de maravilla. Sus visiones son una fuente de diversión e inspiración para mí y nos permiten además tener largas charlas en torno a ellas.

El proceso que trato de seguir para intentar de descubrir el sentido de las imágenes que percibe me resulta difícil y me exige esfuerzo, paciencia y tesón. Estoy convencida de que el ejercicio me ayuda a tener una actitud respetuosa y empática hacia todas las personas (aunque no siempre lo consiga). Le estoy muy agradecida.

Milanos de primavera

Mientras planeo e imagino el desenlace de los milanos de miraguano que siguen bajo las campanas que los protegen, he salido con la cámara en busca de otros milanos de primavera que llevo días observando.

Los milanos son los apéndices con pelos que tienen las semillas de diversas plantas, árboles y arbustos. Les proporcionan la facultad de volar y planear a merced del viento, y así se diseminan contribuyendo a la propagación de la especie.

Siempre me han interesado los mecanismos que tienen las semillas de las plantas para dispersarse. Las estrategias que han desarrollado con el objetivo común de perpetuarse son muy diferentes: chorros a propulsión, latigazos, lanzamiento con resorte, caída libre efectuando giros en espiral, pelos voladores, pelos adherentes, frutos sabrosos, etc. Las soluciones a un mismo problema son tan variadas que siento envidia de la diversidad de mecanismos que exhibe la naturaleza para dar continuidad a su existencia. Trato de que me sirvan de inspiración.

Los milanos o pelillos sedosos se disponen adoptando formas que varían según las especies. Los que he estado observando hasta ahora me hacen pensar en plumeros y sombrillas. También son muy variados los receptáculos que albergan las semillas mientras van madurando hasta que están listas para salir literalmente volando de las cápsulas que hasta entonces las han contenido. Las hay diminutas y numerosísimas con una sola semilla en su interior, como las que tienen diversos árboles de la familia de las salicáceas (álamos, sauces, chopos, etc.) Podéis ver algunas en las imágenes siguientes:

También pueden estar todas las semillas reunidas en el interior de un único compartimiento o fruto, como ocurre con el miraguano:

Y ni siquiera hace falta que exista una cápsula o envoltura. Las flores amarillas del diente de león (Taraxacum officinale) de la familia de las asteráceas, se transforman en magníficas esferas etéreas compuestas de semillas filiformes coronadas por sedosos milanos voladores que se van desprendiendo progresivamente:

Otras asteráceas con flores amarillas más pequeñas y menos vistosas que los dientes de león generan también esferas pilosas y compactas de apariencia liviana:

Las semillas están preparadas para emprender el vuelo, pero a veces las delicadas esferas se deshacen formando pubescentes madejas colgantes:

Si hace unos días declaraba que me gustaría poder experimentar la sensación de sumergirme en un mar de polen dorado, hoy declaro que me encantaría poder atravesar un prado repleto de dientes de león y desprender a mi paso, cientos, miles de milanos voladores para que llegaran a todos los lugares del mundo.  

Popularmente, a estos milanos se les conoce con el nombre de angelitos

Festín de néctar y polen

 

Observo estos días con cierta envidia el festín de néctar y polen al que dedican largos ratos a lo largo del día, un gran número de insectos.

Son atraídos por las corolas vistosas y suculentas de las flores del  Chrysantemum coronarium  que  popularmente se conoce con los nombres de ojo de buey o flor de muerto, entre muchos otros.

Estas flores, de la familia de las asteráceas, además de ornamentales son comestibles y se consumen habitualmente en Japón y también en Creta. Tienen un crecimiento rápido y una floración abundante, y se convierten en una fuente de alimento muy apreciada por los insectos de hábitos florícolas como la Oxythyrea funesta de las siguientes imágenes.

Este es un coleóptero polífago de la familia de los escarabeidos, conocido con el nombre de escarabajo de las flores, escarabajo dorado o escarabajo peludo. Es muy frecuente en la Península Ibérica, y se le puede ver sobre flores de muchos tipos.

 

 

 

Me dan cierta envidia cuando los veo literalmente metidos de cabeza en las flores, como si se lanzaran a un mar de néctar y polen, que imagino blando y suave. Me gustaría poder experimentar esta sensación y sumergirme yo también en un mar de polen dorado.

Los Chrysantemum constituyen también un lugar ideal para aparearse en primavera. Se pueden ver a los escarabajos haciendo piruetas sobre las flores, disfrutando juntos del baño de polen.

Hay otros animales que frecuentan estas flores. Pero creo que no se sienten atraídas por ellas, sino por la multitud de insectos que las visitan. Esperan pacientemente que llegue alguna presa …

Y de vez en cuando cae algún incauto.