Medio eclipse de sol

 

Hace ya unos cuantos días, cuando llamé a mi padre por teléfono con objeto de mantener nuestra conversación diaria y contribuir así a ejercitar sus capacidades, mermadas por el alzhéimer, estaba sentado bajo el tilo de su jardín.

Es un lugar que identifico sin problemas y que puedo recrear mentalmente en muchos sentidos. A veces pasamos largos ratos sentados juntos bajo el árbol. En aquel momento él estaba contemplando el cielo desde donde estaba y me contó que justo estaba observando medio eclipse de sol.

¡Qué poético y sugerente! Nunca había oído hablar de medio eclipse. De uno parcial sí, pero medio me pareció mucho más divertido e interesante.

No supe en realidad a qué se refería exactamente así que preferí escuchar. Tuve la impresión de que tal vez había transformado el eclipse de luna que había tenido lugar unos días antes, en un medio de sol. O tal vez no, y había integrado medios datos sobre un anunciado y próximo eclipse total de sol, visible sólo en Estados Unidos, y por eso sólo tenía en mente medio eclipse.

Sus explicaciones sobre él fueron muy confusas. Creo que trataba de explicarme algo relacionado con los eclipses en general. Algo sobre “los dos” que lo provocaban, como si se estuviera refiriendo al sol y al objeto (la luna) que se interpone entre él y la tierra, produciendo un transitorio apagón solar.

De pronto me dijo:

– Lo que produce sombra está ahí. Mmmmm … Una especie de… mmmmmm… una especie de cubo con una casita encima… No sé…

Tengo la impresión de que cuando dice: “No sé” (con tono dubitativo), es que tiene dificultades para seguir, por motivos que pueden ser diferentes.

Pensé que posiblemente el cubo con la casita encima debía corresponderse con la silueta de alguno de los edificios que ve a lo lejos sentado bajo el tilo, pero no sé realmente a qué se refería.

Su explicación me volvió a parecer poética y sugerente. Me hizo pensar en el Pequeño Príncipe de Saint-Exupéry e imaginé un planeta cúbico con una casita encima produciendo medios eclipses de sol, periódicamente.

Atender sus explicaciones no cuesta. Lo que resulta difícil es intentar racionalizar este tipo de conversaciones y además creo que no tiene ningún sentido. ¿De qué sirve tratar de convencerle de que no hay ningún eclipse si él lo ve, aunque sólo sea medio? ¿de qué sirve explicarle que es la luna y no un cubo con casita la que produce eclipses?

Resulta más fácil y creo que también más estimulante invitarle a seguir hablando y a describir o contar lo que intenta, ayudándole con alguna palabra, aunque le cueste, y a escuchar con paciencia sus explicaciones, que suelen ser lentas, reforzándolas con frases sencillas como ésta:

– ¡Qué suerte tienes de estar viendo medio eclipse! Desde mi casa ya no puedo ver el sol, se ha escondido tras el promontorio que ocupa la casa del vecino. Los eclipses son fenómenos muy interesantes. A mí me gustan mucho. (Contesta que a él también)

No recuerdo cómo siguió la conversación, pero sé que saltamos a otro tema en cuanto fue posible. A veces sólo se trata de efectuar una maniobra suave de cambio de dirección.

Oye, mientras tú estabas ahora disfrutando del eclipse, ¿sabes qué estaba haciendo yo?

– No, ni idea.

Pues estaba atando las tomateras del huerto con unas fibras vegetales que compré el otro día yendo contigo.

– ¿Conmigo?

Si, no sé si te acordarás de que hace ya unos días fuimos a comprar verduras y estuvimos sentados un buen rato bajo un roble.

– ¿Un roble?

Sí, un roble al lado de una balsa con peces

– ¡Ah sí, ya me acuerdo! Me gusta mucho ese sitio. ¿Tu has estado alguna vez allí?

Si sí, el otro día compré allí unas fibras vegetales.

– ¿Fibras vegetales?

Sí, no sabría decirte qué tipo de fibras, hay muchas diferentes. Todas están hechas con plantas, como la pita, el yute o la rafia. Son ideales para atar las tomateras porque son biodegradables a diferencia de los plásticos.

Sí, puede ser.

Esta última frase también la usa con frecuencia. Admite como una posibilidad que lo que le cuento pueda ser cierto, pero sólo como posibilidad. En este caso no dice: ¡Hombre, eso no lo sabía yo!, cosa que hace en otras ocasiones, como ya he contado. No sé de qué depende, pero tengo la impresión de que cuando exclama esta última frase lo hace con sorpresa y curiosidad y ganas de saber incluso más cosas y lo cierto es que no todos los temas le suscitan el mismo interés. En este caso reconozco que el eclipse era más interesante que mis fibras vegetales, pero el intento de efectuar una maniobra suave de cambio de dirección me llevó a ellas sin habérmelo propuesto.

De las fibras saltamos al plástico. Le expliqué que tiempo atrás había usado cordeles de plástico para atar las tomateras hasta que alguien entendido me hizo una reflexión y me sugirió que no lo volviera a emplear. No es biodegradable y hay que retirarlo manualmente de las matas cuando éstas mueren a finales de verano para evitar que caiga al suelo y se mezcle con la tierra.

O sea que el plástico es biodegradable?

– No, no, lo contrario. El plástico no se degrada y cada año se recogen toneladas de plásticos de los mares de todo el planeta, a donde han ido a parar como residuos.

– ¡Hombre eso no lo sabia yo!

Su frase denotó su interés de forma inequívoca. Aproveché y seguí proporcionándole toda la información que se me ocurrió en relación con el problema que representan para el planeta los residuos plásticos que genera el hombre. La conversación fluyó a mejor ritmo que minutos atrás cuando empezamos con el medio eclipse.

Y pocos minutos después me contó que se había enterado de que en una playa de aquí cerca tenían problemas a causa de los muchos plásticos acumulados y no se podían ni bañar de la cantidad de botellas y eso que se habían acumulado en … en… en…

– ¿En el mar?, le ayudé a completar.

Puso en juego una inteligente maniobra: se apropió de informaciones que yo le acababa de proporcionar, las transformó creativamente (probablemente las mezcló con otras cosas) y las hizo emerger al cabo de muy poco en la conversación, participando así en ella con mucho sentido. Además, atribuyó lo que sabía a que lo había leído en algún sitio. Probablemente en el periódico. Lo lee cada día. Lo hace en más de una ocasión porque a menudo no se acuerda de que ya lo ha estado leyendo u hojeando. También por el hecho de que cada vez le resultan más incomprensibles las noticias que en él aparecen. Últimamente, me lo comenta a menudo:

– Oye llega un momento en que yo me pierdo con lo que pone el periódico.

– ¡No me extraña! le digo. ¡No hay quien entienda cómo funciona el mundo! En general está el panorama muy loco, aquí y en todas partes. Y manifiesta estar completamente de acuerdo conmigo.

No era la primera vez que ponía en juego dicha maniobra, ni la primera vez que yo me daba cuenta. Pero sí es la primera vez que yo estuve reflexionando sobre ella. Podía convertirse en una posible estrategia a poner en práctica por mi parte ahora que había trascendido el terreno de las observaciones inconscientes.

Cuando más datos recientes tenga sobre un tema que sea objeto de conversación entre nosotros, más podrá intervenir él, aportando la misma información (transformada) que se le acaba de proporcionar. Se trata por tanto de proporcionarle datos, entendibles y sencillos que él pueda manejar y recordar en el transcurso del rato que dura la conversación por teléfono. Así él se siente protagonista porque también aporta datos interesantes a la conversación. Suelen ser bastante originales.

Encuentro poéticas sus transformaciones y también sugerentes, creativas y divertidas. Cada vez estoy más convencida de que el cerebro de los enfermos de alzhéimer se resiste a la desintegración y sigue buscando caminos alternativos para ejercer las funciones que siempre ha llevado a cabo.

Me parece admirable. A un cerebro que se resiste (el suyo) pienso que hay que seguir proporcionándole todos los estímulos que sea posible. Y esto, para mi cerebro, es un reto fascinante.

 

En el «Garden»

 

Bandeja de «coleos» del Garden

Quise escribir este artículo hace tiempo, acompasándolo a una de las actividades conjuntas que meses atrás estuvimos realizando mi padre y yo, pero entonces no encontré el momento de hacerlo y lo hago ahora, en diferido. El último artículo que he publicado en esta sección del blog, titulado: “¿Dónde están los otros?”, me ha hecho pensar en mi antiguo propósito y me ha impulsado en cierto modo a recuperarlo a raíz de la reflexión que en él he plasmado, sobre las personas del entorno cotidiano de los enfermos de alzhéimer, como mi padre, que asisten con estupor a la pérdida progresiva de memoria que éstos experimentan y acaban por desaparecer de sus vidas.

Durante el invierno pasado y probablemente también algún día de otoño y primavera, uno de nuestros destinos frecuentes cuando salíamos juntos de paseo fue el “Garden” (un centro de jardinería). Ambos compartimos el interés y el gusto por las flores, las plantas y los árboles y también por todo tipo de animales. Por la naturaleza, en definitiva. El lugar constituye un auténtico catálogo de seres vivos, condensados en un espacio relativamente pequeño.  Reúne especies botánicas para todo tipo de jardines y para nosotros tiene un gran valor.

Adelfas blancas

Aprovechábamos las ocasiones que se presentaban de realizar algún pequeño encargo familiar en el “Garden” para alargar la visita todo el tiempo que nos era posible disfrutando de un paseo relajado entre mesas, estantes, tendales y otros espacios y rincones llenos de macetas con plantas y flores de todo tipo, que suscitaban muchas conversaciones entre nosotros.

En el pasado habíamos visitado diferentes centros de jardinería, pero una serie de factores han hecho que en los últimos meses hayamos visitado siempre el mismo, a unos pocos minutos en coche del domicilio familiar, justo al lado de una gasolinera, que también nos ha brindado la oportunidad de realizar otra actividad conjunta: poner combustible al vehículo.

El espacio ha posibilitado que hayamos podido desarrollar magníficas sesiones sensitivas y tridimensionales para ejercitar la memoria mientras paseábamos.

Adelfas de dos colores diferentes

 

Cuando llegábamos al “Garden” saludábamos a la única persona que solía estar a disposición del público:

 

–  Buenas tardes, venimos a comprar un saco de tierra de castaño, pero nos entretendremos un buen rato paseando por su “Garden”, porque nos gusta mucho ver sus flores y recordar el nombre de todas las que ustedes tienen. Espero que no le importe que nos pasemos un buen rato mirando y hablando. A la salida cogeremos el saco.

El saco de castaño cambiaba según el día por: un insecticida para acabar con las mariposas del geranio, una verbena de color violeta, sobres de hierro para las gardenias, etc. El resto del mensaje solía ser similar y lo repetía cada vez que íbamos al “Garden”.

Flor de hibisco

Me esforzaba en acentuar la palabra “recordar” al decirla. El amable jardinero nos sonreía y nos invitaba a pasar y a estar todo el tiempo que quisiéramos viendo sus flores. Creo que captaba lo importante que era para nosotros esta visita-paseo. Lo de menos era el saco de tierra, o cualquiera de los otros productos, que nos llevábamos.

Yo le dirigía una sonrisa amable y sincera. Agradecía la comprensión que demostraba cuando nos invitaba a pasar y a estar el tiempo que nos apeteciera.

Creo que una sencilla y discreta explicación facilita a las personas del entorno cotidiano, “los otros”, entender algunas cosas. Además, generalmente todo el mundo siente satisfacción cuando gracias a ellos otras personas se sienten bien. Por eso acentuaba también “su Garden” cuando hablaba con la persona que nos atendía. Sus flores, nos brindaban la magnífica posibilidad de pasar un buen rato y activar la memoria y me parecía bonito que lo supiera.

Flor de hibisco

“¿Lo conoces?”, me preguntaba mi padre.

“No, pero me gusta saludar amablemente a todo el mundo”, le contestaba.

Y el añadía:

“A mí también”.

Y es cierto. Siempre se ha relacionado bien con la gente, con todo el mundo, aunque ahora le cueste y en general muchas cosas y personas le produzcan extrañeza.

En el “Garden” hay muchas cosas que ver y sobre las que hablar. Las sucesivas vistas que le hemos hecho me han servido como detector de pérdida de memoria. Además de no recordar visitas anteriores, o vagamente, (hecho que hay que tomarse en la medida que se pueda, como una ventaja a la que hay que sacarle partido por el componente de novedad que entraña), he ido percibiendo cómo escapaban de su cabeza muchos nombres de plantas y flores conocidas y algunos recuerdos asociadas a ellas.

«Crosandra»: Flor desconocida para nosotros

Generalmente hacíamos un recorrido aleatorio por donde nos interesaba y nos deteníamos en los sitios que más nos llamaban la atención. A veces era él el que hacía una observación, otras era yo. Comentábamos por ejemplo la diversidad del color de las flores de una misma especie como los rododendros o las camelias, la vistosidad de algunas flores como las gazanias, lo elegante que nos parecía una planta determinada, etc. En el “Garden” siempre hay letreros y eso nos permitía ejercitar la lectura. Algunos nombres nos resultaban conocidos, otros nos sonaban familiares y otros no los habíamos oído en la vida. A menudo imaginábamos cómo sería tener mucho dinero para comprar el “Garden” entero y una casa con un jardín enorme para colocar todas las plantas y los árboles en él.

También en alguna ocasión hemos rememorado juntos algún rincón del jardín de la abuela, su madre, donde los primos habíamos pasado algunos veranos juntos. Hace ya tiempo que creo que no puede construir una imagen mental de él.  No obstante, yo le describía algunos rincones tal como los recuerdo y les poníamos las flores directamente en el “Garden”, así nos concentrábamos en lo que estábamos viendo y en los recuerdos verbales. Me parece una actividad bastante creativa, ahora que lo pienso. Nos convertíamos por un rato en recreadores del jardín de la abuela aprovechando las flores que íbamos encontrando y nos lo recordaban.

Romero

Se sucedían recuerdos dispersos y hablábamos, tocábamos y olíamos todo lo que podíamos. La sección de plantas aromáticas era de parada obligada. Paseábamos la nariz por encima del romero mientras yo lo agitaba un poco con delicadeza, y lo mismo sobre la lavanda y el tomillo. Cuando salíamos lo hacíamos atravesando una zona con helechos. Siempre le han gustado de una manera especial y ha tenido muchísimos. Ahora prácticamente no los reconoce y les presta poca atención. Un signo inequívoco de su deterioro.

En otros tiempos, ambos nos habíamos divertido con los helechos. Conservo una serie de fotografías que le hice un día, a petición suya, que titulamos: «El hombre-helecho«.

Helecho de los que le gustan

Se puso debajo de un ejemplar magnífico que tenía en aquella época y las largas frondas le hacían las veces de peluca vegetal. Nos reímos mucho haciéndolas. Hace poco, al rememorar el episodio, que él no recuerda, pero le referí con detalle, le propuse que participara en una nueva y simpática serie: «El hombre-glicinia«. Posó con gusto para mí bajo la enredadera florida del domicilio familiar y lo hizo con mucha coquetería. Las fotografías que hice forman parte de mi colección privada.

Glicinia (floración de verano)

No sé si podremos volver al “Garden”. Lo escribo con pena. He revivido agradablemente algunos de los ratos que hemos pasado juntos en él mientras escribía este artículo y he acabado acercándome a él para pedirle al amable y comprensivo jardinero que me dejara hacer unas fotos para ilustrar este artículo.

No es el alzhéimer, sino los problemas de movilidad, atribuibles a su edad y a su cojera de nacimiento, los que están limitando últimamente los escenarios posibles para ir a pasear. 

Sin embargo, siempre trato de considerar las nuevas limitaciones que va apareciendo como nuevas oportunidades. No tengo ninguna duda de que encontraremos nuevos espacios para compartir nuevas experiencias, que tal vez también puedan ser objeto de un nuevo artículo.