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88. Sonrisa de bombón
Hace unos días mi padre cumplió 88 años. Ya no es consciente de su edad. El alzhéimer le ha arrebatado la mayor parte de fragmentos que configuraban su historia personal y recuerda pocas cosas de su vida. Y sin embargo la esencia de su identidad perdura. Yo así lo percibo.
Hace ya mucho tiempo que no hablamos de su edad. Para cualquiera que tenga dificultades para recordar lo que ha vivido, puede ser motivo de tristeza y contrariedad que otras personas les digan la edad que tienen. No poder recordar lo que ha pasado en el transcurso de tantos años produce desasosiego.
Pienso en mi padre. Aunque pudiera sumar los fragmentos dispersos que deambulan entre los espacios en blanco que invaden su cabeza, el resultado no equivaldría a sus años de vida. Se le han perdido tantos, que la diferencia llega a ser inquietante. Tardé un tiempo en comprenderlo.
Ahora, en caso de que por algún motivo hablemos sobre su edad, ésta es la que él siente que tiene. Da igual que haya una diferencia de décadas respecto a la real. No le afecta a nadie que supongamos que él tiene 30 o 40 años menos.
Hace meses recurrí a las matemáticas para tratar de convencerle de que efectivamente tenía la edad que yo le decía y que a él le parecía exagerada e imposible. Partimos del año de su nacimiento y calculamos la diferencia hasta el año 2000. A continuación, le sumamos los años de este milenio que ya han transcurrido. No creo que pudiera siguiera el razonamiento y las operaciones mentales que yo fui explicando en voz alta hasta el final. Además, el resultado le pareció incorrecto. Traté de insistir y repetimos el proceso, pero no logré convencerlo y además me ofreció una explicación para mi error de cálculo. Me dijo que el resultado estaba mal porque habían cambiado el sistema. Me hizo mucha gracia su explicación y también me pareció deliciosa.
Tengo la impresión de que el año 2000 constituía para él una especie de barrera infranqueable. Fue cuando cambiaron el sistema. El sistema de contar años supongo. Y sonrío mientras lo escribo porque cambiar el sistema de contar cosas, aunque no sean años, me parece una idea genial y muy sugerente.
Después de este episodio me di cuenta de que no hacía falta insistir sobre su edad y adopté desde entonces la actitud que ya he explicado. Él decide según se siente.
El día de su 88 cumpleaños estuve dudando sobre si hacer referencia a la fecha y tratar de celebrarlo o no decirle absolutamente nada.
En estas ocasiones trato de pensar y valorar las cosas desde varias perspectivas, que incluyen como mínimo la mía y la suya. Intentar ver las cosas desde su óptica es complejo y no sé si lo consigo. Lo intento con la idea de ser el máximo de respetuosa.
Hay cosas que los enfermos de alzhéimer pueden decidir y hacer y no hace falta que los demás las hagamos por ellos. Me parece justo tratar de contar con sus opiniones y animarlos a expresar cómo se sienten respecto a cosas que les afectan.
El día de su cumpleaños acabé comprando una caja de bombones Ferrero Rocher, gracias a una sugerencia familiar. Le encantan y me apetecía regalársela le contara el motivo o no.
Cuando llegué a su casa me senté a su lado, lo saludé y empezamos a hablar hasta que estuve segura de que me había reconocido y ubicado. Entonces saqué la caja de bombones.
Me hubiera gustado hacerle una foto en aquel instante. Mi padre siempre ha sido muy expresivo. He contado en alguna ocasión que su parecido con el actor cómico francés Louis de Funes, fue notable en una época, hasta tal punto que hubo quien lo llamaba señor Funes. El parecido no sólo era físico, también en cuanto a la capacidad de gesticulación y expresividad del rostro (y en realidad no ha desaparecido).
Esa capacidad nos ha permitido comunicarnos sin palabras en innumerables situaciones a lo largo de nuestra vida. Y seguimos haciéndolo. Usamos un código basado en gestos y miradas que ambos conocemos a la perfección. Los mensajes que intercambiamos son claros e inequívocos. Tal vez sea lo que explique que yo aún perciba la esencia de su identidad.
En cuanto vio la caja de bombones puso cara de sorpresa agradable y esbozó una sonrisa encantadora que me sale llamar sonrisa de bombón para tratar de describirla. Pronunció también un: «Ohhhhhh», con un tono inconfundible de satisfacción.
Me hizo reír. Hay cientos de cosas que no puede recordar y sin embargo reaccionó a la caja de bombones instantáneamente con una expresión que denotaba mucho interés.
– “Is for you”, le dije en inglés (Ahora lo usamos poco pero antes lo empleábamos a menudo en nuestras conversaciones).
Se llevó un dedo al pecho y me miró cómo preguntando: ¿Para mí? En otro momento probablemente habría dicho “¿why?”
– ¿Sabes qué día es hoy? le pregunté. Y sin darle tiempo a pensar siquiera le dije: 27 de octubre.
–Ahhhhhhmmmm, dijo esbozando una sonrisa.
Aunque no sepa cuál es su edad, sí puede recordar la fecha en que nació. Le di la caja de bombones y me dijo:
–Me gustan.
–Lo sé. Contesté con una sonrisa.
La celebración de su 88 cumpleaños prácticamente se redujo a los escasos minutos que duró la entrega de la caja de bombones. En ningún momento preguntó cuántos años cumplía.
Pusimos la caja en el comedor, en una mesita auxiliar que alcanza desde donde se sienta. En ella suele tener alguno de sus dulces preferidos. Después de comer le enseñé de nuevo la caja de bombones y le invité a coger uno.
La colocó ante sí y la abrió. Le costó un poco decidirse por uno de los 24 bombones. La caja es cuadrada y los bombones están colocados de una manera curiosa que dificulta contarlos. 24 no es el cuadrado de ningún número, así que disponerlos ordenadamente ocupando la forma de un cuadrado tiene su perendengue. Me río mientras escribo esta palabra. La decimos mi padre y yo en ocasiones, cuando viene a colación en la conversación. Equivale a decir que algo ofrece dificultades, que es un lío. A los dos nos hace mucha gracia y siempre nos acabamos riendo. Además, la decimos mal, la alargamos duplicando una sílaba: perendendengue. Nos da lo mismo. Así suena más divertida y liosa.
Tiempo atrás mi padre pasaba largos ratos dedicado a contar el número de bombones que contiene este modelo de caja. A lo largo de sus 88 años se ha comido unas cuantas… Contaba una y otra vez cambiando de sistema. A veces empezaba por arriba y otras por abajo. Pocas veces el resultado le salía como el anterior.
Después de decidir qué bombón se iba a tomar me ofreció uno. Siempre lo hace. Decliné amablemente su ofrecimiento y le expliqué que no me gustan.
– ¡!!¿No?!!! Dijo sorprendido como si no fuera posible que no me guste algo que a él (y a muchísima gente) le parece delicioso.
Me reí y le dije que prefiero las cosas salada a las dulces. Inclinó la cabeza y puso cara de escepticismo. Tengo la impresión de que le cuesta entender que no me gusten los bombones.
Ahora la caja ha sido trasladada a un lugar donde él no la puede ver ni alcanzar. Creo que tiene dificultades de administración y hay que asesorarle.
No sé si realmente tiene dificultades o es otra cosa. Los bombones le apetecen a cualquier hora del día y como no sabe si ya se ha comido alguno o no, ante la duda, repite.
*
Las fotografías que ilustran este artículo no las hice el día de su cumpleaños si no a posteriori. El día que hizo años pasamos una tarde magnífica ocupados ambos en una tarea muy especial. Me estuvo ayudando. Para mí, fue una bonita manera de celebrar sencillamente que aún podemos compartir buenos ratos. Quería contarlo, pero lo dejo para otro artículo.