Osos y aguacates

 

Desde que inauguré esta sección del blog dedicada a la creatividad y el alzhéimer, con el artículo titulado Pájaros-Hoja y Hojas-Pájaro, me pasa que no tengo tiempo de escribir sobre algunas cuestiones y anécdotas en el momento en que suceden. Por eso ya hace tiempo, mucho más del que en realidad hasta ahora he sido consciente, tomo notas improvisadamente en cualquier sitio que puedo cuando se me ocurren cosas y trato también de anotar palabras, expresiones, sugerencias, detalles de la conversación, etc. cuando hablo con mi padre por teléfono. Luego trato de trasladar todo lo que acumulo a una libreta que tengo dedicada exclusivamente a ello.

Tal vez no pueda escribir a posteriori sobre algunas cosas de un modo tan vívido como si relatara algo que acaba de suceder, pero el registro que llevo me permite recuperar anécdotas, reflexiones, ideas, inquietudes, y algunos planes que me hubiera gustado llevar a cabo y no he podido por diferentes motivos. Todo este material en bruto tiene para mí un valor inestimable.

Escribir sobre el tema no me resulta fácil y procuro siempre afrontar con buen humor todo lo que conlleva la enfermedad de mi padre. Escribo siempre desde la perspectiva de una persona que lo acompaña algunos ratos, puntualmente, y habla diariamente con él por teléfono. No soy su cuidadora. Si lo fuera, pasaría  24 horas al día con él y no sé si entonces podría percibir las cosas de la misma manera que lo hago ni adoptar actitudes que ahora me cuesta poco mantener.

Nuestro contacto puntual facilita probablemente que podamos reírnos juntos de muchas cosas, así que trato de aprovechar al máximo, en este sentido, los ratos que pasamos uno junto a otro o los momentos en que tenemos ocasión de charlar, aunque sea a distancia.

Hoy quiero recuperar una anécdota que registré gracias a  tener la costumbre de hacer fotografías. La cámara, para mí, constituye una herramienta tan inestimable como el lápiz y el papel, para tomar notas. Las fotografías además me proporcionan datos que de otra manera creo que no sería capaz de recoger, como las fechas y horas exactas en que se produjo un determinado suceso. Las tengo ordenadas en carpetas con títulos sugerentes y muchas de ellas acaban formando parte de los artículos que voy escribiendo para esta sección, como el de hoy: Osos y aguacates.

Un día de principios de marzo estuve con mi padre mirando y comentando los dibujos de uno de sus libros de mandalas, en el que entonces estaba trabajando. El cuaderno no es de mandalas propiamente si no que contiene dibujos variados, preparados para colorear y enviar como una postal, si se desea. Fue el primero que le regalé de este tipo y nos ha dado muchísimo juego para poder entablar conversaciones en torno a temas muy diferentes por la variedad de diseños y motivos que contiene. Lo compré en una tienda de artículos de regalo de origen danés que ha establecido una cadena de establecimientos con el nombre de Tiger.

Aunque él me ha leído el título que aparece en la portada miles de veces cuando hablamos por teléfono (sonrío con cariño mientras escribo esto), ahora no puedo acordarme de él. Está en un idioma que ambos desconocemos y siempre probábamos distintas pronunciaciones para las palabras que aparecen en la cubierta y no he conseguido retenerlas. Uno de los dibujos que hay en el cuaderno consiste en un grupo de osos que ocupan toda la página, sin dejar ni un solo espacio en blanco.

Tardé un tiempo en memorizar las imágenes para poder identificarlas a distancia cuando él me describía los dibujos en los que estaba trabajando o los que ya había completado.  Lo hago con cada nuevo cuaderno que empieza y me lleva un tiempo situarme y reconocer qué describe. Durante el periodo de memorización se producen conversaciones como ésta:

Él: … en esta hay … animales…. Son muy grandes

Yo: ¿elefantes?

Él: ¡No! Están todos apretujados y no sé si van a acabar peleándose porque tienen cara de pocos amigos.

Yo: ¿Osos?

Él: ¡Eso! Osos.

El dibujo le inspiró pintar de gris el cuerpo de los osos. También aplico un poco de color rosa en algunas zonas. Los osos tienen rostro, pero no estoy segura de que él los perciba de la misma manera que otras personas.

Le gusta pintar rostros y expresiones. Es un artista haciéndolo. Tiene tendencia a transformar e intervenir sobre algunos y también los pinta en sitios que a veces resultan sorprendentes. Hace pocos días por ejemplo convirtió el dibujo de una aleta para bucear, de las que se colocan en los pies, en una monja muy expresiva. Me lo contó muy divertido y yo la encontré estupenda. Imaginad cómo lo hizo…

Con los rostros de los osos realizó un trabajo muy especial. Les puso otros.  Mirad la fotografía otra vez:

El caso es que ese día en que estuvimos comentando y viendo en directo la lámina de los osos, poco rato después tuvimos también ocasión de comer juntos.  La sobremesa se alargó un ratito y los platos fueron desapareciendo hasta que el mantel quedó limpio y despejado. Entonces apareció un aguacate encima. Estaba destinado a mí. Me encantan los aguacates y siempre agradezco un regalo así.

El aguacate atrajo la mirada de mi padre y me di cuenta. Lo tenía colocado enfrente, a una distancia de dos o tres palmos, sobre la mesa.  Lo estuvo observando un buen rato. Ladeaba la cabeza cambiando ligeramente la posición como para modificar la perspectiva con que lo veía. Lo hizo varias veces, contemplándolo absorto mientras degustaba una pastilla de café con leche, que le gustan con pasión. De pronto me miró y me dijo:

Oye, a qué te recuerda esto (refiriéndose al aguacate), si hubiera muchos, bueno unos cuantos juntos, sobre la mesa.

Detecté sonrisa guasona, y percibí un destello de luz en sus ojos, que entrecerró de forma especial. Le miré, luego posé la vista en el aguacate.  Titubeé … y me esforcé…

y prorrumpí en carcajadas antes de poder pronunciar palabra.

¿Osos apretujados? Conseguí preguntarle un instante después

Y se sumó a la risa que tan bien nos sienta a los dos.

Su asociación visual me pareció espléndida y más si se tiene en cuenta la manera en que él ha trabajado los rostros de los osos. Se corresponden con el hoyuelo que tienen los aguacates en la parte superior, en el lugar donde estaba insertado el pedúnculo.

Cuando llegué a casa hice una foto del aguacate y la guardé en una carpeta junto a otras imágenes que acabo de recuperar.

Ahora que he pensado, rememorado y escrito sobre este episodio me vuelve a entrar la risa de nuevo, como si pudiera vernos a ambos aquel día, muertos de risa los dos mirando un aguacate sobre el mantel de la mesa del comedor. La escena en sí no tienen nada de hilarante, pero yo la recordaré con sumo cariño, como un mágico momento de complicidad y de buen humor compartido que el alzhéimer no logró enturbiar.