Todas las entradas de: marta

De caballito a caballito

 

Hace meses que le doy vueltas al contenido de este artículo. Hoy, por fin voy a lanzarme a escribir sobre un asunto que tiene que ver con la manera en que yo me planteo la relación con mi padre, enfermo de alzhéimer.

Para poder entender lo que voy a explicar, es necesario leer antes otro artículo del blog, que no pertenece a esta sección. Siento plantearlo como una condición previa, pero es imprescindible saber lo que expongo en él para poder sumergirse en la lectura de éste. Daré por hecho por tanto que aceptareis mi invitación a leer:  El creador dinámico: el hipocampo, y después de hacerlo, volveréis a este punto.

De Robb (Katzili at de.wikipedia), CC BY-SA 3.0,

 

Ahora sabréis cuan magnífico percibo a mi hipocampo o caballito de mar y el trabajo que llevo tiempo realizando con él, aunque no haya revelado demasiados detalles al respecto.

A mi caballito le gusta navegar entre anémonas de mar

Mi caballito está ocupadísimo realizando misiones. He sido yo quien le ha pedido explícitamente que se ocupe de algunos asuntos que me interesan, aunque también trabaja por cuenta propia en otros temas, sin que yo se lo pida. Lo hace a todas horas del día, incluso durante la noche.

Mi caballito empatiza con otros caballitos, aunque algunos de ellos no lo sepan.

Cuando inicié el creativo y poético proceso de autoconciencia de mi hipocampo, traté de explicarle a mi padre lo que estaba haciendo. De eso hace ya muchos meses.

Tenía diferentes motivos para hacerlo. El primero de todos es que le encanta que le explique en qué anda entretenida mi cabeza y más aún cuando lo que hago es explorar ideas novedosas y originales. Un segundo y poderoso motivo tiene que ver con las funciones que ejerce este órgano y las alteraciones que sufre a raíz del alzhéimer. No voy ahora a tratar de explicarlo, me basta con comentar que el hipocampo es el centro gestor de la memoria y que se alía en cierta manera con las amígdalas, que gestionan las emociones, para desempeñar su función. También juega un papel importante en la plasticidad neuronal.

Los bosques de anémonas atraen a ciertos caballitos marinos, entre los que se cuenta el mío.

Tratar de estimular de manera creativa y poética el hipocampo de mi padre me pareció una idea bonita y posible, carente de riesgos.

Lo primero que hice fue explicarle sobre la existencia de este órgano y sobre algunas de las funciones que desempeña. Siguió mis explicaciones y creo que las entendió perfectamente. También le hablé de cómo percibo mi caballito y del ejercicio de visualización creativa que llevo a cabo con él.

Después de mis apasionadas explicaciones me dijo:

– ¡Pues mi caballito está chuchurrío!

Nos reímos los dos. Pronunció la palabra «chuchurrío» con la gracia que lo caracteriza y él mismo fue el que le dio un giro positivo a su comentario. Un comentario producto de un instante de lucidez en el que puso de relieve cómo percibe él su deterioro, aunque no pueda entenderlo ni explicarlo.

Aunque me reí con él, me entró una pena inmensa al pensar en la percepción que él había tenido de su hipocampo, debido a mis explicaciones. Me sentí como si hubiera conseguido el efecto contrario al que había pretendido.

Y fue en aquel momento cuando pensé en concentrarme en su caballito chuchurrío y en pedirle al mío que me ayudara a estimularlo. De ahí el título de este artículo: De caballito a caballito.

Me concentro en la imagen que a mí me sugiere esta frase cuando hablo con él en directo o por teléfono y la evoco en muchos otros momentos en los que mi caballito hilvana y teje ideas entre las anémonas, para poner en práctica con él.

Tiempo después de este primer intento, volví a hablarle de caballitos y le invité a imaginar el suyo.  Me dijo que tenía las pezuñas rojas. Y yo le contesté diciendo que los caballitos de mar no tienen pezuñas, a diferencia de los terrestres.

Afortunadamente mi comentario le entró por una oreja y le salió por la  otra. Le dio exactamente igual mi observación y siguió con las pezuñas. Me dio una lección.

¿Quién soy yo para poner en duda que su caballito es como él lo quiera imaginar?

¿Por qué dejo que la imagen que yo tengo de mi propio caballito haga emerger prejuicios sobre cómo debe ser el de otras personas?

¿Por qué invito a los demás a imaginar su caballito con total libertad y luego no respeto lo que han imaginado?

Me bastó con hacerme estas preguntas para cambiar radicalmente de actitud y las pezuñas rojas acabaron por parecerme sinceramente espléndidas y así se lo transmití.

Las anémonas permiten a los caballitos protegerse de  posibles depredadores

Creo que aquel día también aproveché para contarle que todos los hipocampos son melómanos, aunque no todos lo sepan.

No pude llegar más lejos con el tema. Hablamos recurrentemente de su aspecto y poco más.

Tiempo después, no sé precisar cuánto ni cuándo, volví a invitarle a imaginar su caballito, después de introducir el tema con alguna sencilla explicación. Sorprendentemente aquel día fue rápido en su respuesta:

-Ya tengo el mío: Es un caballito, pero como si fuera un camello. En lugar de joroba lo que tienen es una cesta muy grande de bronce y allí puedes echar cosas o como cenicero. (Aquel día tomé nota escrita de su descripción)

Esta vez no fallé. Alabé con entusiasmo el aspecto de su caballito-camellito y dejé que la conversación se extinguiera de forma natural.

La descripción que acababa de hacer era la de una pieza real que tiene, en realidad creo que de dos, ambas de bronce, cuyas imágenes probablemente superpuso mentalmente y a las que mezcló la del caballito que yo le había invitado a imaginar.

No he vuelto a hablar con él del hipocampo y no creo que lo vuelva a hacer.

Sin embargo, mi caballito no ha renunciado ni un ápice a tratar de seguir estimulando el suyo por muy chuchurrío que esté y tenga joroba o pezuñas rojas.

*

 Mi caballito es un poco travieso. Os ha hecho creer que se ha paseado últimamente entre anémonas marinas, cuando en realidad lo ha hecho entre los estambres de la flor de una alcachofa.

Memantina y glutamato

 

Había pensado en escribir un artículo con este título dentro de unos días, después de haber tenido tiempo de constatar los efectos de una nueva medicación que está tomando mi padre. Se la recetó el gerontólogo hace ya días, después de la visita a su consulta y del interrogatorio al que lo sometió.

La memantina (el nombre del principio activo) es el cuarto medicamento, por orden de aparición, que se está probando en enfermos de alzhéimer en fase moderada y grave. A diferencia de los anteriores, éste hace efecto sobre el glutamato, una substancia altamente perjudicial cuando su presencia se incrementa en el cerebro a raíz de la enfermedad y que afecta las conexiones neuronales.

Memantina. Imagen: https://www.hipocampo.org/articulos/articulo0233.asp

Se administra de forma progresiva, empezando con una dosis mínima que se va incrementando semanalmente durante un mes hasta llegar a los 20 mg diarios, que es la dosis recomendada. Ahora él está tomando 15 mg.

No sé si puedo atribuir a la memantina la conversación que tuve ayer con él. Fue ESPECTACULAR y agarré el lápiz y el papel para no perderme detalle de los temas que abordamos y cómo los fuimos conectando.

Lleva tres días saludando con un alegre y expresivo: Hello! que antepone a la frase: ¿Qué cuenta mi hija Marta? Yo contesto también alegremente: Hello! How are you?, sabiendo de antemano que está conectado y receptivo y eso me da oportunidad de muchas cosas…

A su pregunta de ayer contesté explicándole lo que estaba haciendo un rato antes de llamarle por teléfono:

-He estado leyendo para preparar unos cursos que voy a impartir próximamente.

-¿Sobre qué son los cursos?, me preguntó.

Y seguí:

– Sobre cómo potenciar las emociones agradables y positivas en el aula, la risa, el buen humor, el optimismo, el sentido del humor, la curiosidad, etc.

Le conté que las emociones agradables tienen unos efectos sobre el organismo impresionantes y que  la risa es capaz de reforzar el sistema inmunitario y hacernos más resistentes a las enfermedades.

– ¡Hombre!, exclamó, ¡por eso yo nunca estoy enfermo!

Y los dos estallamos en carcajadas. Es verdad. Tiene toda la razón del mundo. Está enfermo de alzhéimer y viejecito pero nada más.

Le pareció interesantísimo el tema y me manifestó su deseo de apuntarse a mis cursos. Le prometí hacerle uno particular, para él solo.

Sé que a él le gustaría colaborar conmigo y participar en estos cursos y le expliqué que están dirigidos específicamente a profesorado pero que sus comentarios me hacen pensar en otros contextos posibles de aplicación y me dan muchas ideas.

Le expliqué que estoy contenta de saber el poder que tiene la risa. Las lecturas me están permitiendo conocer los sólidos argumentos que está aportando la ciencia para explicar sus beneficios. Lo que antes podía defender a través de la intuición y la convicción, ahora puedo hacerlo a través de las aportaciones de la neurociencia.

Seguí contándole que hace años, cuando trabajaba como docente con un grupo de mujeres de etnia gitana, me llamaban a menudo la atención porque las risas de mi clase se oían desde todas partes y molestaban a otras personas.  Ahora me siento feliz de saber que aquellas mañanas de risas y carcajadas contagiosas probablemente ayudaron mucho más a todas aquellas mujeres, y a mí misma, que cualquiera de las actividades que llevamos a cabo con seriedad.

Me acuerdo perfectamente de algunos de los episodios de risa más agudos de aquella época y le expliqué qué hacía para generarlos. Siguió mis explicaciones divertido, intervino con acierto y coherencia y le pareció genial todo lo que le estaba explicando.

Me interrumpió en algún momento para decirme emocionado que siente admiración por mi trabajo y que me augura un futuro espectacular.

Se lo agradecí muchísimo y nos reímos los dos de nuevo.

De ahí saltamos a hablar de las estrategias de los seres vivos para hacer frente a ciertas circunstancias adversas y cómo por ejemplo los árboles se despojan de sus hojas para hacer frente a la sequía y luego le expliqué algunas ideas sobre la relación de la creatividad con los armadillos, que no voy a desvelar.

Nuestra conversación pudiera parecer errática, como el vuelo de las mariposas sobre las flores, pero no lo fue, para nada. Saltamos creativamente de un tema a otro conectando ideas y después de compartir con él mis ideas secretas sobre los armadillos y la creatividad y de que él me dijera que aprende mucho conmigo, le dije que yo también con él.

Hablamos entonces de aprendizaje en dos direcciones y de comunicación, con una fluidez impresionante.

Es cierto que aprendo muchísimo de él. No sé si él realmente lo percibe así, pero yo lo intento. Siento no poder explicárselo como años atrás hubiera podido hacer, pero en realidad no importa.  Lo que importa son las posibilidades que tengo en el momento presente de intentarlo:

-Tienes que saber, le dije, que eres mi interlocutor preferido para comentar las ideas en torno a las que trabajo. No te creas que yo me atrevo a contarle a todo el mundo las cosas que te cuento a ti.

Oí su risa emocionada y agradecida

-Algunas de las ideas que tengo y que quiero poner en práctica son bastante novedosas y no todas las personas las aceptan o las entienden.

Me interrumpió:

-Oye, pues yo APERTURA TOTAL (lo escribo en mayúsculas porque así es como me sonó)

Y me arrancó otra oleada de risa, que se reprodujo también al otro lado del teléfono.

– Oye, ¡es verdad, eh!, me dijo

Lo sé, lo sé, no tengo ninguna duda, le contesté yo sonriendo.

Lo conduje de nuevo al principio de la conversación e insistí que me siento contenta de poder constatar que existe una base científica sólida que abala muchas de las ideas que llevo años poniendo en práctica. Le dije que pienso sacarle partido al asunto y tal vez acabe escribiendo algún artículo. ¿Y por qué no un libro?, me preguntó.

Volvió a augurarme un futuro prometedor en … No supo decirme dónde y yo tampoco, pero eso nos provocó la risa de nuevo.

Convinimos que el dónde no importa, que lo que importa es ser feliz y hacer feliz a los demás (ambas cosas están relacionadas). Y acabamos la conversación quedando en reírnos mucho en directo en cuanto nos veamos.

¡Viva la risa!

(¡y la memantina!) que escribo entre paréntesis por si acaso…