Hoy quiero lanzar un reto a todos los matemáticos del mundo: ¿por qué no crean una fórmula capaz de predecir el comportamiento o las reacciones de los enfermos de alzhéimer?
Me río sola, después de escribir lo que acabo de escribir. Aunque pudiera ofrecer una sustanciosa recompensa a quien lo lograra, no creo que exista persona alguna capaz de crear una fórmula así. El alzhéimer y las matemáticas están reñidos.
Siempre me han fascinado las matemáticas. Aunque hace mucho tiempo que me quedé estancada con ellas. Me fascina la capacidad que tienen de explicar e interpretar el mundo y los sucesos que en él acontecen. No sé explicarlo de otro modo. Capto belleza en ello, aunque yo no domine el lenguaje y tenga por costumbre aplicar otro tipo de fórmulas muy distintas, artísticas y poéticas, para interpretar mi entorno.
Una fórmula que pudiera calcular de antemano las reacciones (R) de los enfermos de alzhéimer (sujetos, X, Y, Z, etc.), a partir de los estímulos recibidos (Er → Er1, Er2, Er3, Er4, etc.), ayudaría a estar preparado para reaccionar, valga la redundancia, a sus comportamientos.
Reaccionar significa aceptar, entender, acompañar, tranquilizar, etc.
Se me ocurre una manera sencilla de expresarlo:
(x)× (Er1+Er2) = R(x)
El producto de la idiosincrasia del individuo x, por la suma de los estímulos recibidos, equivale al conjunto de reacciones o respuestas de dicho individuo ante tales estímulos.
Me entra la risa de nuevo, afortunadamente… ¡No hay fórmula que valga! Las reacciones (R) de los sujetos (x, y, z, etc.) no se pueden predecir y tampoco las reacciones (RR ) de los sujetos (α, β, γ, etc. ), que comparten vida y vivencias con los enfermos.
Sigo jugando:
Aunque no domine el lenguaje matemático, puedo expresar muchas cosas, sutilmente, a través de él, poética y artísticamente…
Como no existen fórmulas conocidas, sólo se puede reaccionar (RR) improvisando.
Propongo incorporar a la improvisación ingredientes como la creatividad, el cariño, el respeto, el buen humor, la paciencia, la comprensión, la tolerancia, etc.
Si existiera una fórmula predictora, hubiéramos podido anticipar la reacción de mi padre después de la visita al gerontólogo, a principios de esta semana.
Ese día, cuando hablamos por teléfono, como hacemos diariamente, percibí en él una desorientación espectacular. Resultaba sumamente difícil llevar adelante la conversación. Intentó explicarme espontáneamente dónde había estado por la mañana o durante el día, pero se le mezclaban recuerdos inconexos, personas, lugares y tiempos imposibles de reconciliar. Y creo que también la angustia de no saber que estaba en casa.
En momentos así, él se da perfecta cuenta de la dificultad que le supone la comunicación. Las palabras no aparecen por mucho que las busque y en ocasiones no se corresponden con los conceptos que quiere expresar.
En momentos así, siente angustia y no sabe lo que le ocurre.
Me pregunté qué demonios le habría pasado, para que de un día a otro hubiera experimentado tal bajón. Y di rápido con la respuesta: La visita al hospital y el interrogatorio del médico le habían afectado profundamente. Y tengo claro, en parte, por qué: porque el cúmulo de preguntas que no pudo responderle a pesar de haber tratado de hacerlo (el médico se quedó por lo visto impresionado con sus habilidades para responder con tácticas evasivas), le habían sumido en un mar de confusiones.
Traté de ponerme en su lugar por un instante: Cómo me sentiría yo si no supiera quién soy, dónde vivo, con quién vivo, que he hecho en mi vida, cómo he llegado hasta aquí y qué hago hablando con un tipo con bata blanca que no conozco de nada y no deja de hacerme preguntas molestas.
No me hace falta seguir.
Después de unos minutos de conversación angustiosa a través del teléfono decidí interrumpirlo:
–Mira, le dije, vamos a dejar el tema por hoy porque te está costando mucho explicarme lo que quieres.
–Oye, sí, no sé lo que me pasa– contestó.
Y seguí:
–Pues yo sí: Tu cabeza se está poniendo un poco viejecita y se llena de lagunas y tienes que ir pegando brincos porque a veces no encuentras lo que quieres y confundes algunas cosas, y más aún cuando estás cansado.
Y contestó:
– ¡Jo! ¿Sólo un poco viejecita dices?
Y nos reímos los dos.
Mi explicación le tranquilizó momentáneamente. Siempre ha sido capaz de aceptar lo que depara la vida y además con buen humor. Entendió perfectamente lo que le dije, aunque probablemente se olvidó al poco rato y el desasosiego parece que fue in crescendo y la noche fue agitada.
Ayer me pasé el día pensando cómo iba a transcurrir la conversación telefónica después del interrogatorio del día anterior. Afortunadamente ya se le había olvidado y pudimos mantener una animada y estimulante charla, a nuestra manera.
También estuve pensando en otras cosas durante el día: ¿Cuáles son los indicadores de calidad de vida de los enfermos de alzhéimer?
Tan pronto cómo irrumpió la pregunta en mi cabeza empecé a confeccionar una lista mental de la que ahora sólo transcribo el inicio:
La cantidad de veces (frecuencia) con que reciben:
♥ sonrisas sinceras
♥ palabras amables y gestos de afecto
♥ escucha atenta
♥…
Una pregunta tan acotada seguro que tiene respuesta en internet, me dije a mi misma. Ya casi de madrugada, no pude resistir al impulso de escribirla en el buscador de Google y de leer en diagonal, literalmente, cientos de páginas sobre el tema. Acabé abriendo una carpeta nueva que ahora contiene unos cuantos documentos.
Cuando pueda leerlos en horizontal, creo que acabaré escribiendo otro artículo. Mientras lo hacía a salto de mata, se me ocurrieron algunas cosas que dejé anotadas, para no olvidar.