Anticipé este artículo hace unos días. Me quedó pendiente explicar una deliciosa anécdota relacionada con el cuaderno de dibujos en el que ha estado trabajando mi padre, enfermo de alzhéimer, durante mucho tiempo, y al que he dedicado el anterior artículo de esta sección: “Mandalas dialogados II. Patrones”. Os invito a leerlo si todavía no lo habéis hecho.
Estaba convencida de que dicho cuaderno había pasado a formar parte de los acabados, pero no es así. El último día que estuve con él en su casa, lo estuvimos comentando de nuevo y hojeamos todas las páginas a las que todavía no ha puesto color. Tiene el propósito de seguir con él, aunque días atrás parecía que lo había aparcado definitivamente.
Hace ya meses me contó lo que había hecho al llegar a una página determinada. Ésta se compone de dibujos sueltos y el centro lo ocupa una escena que él me describió así:
– Hay un corazón y dos seres humanos besándose, o eso parece, que ha hecho el autor de la página. Entonces pone “Kiss me”.
Y siguió contándome:
– Ahora he entrado yo y lo he puesto delante de un pajarito y una pajarita. Bueno, he puesto “kis mi again”. ¿Sabes lo que significa?, me preguntó.
– ¿Bésame otra vez?, le dije yo.
-¡Exacto!, contestó
Y nos reímos los dos a ambos lados del teléfono.
Aunque afortunadamente tomé algunas notas de aquella conversación, no puedo reproducir el tono ni todas las palabras con que me describió el dibujo y su intervención, pero sé que a él le dio la sensación de haber hecho algo un poco fuera de lugar. Se excusó en cierto sentido por haberse fijado en una escena de amor explícito y recalcó que el dibujo no era obra suya, si no del autor de la página, que obviamente no era él. También expresó cierta duda sobre el hecho de que los personajes que aparecen se estuvieran besando. Es cierto que los labios de ambas figuras no llegan a tocarse, pero no creo que fuera eso lo que le impulsó a ponerlo en duda. Fue más bien su habitual recato y discreción lo que le impulsó a expresarlo así.
La escena lo emocionó de alguna manera que no sé ni puedo explicar. Pero no tengo ninguna duda que logró hacer un “clic” en el interior de su cabeza y lo conectó con sus vivencias. Aunque no pueda acordarse de hechos concretos, muchas cosas han dejado una especie de sedimento o poso. Las muestras de afecto constituyen uno de estos posos y estoy convencida de que actualmente son las que consiguen retener algunos recuerdos recientes y no tan recientes en su cabeza. Como si fueran un poderoso pegamento. La frase que él espontáneamente ha incluido en el dibujo creo que también constituye un bonito ejemplo. “Again”, expresa su deseo de preservar el afecto que recibe de las personas, aunque lo haya puesto bajo los pajaritos.
Días después, y en varias ocasiones, hemos vuelto a comentar el contenido de esta página de su cuaderno.
Aunque la primera vez dejó muy claro quién había escrito la frase, en las conversaciones posteriores que hemos mantenido, se ha referido siempre a la intervención de un gracioso, que en algún momento le ha metido mano a la página y ha escrito lo que ha escrito. Él ya no se ha vuelto a hacer responsable de la frase.
Desde el primer momento pensé que el cambio de versión no se debía al hecho de no acordarse de que había sido él, sino a la necesidad de sentirse libre de culpa en caso de que alguien lo pudiera acusar de haber escrito algo impropio. Si él no ha sido, no hay problema. A la vez el término “gracioso” le permite referirse a sí mismo sin hacerlo de forma explícita.
Recuerdo que, en más de una ocasión, cuando ha hecho referencia al gracioso, le he dicho que a mí me parecía un gracioso con mucha gracia y que la frase que ha escrito me resulta muy simpática. Mi comentario le hace cambiar el tono automáticamente: empieza a referirse a él como quejándose de lo que ha hecho (por si acaso), y en cuanto yo alabo su intervención noto cómo cambia y corrobora, divertido, que a él también le parece simpática y graciosa la frase.
La figura del gracioso que hace jugarretas no es la primera vez que aparece. Tiempo atrás fue el responsable de pintar de color verde la cola de una cabra subida a un árbol. El episodio lo mantuvo fastidiado una larga temporada, hasta que logró disimular un poco el color verde, pintando encima con marrón y ocre.
Intenté imaginar hipótesis factibles que explicaran por qué la cabra tenía la cola de color verde sin sugerirle nunca que hubiera sido él el responsable de pintarla así. Mis propuestas no lo convencieron, seguía fastidiado, como él dice, porque alguien la hubiera pintado incorrectamente.
Hace pocos días un espíritu se ha entrometido en uno de los cuadernos de mandalas centrados en los que está trabajando y ha pintado unas líneas de forma inadecuada. Ahora intenta eliminarlas con la goma de borrar, pero no le resulta fácil y le fastidia que hayan aparecido como por arte de magia sobre el papel.
Los graciosos y los espíritus me hacen sonreír. Me parece deliciosa la manera como mi padre responsabiliza a estos seres anónimos de acciones de las que no se siente satisfecho o de las que piensa que le pueden reñir por haberlas llevado a cabo. Es muy sano responsabilizar a otros de tales cosas. Se vive mucho más tranquilo así.
Sería fácil atribuir al alzhéimer la mala memoria de mi padre en relación con lo que acabo de explicar, pero yo creo que la enfermedad no es la causa.
Yo lo interpreto desde otra óptica. Una lectura reciente de un libro de Rojas Marcos, titulado: “Eres tu memoria. Conócete a ti mismo”, ha hecho que descubriera que en general todas las personas modifican sus recuerdos:
“En realidad, la memoria es creativa y tienen el poder de renovar las cosas que guarda con el fin de adaptarlas o hacerlas coherentes con los cambios que experimentamos a lo largo de la vida. Así, con el tiempo añadimos y sustraemos detalles de las experiencias pasadas que conservamos en la memoria, y cuanto más tiempo transcurre, más las transformamos. La memoria, pues, reconstruye nuestra historia con los recuerdos del ayer, pero antes los modela y los enmarca en el contexto de nuestras creencias y puntos de vista de hoy”.
Luis Rojas Marcos
Yo creo que la memoria de mi padre, a pesar del alzhéimer, todavía es creativa. No es que se haya olvidado de algunos detalles que explican cómo han aparecido palabras, líneas y manchas de color en sus cuadernos si no que ha transformado sus recuerdos para sentirse cómodo. Es preferible atribuir a otros las cosas de las que uno mismo no se siente satisfecho o seguro. En este sentido parece que su memoria funciona como la de cualquier otra persona que no sufra dicha enfermedad.
También hace lo contrario: se siente responsable o autor de cosas que no ha hecho pero que le hubiera complacido hacer y que acaba atribuyéndose. Su creativa memoria le brinda un equilibrio y una satisfacción dignas de admiración. Escribo esto con cierta envidia y también con una sonrisa en los labios.
Y acabo con una frase, también de Luis Rojas Marcos, que leí no recuerdo dónde, hace ya mucho tiempo y que ahora adquiere para mí nuevos significados:
“Para ser feliz hay que tener buena salud y mala memoria”.