El alzhéimer de mi padre avanza y el presente se torna cada día más complicado y triste también. Tengo la impresión de que pronto no podré escribir sobre la bonita relación que nos une. La enfermedad destruye su capacidad de comunicación además de muchas otras cosas. Me digo a mi misma que podré seguir escribiendo sobre anécdotas y recuerdos pasados per tal vez no consiga hacerlo sobre el presente. No puedo asegurarlo y trato de aprovechar el “ahora” al máximo.
La palabra alzhéimer lleva implícita una condena ineludible. No hay cura, no hay freno posible y tampoco vuelta atrás. Lo que se pierde, se pierde de forma irremediable y es doloroso asumirlo. Hasta ahora he tratado de salvaguardar las anécdotas y detalles bonitos y entrañables que me ayudan a describir todo aquello que nos une, pero temo no poder seguir haciéndolo por mucho tiempo, o por lo menos no con la intensidad de antes.
Hace meses que tengo ganas de contar una historia y lo voy a hacer ahora, aprovechando que todavía puedo hacerlo en presente. Algunas de las cosas que dice mi padre me sorprenden increíblemente. Son las que me hacen pensar que seguimos teniendo momentos de conexión, aunque sean breves y que él sigue conectado al mundo, a través de delicados filamentos que en ocasiones vibran. Son filamentos emocionales. Es así como me sale llamarlos. Se activan por efecto de las emociones y son capaces de establecer puentes de conexión durante un tiempo impreciso, que puede ser de sólo unos instantes.
Conocí a Serafina en la facultad de Bellas Artes de Barcelona. Fue el día en que ambas hacíamos una prueba específica para poder cursar estudios allí. Aquel día, fue el inicio de una amistad entrañable que se fue forjando durante los años de carrera (ambas conseguimos superar la prueba) y que se ha consolidado a lo largo de los más de 30 años que hace que nos conocemos.
Serafina ha formado parte de mi vida desde entonces. Mi padre me ha oído hablar de ella durante años, y sigue haciéndolo, porque inevitablemente ella aparece a menudo en nuestra conversación. También la ha conocido en directo y hemos pasado buenos ratos juntos, aunque ahora no lo recuerde. A Serafina siempre la hemos llamado: “la Sera”. Utilizamos el artículo delante de la abreviación de su nombre por influencia del catalán.
Cuando me refiero a ella en el transcurso de una conversación siempre uso su nombre entero. Lo hago sin darme cuenta y creo que es por el motivo de que pienso que así facilito a mi padre recordar quien es. Siempre empiezo diciendo: mi amiga Serafina… y entonces mi padre me interrumpe, suele mirarme si no lo está haciendo y dice: – “La Sera”, como queriendo dejar claro que sabe perfectamente a quien me refiero, y luego me deja continuar.
Dicho así puede parecer que no sea nada excepcional, pero a mí me parece increíble que reaccione como lo hace al nombre de Serafina.
Últimamente mi nombre debe ir asociado a otras dos palabras para que sepa, aproximadamente, con quién está hablando: hija-Marta-enanitos. Y aún así a menudo tengo que repetírselas y usar otros guiños que activan, supongo, los filamentos emocionales a los que me he referido para que me ubique en su particular mundo actual.
Con la Sera es infalible.
Yo creo que su nombre ejerce de detonante emotivo que activa un filamento de conexión fuertemente adherido a su sistema neuronal. Y me deja fascinada. Escribo en presente y en pasado. A lo largo de este último verano han sido muchas las veces que ha aparecido su nombre en la conversación y cada vez que esto ha pasado, él ha interrumpido para decir: “la Sera”. No puedo reproducir el tono con que lo pronuncia, pero si pudiera, creo que coincidiríais en que denota el tipo de conexión que yo sostengo que establece.
Podría pensarse que es algo similar a lo que le ocurre cuando aparecen en la conversación algunas palabras que también actúan como detonante para recuperar alguna cosa de la memoria. Me refiero a los refranes o las frases hechas. Por ejemplo, si en el transcurso de nuestra conversación diaria por teléfono yo pronuncio las palabras “poco a poco” por el motivo que sea, acto seguido él dice:
– Poco a poco hila la vieja el copo.
No obstante, pienso que no es lo mismo. El refrán lo recita de memoria, suena musical, como si recordara la melodía más que el significado. Como si oyera un par de notas al decir “poco a poco” y la melodía entera brotara entonces de su cabeza.
Con la Sera no es así. Hay algo más intenso. Su nombre genera interés, conexión y conversación. Pocos días antes de escribir este artículo le conté que estaba preparando unos materiales para la escuela a partir de unos dibujos que había hecho mi amiga Serafina.
–La Sera, dijo él.
–Sí, exacto, ¡la Sera!
– ¿y ya le has dado la gracias por los dibujos que estás usando?
– Pues no, la verdad es que no.
–¡Hombre! Pues deberías, ¿no te parece?
Me entró la risa, no pude evitarla. Su tono era entre jocoso y de amonestación. Me pareció increíble el momento de conexión y lucidez que mostraba y le contesté que tenía toda la razón del mundo y que más tarde la escribiría o llamaría para darle las gracias.
Y añadí que le contaría también que había sido él quién me había sugerido que le expresara mi agradecimiento por haber podido usar sus dibujos.
No recuerdo ahora cómo siguió la conversación con él. Sí recuerdo que escribí a la Sera, le di las gracias y le conté el episodio. Seguimos muy unidas. Hablamos a menudo sobre el hecho de que mi padre repita su nombre cada vez que le hablo de ella y la recuerde. A mi me emociona. Y a ella también. Como espero que lo haga este artículo.
Hace mucho tiempo que tengo una teoría. Explica el hecho de que mi padre sea capaz de recordar el nombre de mi entrañable amiga y lo pronuncie sin vacilar cada vez que la ocasión se presenta. Y también explica, a mi entender, muchas otras cosas. Tiene que ver con la manera en que conserva las vivencias que aún no han desaparecido de su mente. Estoy convencida de que las que están más fijadas en su cabeza son aquellas que se han quedado enganchadas por las emociones. Resisten aún gracias al poder de la cola emocional. Y también gracias a la proximidad.
El día antes de redactar el borrador de este artículo, mientras yo cosía unas etiquetas en algunas de sus prendas de vestir, traté de conversar con él sobre una caja de botones que no atrajo especialmente su atención. De ahí saltamos a comentar las habilidades familiares para la costura. A mí me gusta coser y me divierte especialmente la costura creativa. Hace muchos años asistí durante un tiempo a unas clases de corte y confección que disfruté muchísimo. Combinaba el trabajo de transformación de patrones de papel con la confección de las prendas que yo diseñaba. He olvidado muchas cosas de las que aprendí, pero otras no. Y sigo usando la máquina de coser que me regalaron en aquella época. La profesional del tema es sin embargo la Sera, que sabe cortar y coser vestidos y todo tipo de ropa. Le conté a mi padre que recientemente le habían hecho un curioso encargo:
– Mi amiga Serafina…
Me interrumpió para decir:
– «La Sera”
– Sí, la Sera. Sabe muchísimo de costura y hace poco le hicieron un encargo muy original.
– ¿Sí?, dijo interesado. ¿Y cómo sabe tanto?
– Porque hizo un curso en el que aprendió muchas cosas y también su madre le ha enseñado muchas cosas.
Seguí explicándole:
– ¿Te acuerdas de los gigantes y cabezudos que salen en las fiestas? Son personas que llevan puestas unas cabezas grandes hechas de cartón y bailan con ellas puestas.
Titubeó un poco pero enseguida dijo que sí.
– Pues le encargaron una camisa para un cabezudo que han hecho en su pueblo en homenaje a un artista que vivió allí durante la guerra y que murió hace 10 años. Se llamaba Guinovart.
– No me suena. (Seguí hablando sin dar importancia al hecho de que no le sonara)
– La Sera ha hecho la camisa, la ha pintado y hace unos días me envió una foto mientras le cosía los botones. Creo que ya la han estrenado.
–¡Jo, qué bueno!, me contestó.
Y seguí contándole:
– Los cabezudos suelen salir el día de la fiesta mayor y la celebraron recientemente. Hace unos días estuvimos hablando tu y yo de una cosa que hacen en su pueblo con motivo de la fiesta y que yo había visto de pequeña contigo y me fascinaba.
– ¿Y qué es?
– Lanzan hacia el cielo una especie de farolillos gigantes a los que prenden una mecha que tienen dentro.
Mi padre no recordaba en ese momento los farolillos ni que hubiéramos estado hablando de ellos. Yo sí. Días atrás habíamos mantenido una larga y entrañable conversación bajo el tilo con constantes referencias a mi amiga Sera a propósito de los farolillos que tanto me fascinaban de pequeña.
*
A pesar del alzhéimer mi padre capta que ambos, él y yo, somos importantes el uno para el otro. Y creo que todavía es capaz de captar que Serafina es una persona importante y especial para mí. La emoción que nos mantiene unidos a los dos, la incluye también a ella cuando aparece en la conversación.
El día que no pronuncie su nombre después de que yo diga Serafina, lo voy a sentir mucho. Pero por ahora, la Sera sigue prendida en su cabeza.