Para poder pensar en muchas cosas, mi cabeza crea imágenes.
Para pensar en el alzhéimer, he creado una imagen dinámica que a mí me parece preciosa y que tiene que ver con la edad de los árboles.
Éstos crecen por el exterior. La madera joven, recién formada (el cámbium), se forma en la parte más superficial de los árboles y hace engrosar el tronco aumentando su perímetro. El interior se va consolidando y da lugar a la madera más compacta y dura (el xilema).
Al crecer, los árboles producen anillos concéntricos que son visibles en la madera de muchas especies cuando se corta el tronco transversalmente. Cada anillo equivale a un periodo de crecimiento. En las zonas con poca variación climática, donde la actividad vital de los árboles es continua, apenas se distinguen. En las regiones donde se suceden las estaciones, generalmente los árboles producen dos anillos anuales, de colores diferenciados según correspondan al periodo de crecimiento primaveral (más claro) u otoñal (más oscuro). El grosor de cada anillo varía dependiendo de factores como el ritmo al que crece cada especie, las condiciones ambientales, etc.
Cada anillo constituye un registro de crecimiento y proporciona numerosos datos a los científicos que los estudian. Se me ocurre de repente que las líneas que configuran los anillos vienen a ser como nuestra huella dactilar: no hay dos modelos iguales. Cada árbol es único. Como las personas.
Un día, imaginé que los recuerdos los almacenamos en círculos concéntricos, como los anillos que generan los árboles al crecer. Uno por cada año de vida, dispuestos en sentido inverso a la madera. Los años de nuestra infancia situados en los anillos más alejados del centro. Cada año interconectado al siguiente, formando una red de conexiones que consolida la circunferencia y le confiere identidad.
Los recuerdos de los enfermos de alzhéimer se desvanecen progresivamente. El proceso empieza en el centro, en el espacio que ocupa el presente y sigue hacia el exterior, desdibujando las líneas trazadas durante toda una vida.
La pérdida se percibe día a día, pero no sigue una pauta fija. Es imposible cualquier intento de traducción a un algoritmo.
Hay épocas en que da la sensación de que las líneas que configuran los círculos y los enlaces, desaparecen a ritmo vertiginoso, pero luego el proceso parece ralentizarse, unos pocos días.
Llevo mucho tiempo dedicándome a pensar en la manera como la memoria parece disgregarse en fragmentos. Algunos fragmentos se volatilizan, desaparecen, otros se redibujan y se quedan prendidos en lugares insospechados porque se han desplazado a través de los espacios que han quedado en blanco. Ahora, de repente conectan dos anillos que antes estaban separados por muchos otros.
El modelo de círculos concéntricos que he imaginado para poder pensar en el proceso que sucintamente describo es un modelo dinámico.
Me permite registrar los cambios que recuerdo y que percibo, a mi manera. Me permite ensayar y probar, dibujar y poetizar sobre el alzhéimer.
Y también me permite tratar de ilustrar con una bella secuencia de imágenes, un proceso que no se puede detener y que conduce irremediablemente a la desintegración de la identidad de una persona.
Mi modelo dinámico ha saltado al papel hace muchos días. He empezado a crear una especial colección de mandalas que imagino se irá incrementando.
Dibujo cuando me apetece y tengo necesidad de explorar ideas acerca de cómo percibo la pérdida de memoria de mi padre.
Y aunque repaso los círculos frenéticamente, para que no se desvanezcan, sólo lo logro sobre el papel.
Los mandalas dialogados hace meses que han entrado en nuestra vida.
Hubo un trabajo previo, inesperado, espontaneo e intuitivo. Porque fue la intuición la que me indujo a pensar en cierto momento que podíamos sacarle partido al dibujo. Fue a raíz de un curso que impartí en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), dirigido a maestros, el primer trimestre del curso escolar 2015-16. Trabajamos en torno a una exposición temporal titulada: “Especies de espacios” y exploramos las posibilidades de aplicación de diversas actividades y ejercicios para abordar el concepto de espacio, desde perspectivas diferentes. El curso se titulaba: “Arte contemporáneo y educación especial”.
Los enfermos de alzhéimer también son muy especiales. Y mi padre, aún lo es más.
Le propuse que participara ayudándome en un proyecto experimental de dibujo para poder valorar las posibilidades que ofrece trabajar transformando figuras y composiciones repetitivas. Estos son dos de sus primeros trabajos:
El objetivo era que se sintiera útil, dedicando algunos ratos a trabajar en algo que entrañara cierta dificultad para propiciar el ejercicio de sus habilidades y capacidades. Algo agradable que se convirtiera en un estímulo. A él siempre le ha gustado participar en mis experimentos creativos o en mis jueguecitos, como los llama a veces, así que ayudarme le hace sentirse bien. Yo también realizaba los mismos ejercicios que le proponía:
Ese fue el principio y tiempo después, tras unos cuantos proyectos diferentes con más o menos éxito, llegamos a los mandalas. Los primeros aparecieron a raíz de una promoción dominical del periódico “La Vanguardia” y desde entonces han propiciado muchas cosas. Después han ido apareciendo otros modelos y otros formatos que ya no son propiamente mandalas, sino dibujos para colorear, muy diversos.
Nosotros le hemos dado a los mandalas un enfoque especial.
Además de ser un trabajo individual que tienen ocupado a mi padre ratos más o menos largos según el día, se han convertido en un motivo de diálogo constante que estimula, estoy segura, sus facultades.
El trabajo solitario y silencioso de los mandalas tiene objetivos concretos que no voy a poner en cuestión. La atención y la concentración que requiere colorearlos sin duda aporta beneficios, sin embargo, sumergen a quien los hace en cierto aislamiento, que en el caso de los enfermos de alzhéimer no tengo claro que “sea lo mejor”. Sus mundos circundantes se van desintegrando poco a poco y se quedan retraídos y confusos ante un montón de cosas para las cuales no encuentran explicación ni sentido. El progreso de la enfermedad los aísla cada vez más, de TODO.
Nuestros mandalas dialogados tienen una proyección hacia el exterior, en vez de aislar, conectan, o por lo menos, tratan de hacerlo.
Conectan porque son el centro de numerosas conversaciones que llevamos compartiendo desde hace meses. Diariamente por teléfono, y con menor frecuencia, en directo.
Las conversaciones a distancia invitan a hablar de los progresos y permiten hacer hincapié en las descripciones y recordar vocabulario:
Cuéntame en qué cuaderno estás trabajando. Explícame que elementos aparecen en el dibujo en el que trabajas o en ese que planeas empezar para que yo pueda hacerme una idea. Y dime, ¿Cómo están dispuestos esos elementos? ¿Y qué colores estás utilizando o planeas poner? Sé que el trabajo entraña dificultades, pero estoy segura que a medida que avanzas también sientes satisfacción…
Por teléfono tengo la oportunidad de alabar la gracia con que combina los colores, la sensibilidad y el buen gusto que demuestra, lo originales que quedan sus diseños, lo divertidas que resultan sus ideas, lo interesante que me parecen sus planteamientos y también puedo expresar mi impaciencia por ver en directo sus avances.
Cuando nos vemos y podemos hojear juntos los cuadernos de dibujo, las conversaciones son más intensas porque las acompañamos con nuestros gestos, rostros y expresiones. Y surge la risa muchísimas veces, cuando me cuenta lo que piensa o lo que le sugieren algunos de los dibujos que pinta. Así han aparecido también los post-it, con notas adicionales que le animo a escribir, adheridas sobre algunos dibujos, para no estropearlos. Percibo a través de ellas cómo se deteriora su caligrafía.
En ocasiones repasamos y ampliamos las notas, y otras veces escribo directamente en la esquina de algún dibujo que suscita un comentario espontáneo, para no olvidarlo.
Hemos empezado a marcar algunas imágenes, como la mujer de ojos rasgados y rasgos delicados que le he sugerido titular: “Belleza oriental”. Anduvo muchos días perdida, en manos de no sabemos quién. Ahora la tenemos localizada y con ella, otros dibujos que nos resulta fácil encontrar, cuando le apetece que repasemos sus cuadernos y dialoguemos sobre ellos. Le gustaría poder reproducir algunos diseños sobre otras superficies como madera y tela y se los imagina colocados en acogedores espacios.
Hace días sugirió algo que tal vez podamos llevar a cabo. Tengo la impresión de que él ya lo ha olvidado. Pero yo no. Es más, su sugerencia me ha hecho idear muchas otras cosas que me encantaría poder poner en práctica…
Por lo pronto, esta sección dedicada a la creatividad y el alzhéimer va a seguir creciendo, como los árboles…
Hace ya tiempo que tengo la impresión de que percibo el mundo en clave Alzheimer. Lo que quiero decir es que conecto con facilidad cualquier cosa que me suceda, vea u oiga, con el alzhéimer.
Creo que lograré explicarlo con cierta claridad si pongo algunos ejemplos. Me resulta fácil hacerlo si hablo de arte contemporáneo. Trabajo desde hace años en torno a él. Siempre lo he considerado un generador inagotable de aprendizajes. Ejerce en mí una atracción especial. Cuando me “expongo” a obras de arte contemporáneas es en cierto modo como si me expusiera al radio de acción de unas piezas con detonador incorporado, que en cualquier momento pueden causar una explosión en mi cabeza. Una explosión neuronal constructiva que consiste (así lo percibo yo), en una proliferación incontrolada de conexiones entre neuronas.
El verano pasado, estuve trabajando en torno a la “Col·lecció 31”, una de las exposiciones que actualmente muestra el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Conceptualicé las visitas y los materiales didácticos de soporte para público escolar (de 2 a 12 años) y ello me dio la oportunidad de conocer en profundidad la exposición.
Algunas de las obras que forman parte de ella hicieron que mi cabeza conectase con el alzhéimer. Dos de ellas me van a servir ahora de ejemplo para tratar de explicar el sentido de la frase que encabeza este artículo.
«Canción para lupita» de Feldmann está formada por 101 retratos de personas que tienen desde ocho semanas a 100 años. Todas pertenecen al círculo social del artista. Están dispuestas en línea, ordenadas cronológicamente y cada una de ellas lleva escrito debajo el nombre de la persona retratada y su edad.
«Canción para Lupita» de Alÿs es una instalación sencilla, con un tempo cíclico. Sobre la pared se proyecta una animación de formato reducido: una mujer repite hasta el infinito una sencilla acción que no tienen ni principio ni fin: sostiene un vaso en cada mano y trasvasa agua de uno a otro. Suena música. La letra de la canción se repite sin cesar: Mañana, mañana, mañana, mañana…
Ambos artistas realizan un trabajo que me parece especialmente atractivo e interesante. La obra de Hans-Peter Feldmann ya la conocía y la había visto expuesta en otras ocasiones en el MACBA (aunque nunca la serie completa de fotografías) y en una ocasión también en el Museo Reina Sofía de Madrid (la serie entera). De Francis Alÿs conocía otras obras, pero esta no.
Que yo sepa, ni “100 Jahre” ni “Canción para Lupita”, ni ninguna otra obra de estos dos artistas tiene que ver específicamente con el tema que a mí me ocupa en estos momentos: el alzhéimer. Sin embargo, ambas tienen relación con el concepto de tiempo. Y el tiempo posiblemente sea el que me conecta con el alzhéimer.
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Mañana, mañana, mañana mañana, repite sin cesar la letra de la canción que se escucha en la instalación de Alÿs. La melodía suena en mi cabeza, aunque no sea capaz de reproducirla. La escuché durante mucho rato durante el verano, cuando trabajaba en las salas del museo acercándome a las obras desde perspectivas y posiciones diferentes.
Defino “mañana” en clave alzhéimer:
Término que se usa con frecuencia como recurso para no contradecir a los enfermos de alzhéimer y darles largas a deseos que expresan y que desde la perspectiva del cuidador (que suele ser harto diferente a la del propio enfermo) difícilmente se pueden llevar a cabo. Supone también un intento de hacer desistir a los enfermos de llevar a cabo una idea, un plan, un propósito, etc. con la esperanza de que se olviden. Se usa con la intención de aplazar o posponer, muchas veces de manera indefinida.
También se pueden emplear muchas otras expresiones, con el mismo sentido o intención:
Más adelante, en cuanto haya ocasión, cuando podamos planearlo, cuando mejore el tiempo, cuando las temperaturas sean más agradables, mejor en otro momento, tal vez otro día, en cuanto haya tiempo, cuando estés más descansado. Mañana, mañana, mañana, mañana …
Lo que más cuenta sin embargo es el tono con que son pronunciadas estas expresiones.
También es sustancial la diferencia que resulta al anteponer “sí”, o “no”, a la palabra “mañana” o a cualquiera de las expresiones equivalentes, cuando se da respuesta en tiempo presente a los deseos expresados por los enfermos de alzhéimer.
Me tomo la licencia de prescribir el uso reiterado del “sí” y recomiendo administrarlo junto con una sonrisa sincera. Reconozco también que es difícil seguir estas indicaciones en todo momento.
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La obra de Feldmann me suscita preguntas. Una retahíla de preguntas que me da ideas. Ideas para poner en práctica, ideas para compartir, ideas para sonreír…
Veo las fotos de Feldmann y pienso en mi padre, que percibe cómo día a día se incrementa la cantidad de espacios en blanco que tiene en su cabeza. Así describe él la sensación que experimenta cuando busca y no encuentra, una cara, una imagen, un recuerdo, una palabra, un detalle. Tiene la edad de Herbert.
¿De qué me serviría ahora disponer de una colección de fotos de mi padre tomadas año tras año como las que expone Feldmann? Suyas en este caso, no de sus amistades.
Veía una línea recta en la pared y ahora se me antoja una cuadrícula si al lado de cada foto sitúo la de los amigos, familiares y conocidos que forman el círculo social del retratado.
Pienso en los años que indican las fotos: 6, 7, 8, 11, 42, 58, 83… ¿Cuántas de estas fotos debería “eliminar” si las traslado a la memoria de mi padre? Cuando trato de imaginarlo la pared se llena de espacios en blanco, como los que él percibe en su cabeza.
Me centro en las personas. ¿Cuántos rostros de la serie debería desdibujar o eliminar si se tratara de su registro personal de amigos, familiares y conocidos? ¿Cuántas son las personas de su vida que ya no figuran en ese registro? ¿Dónde han ido a parar, cual ha sido su destino?
Ahora que escribo esto, aparece otro artista en mi cabeza: ChristianBoltanski y su obra “Réserve de Suisses morts” (Reserva de los suizos muertos). No sigo la línea de pensamiento que me sugiere, pero os invito a seguir el enlace que he insertado y a descubrir nuevas conexiones.
Me detengo ante la foto de Christoper, 8 años. Me imagino a mi padre subido a los eucaliptos de la casa de los montes cuando tenía esa edad. Saltando de uno a otro por las ramas superiores, con su zapatito ortopédico. De eso no se ha olvidado. Todavía.
Me detengo ante la fotografía de las gemelas, Ginger e Yvonne de 11 años. La sustituyo por otra en la que aparecen las hermanas mellizas de mi padre, aproximadamente con esa edad. En esta foto aún existen, pero el hilo de su existencia se desvanece nada más traspasar el umbral de la infancia.
Me pregunto cómo disponer las fotos, de otra manera. En la cabeza de mi padre los recuerdos de desorganizan y reorganizan. Se disgregan y vagan libres. También se quedan prendidos en lugares insospechados y entonces hechos separados por más de 40 años confluyen en un presente real y ficticio a la vez. ¿Qué orden imprimiría él a las imágenes? Tengo la impresión de que un ejercicio así lo sumiría en el caos. Tal vez podríamos establecer grupos. Eso creo que podría funcionar. Los grupos responden a criterios y hay algunos sencillos que él puede establecer y también imaginar. Reconoce y distingue a la perfección, por ejemplo, las expresiones amables, de las que no lo son.
La madre de mi padre, mi abuela paterna, se llamaba María Victoria. Murió a los 94 años. Él ya no la recuerda viejecita, como la mujer que aparece en la fotografía de Feldmann con seis años más, la que concluye la serie, pero sí recuerda a su madre cuando era una hermosa joven. De alguna manera ha inmortalizado su belleza y siente emoción al verla en la fotografía.
Hay otras preguntas e ideas que he tenido pensando en la obra de Feldmann, pero no voy a seguir explicándolas. Permanecerán de momento en la esfera de mis pensamientos privados, junto con otras que tienen relación con otros artistas que no quiero en este momento desvelar, pero que sí tengo intención de hacer próximamente.
El objetivo era explicar qué significa percibir el mundo en clave alzheimer y creo que los ejemplos que he puesto son suficientes como muestra de las conexiones inesperadas que mi cabeza establece con el alzheimer, ante cualquier estímulo.
No siempre es el arte el detonante, pero sí muy a menudo. Tampoco las conexiones generan siempre lo mismo: puede ser que surja una definición, o una batería de preguntas que conduzca a imaginar un pequeño plan, o a ver y percibir cosas que otras personas no ven, aunque se mire lo mismo. Nunca se sabe… Prorrumpir en carcajadas ante algunas cosas aparentemente poco graciosas también puede ser una consecuencia de percibir el mundo de la manera que he tratado de explicar.
Percibir el mundo en clave Alzheimer supone estar abierto a establecer asociaciones inesperadas y a conectar mundos dispares y distantes, jugando a reducir distancias. Requiere también estar dispuesto a disfrutar, de las pequeñas cosas.
Los Pájaros-Hoja y los Hojas-Pájaro, habitan y revolotean en la cabeza de mi padre y han anidado en ella.
Así como la mayor parte de ideas que revolotean en su cabeza se desvanecen en décimas de segundo, los Pájaros-Hoja llevan tiempo instalados en alguno de los pocos circuitos memorísticos que todavía tienen capacidad para retener acontecimientos.
Yo creo que es la emoción la que aún mantiene la actividad de estos circuitos. En este caso la emoción se refiere a la inmensa CURIOSIDAD que han despertado en él esos extraños pájaros negros que se han pasado días y días (meses) pegados a una rama, hiciera viento o calma, sol o lluvia.
El primer Pájaro-Hoja apareció en el magnolio. Se pasó posado en una rama muchos días antes de descubrir que se trataba de un Pájaro-Hoja, y de que lo pudiera apresar con la cámara de fotos después de seguir la dirección en que apuntaba su muleta para indicarme con precisión el lugar donde presumiblemente andaba posado.
Los siguientes Pájaros-Hoja, que ya no eran uno, sino muchos, una bandada entera, tardé en encontrarlos. Por mucho que intentaba seguir sus indicaciones espaciales, su visión parecía ser producto de una auténtica fantasía. Hasta que me di cuenta de que tal vez lo que hacía falta es que yo cambiara mi punto de vista, por el de él. Ello implicó que yo pasara a ocupar su sillón y tratara de situarme en su misma posición, (la que adoptaba cuando observaba a los Pájaros-Hoja posados).
El segundo cambio, imprescindible para poder finalmente verlos posados sobre una de las ramas de la morera de la casa del vecino, se me ocurrió al pensar en dos conceptos que tienen que ver con la visión: claro y borroso. Pensé que, a veces, cosas que uno ve de forma muy clara, otras personas las ven borrosas, y al revés. Así que en vez de tratar de ver claro, traté de ver borroso buscando el efecto contrario. Sentada en su sillón entrecerré los ojos forzando el desenfoque, después de haber orientado la vista hacia la morera y allí estaban: TODOS los Pájaros-Hojas que nadie más que él había logrado ver hasta el momento. Dispuestos a lado y lado de la rama, uno encima de otro.
Esa primera visión, que tal vez fue para mí, también una revelación, la traduje al instante a un esbozo a lápiz sobre papel. Sirvió para conectar automáticamente ambas visiones, la suya y la mía, y que él tuviera en aquel momento la certeza de que POR FIN, yo había visto los pájaros.
Tuve claro en aquel preciso momento que se abría un mundo de posibilidades de juego, creatividad, estímulo neuronal, refuerzo de la autoestima y lazos afectivos, que me propuse explotar.
No son pájaros, son Pájaros-Hojas !!!!!!!! – Exclamé. Y es increíble la capacidad que tienes de ver cosas que otras personas no son capaces de ver. Tienes un don natural para ver y reconocer cosas originales y bonitas donde otros ven cosas normales y vulgares y te agradezco que me hayas ayudado a verlos porque así ahora tenemos un magnífico tema de conversación y planes de observación.
Meses de Pájaros-Hojas y Hojas-Pájaro, que no son lo mismo, darán pie, más adelante, a otros relatos.
Mientras escribía me ha entrado curiosidad además por la frase popular que se utiliza para referirse a algunas personas: tiene la cabeza llena de pájaros. Me entra la risa, no lo puedo evitar, de repente imagino qué clase pájaros deben llenar algunas cabezas… estoy convencida de que hay una gran diversidad…