Alimentar mentes creativas con ideas locas

Sé que debería haber empleado la palabra «alocadas» en vez de «locas, pero he querido ser fiel al término que empleé realmente sin entrar en otras consideraciones.  

El título de este artículo se corresponde con la frase que sirvió de detonante conector y reconductor en la conversación telefónica que ayer mantuve con mi padre.

Hace ya tiempo que nuestra conversación diaria empieza con lo que podríamos llamar maniobras de orientación. Mientras espero que le acerquen el inalámbrico oigo a distancia la frase que forma parte de dichas maniobras: – Es tu hija Marta.

La fórmula es sencilla y efectiva. Se ha convertido en una rutina y así mi identidad permanece generalmente estable durante la conversación y él empieza a hablar sabiendo, en aquel momento, con quien lo hace.

Las siguientes maniobras se centran en el espacio, para que pueda imaginar aproximadamente donde estoy. Esto incluye referencias al lugar de la casa donde me encuentro, el nombre de mi casa, el del pueblo donde está y otros detalles. Ahora que lo escribo pienso de pronto en Perec y unos de sus libros: “Especies de espacios”. La conexión que he establecido me hace esbozar una sonrisa. La contaré en otro momento.

Ayer, tras las primeras maniobras de orientación la conversación se centró en las nubes. En mi casa llovía y en la suya no. Lo atribuimos a los kilómetros que nos separan. Las nubes lo conectaron con los mandalas. Con un dibujo en especial, que él ha coloreado:

Él lo describe como nubes atadas con alambre de espino. Se ríe siempre que se pregunta quién puede haber imaginado unas nubes así y me recuerda que fue un familiar suyo el que le explicó que el alambre sirve para que no llueva, para que las nubes no puedan dejar caer el agua. Siempre nos reímos cuando me lo cuenta. Me parece una explicación preciosa y no me canso de oírsela repetir.

Las nubes con alambre le inspiraron otros pensamientos y me dijo que sería una buena idea fabricar nubes para llevarlas al sitio donde hiciera falta que lloviera (con el alambre no habría riesgo de que perdieran el agua por el camino).

Seguro que todavía no se le ha ocurrido a nadie, añadió.

Me resulta fácil y delicioso seguirle el juego:

– ¡Qué bueno!, le dije. Tu idea me parece buenísima y resolvería muchos problemas.

Su idea nos dio pie a seguir hablando de oficios relacionados con las nubes, de sequía, recursos naturales y también de creatividad, un tema por el que ambos hemos compartido siempre un gran interés. Él sostenía que para inventar nubes transportables hay que tener una mente abierta y ser creativo. Hablamos de imaginación y de aplicaciones de la creatividad y fue en ese momento del diálogo donde introduje la frase que encabeza el artículo, y que ahora transcribo entera:

– Bueno, tu ya sabes que yo trabajo con profesores y eso me permite tratar de alimentar mentes creativas con ideas locas.

– Hombre, a eso me apunto yo, me contestó con voz emocionada

Di rápido con la respuesta:

– ¡PUES AYÚDAME! Estoy preparando un curso muy interesante y necesito ideas locas. El curso es sobre la risa. Bueno, no exactamente sobre la risa, si no sobre las emociones positivas y agradables y la risa es uno de los aspectos que me propongo examinar de diversas maneras.

La frase propició una conexión total. De repente desapareció milagrosamente cualquier rastro de incongruencia, de confusión entre fantasía y realidad y también las frases erráticas como las nubes con alambres que nos hacen sonreír, y la conversación fluyó entre nosotros como fluía años atrás, durante un buen rato.

Aproveché y seguí. Seguí contándole un par de ideas que estoy madurando en mi cabeza. Le expliqué cómo quiero propiciar un cambio de consideración del gracioso de un grupo. Compartí mis ideas con él. No todo el mundo tiene la capacidad de ser gracioso y de divertir a los demás con las gracias que haga, así que le conté que me parece interesante tratar de valorar y potenciar estas habilidades en beneficio de la persona que las posea y también de todo el grupo. Tengo la impresión de que en la escuela se reprende a menudo a los graciosos (y en cualquier grupo siempre hay uno). Se sintió de pronto identificado y me dijo que él ya no es un niño. Le aclaré que no hablaba de él, si no de todos los niños graciosos. Mi propuesta consiste en reorientar las intervenciones de los graciosos de manera que se produzcan en momentos oportunos e incluso programados y contribuyan así no sólo a aumentar la autoestima del gracioso, sino el bienestar de todo el grupo.

Mi idea le pareció fantástica. También me dijo que tal vez encontraré cierta oposición a algunas de mis propuestas…

Seguí contándole lo que estoy leyendo sobre neurociencia y las evidencias científicas que existen de la relación entre la risa y el aprendizaje. Si la ecuación dice que a más risa mejor se aprende, ¿Qué crees tu que deberían hacer los niños a menudo en la escuela? ¿Reírse? ¿O estar todo el rato calladitos y quietos como desean muchos maestros? Tal vez pueda haber tiempo para ambas cosas, ¿no te parece?

No voy a seguir relatando el resto de la conversación. Fue fabulosa y estimulante para ambos. Le gustaron tanto mis ideas que acabó diciéndome que me ve ganando un premio, uno muy importante… ¿el Nobel?, le pregunté.  – Sí, ese, ese, contestó ….  y fluyó la risa contagiosa a ambos lados del teléfono y yo me sentí increíblemente bien y creo que él también.

Hemos acordado seguir hablando sobre el tema. Tengo mucho tiempo por delante para preparar este y otros cursos y necesito ideas locas para alimentar mentes creativas. Sé que él puede proporcionármelas, sin siquiera proponérselo. Siempre ha tenido un sentido del humor excepcional y facilidad para reírse y provocar la risa de los demás.

Acabo contando una anécdota que lo corrobora: Durante años, hubo quien en vez de llamarlo por su nombre le llamaba señor Funes, el nombre de un actor cómico francés, de quien ahora he buscado unas fotografías en internet:

 

 

 

 

 

 

El parecido entre ambos, fue durante una época, indiscutible.

Arte, educación e innovación