KAIZEN

KAIZEN es el título de un libro de Masaaki Imai que trata de revelar las claves de la ventaja competitiva japonesa. Está dirigido a altos ejecutivos occidentales.

El mensaje de la estrategia KAIZEN es que no debe pasar un día sin que se haya hecho alguna clase de mejora en algún lugar de la compañía o de la empresa. En el contexto del libro significa mejoramiento en marcha que involucra a todos (alta administración, gerentes y trabajadores).

El punto de partida para el mejoramiento es reconocer la necesidad. Esto viene del reconocimiento de un problema. Si no se reconoce ningún problema tampoco se reconoce la necesidad de mejoramiento. La complacencia es el archienemigo de KAIZEN. En consecuencia, Kaizen enfatiza el reconocimiento del problema y proporciona pistas para la identificación de los problemas. (Fragmento subrayado en Pág. 45)

El libro es un préstamo espontáneo e indefinido que me hizo mi padre días atrás. Tengo la impresión de que ya no se acuerda de que está en mis manos ni de que me lo ofreció repetidas veces por teléfono hasta que tuve ocasión de ir a recogerlo y de agradecerle en persona que hubiera pensado que me podía interesar y no le importara dejármelo una temporada.

Procuro compartir con él todo lo que puedo y eso incluye muy a menudo hablarle de los proyectos en los que estoy trabajando. Creo que es una de las cosas que más le gusta, que le haga partícipe de mis ideas y asuntos profesionales. Aunque el alzhéimer le dificulta enormemente retener datos, las cosas que le emocionan pueden permanecer en su cabeza unos días, más o menos estables, hasta que empiezan las confusiones. También son capaces de activar recuerdos aletargados que emergen con coherencia en el momento presente y se desvanecen con rapidez.

KAIZEN es la manifestación de la activación que produjo en mi padre el hecho de que yo le explicara que estaba preparando un taller para directivos, interesados en humanizar sus empresas a través del arte.

Tiempo atrás ya habíamos compartido el libro, pero no quise hacer referencia a algo que ya no recuerda. No hace falta poner de relieve o en evidencia su pérdida de memoria.

Compartíamos muchos libros cuando él era jefe de personal en una empresa farmacéutica y yo ya me dedicaba a la docencia. Siempre nos ha unido el interés por la creatividad, la resolución de problemas, la innovación, etc. Y también por las personas. Ello propició un intercambio de bibliografía que nos enriqueció a ambos. Él me prestaba libros que relacionaban nuestros temas preferidos con la empresa y yo hacía lo mismo con el campo de la pedagogía. Ambos extraíamos ideas que luego comentábamos tratando de encontrar aplicaciones.

Cuando hace un mes aproximadamente le hablé del encargo en el que estaba trabajando, el tema le interesó profundamente. Hace tiempo que ya no hace referencia a sus años de vida profesional activa. Es como si se hubieran esfumado. Pero de pronto apareció KAIZEN, que pertenece a esa época.

Es un misterio saber o entender cómo lo ha localizado y escogido entre muchos otros libros que tiene en los estantes que hace ya siete años, cuando empezaban algunos problemas, le ayudé a organizar por temas y en los que coloqué algunas etiquetas para que le resultara fácil encontrar lo que buscara. Hace tiempo que ya no los reconoce como suyos.

Sea como sea, dio con KAIZEN y me ofreció el libro por si me podía ayudar a preparar el taller. Aunque lo intentó no pudo darme detalles sobre su contenido y sin embargo la conexión con el tema que a mí me ha tenido ocupada es evidente y coherente.

El alzhéimer da súbitas y pequeñas sorpresas de forma irregular. De repente el enfermo parece recobrar la lucidez. Se trata de una ilusión, que no obstante ilusiona porque da la sensación que en esos instantes puedes recuperar parte de todo aquello que se va perdiendo a raíz de la enfermedad. Como si hubiera un rato de comunicación completa, sin lagunas ni espacios en blanco, ni recuerdos fragmentados llegados de otras épocas. No los he cronometrado pero estos ratos son cortos, fugaces y saben a poco.

Estoy convencida de que el motivo por el que se producen está relacionado con la emoción.

La emoción equivale en este caso al deseo de ayudarme y de ser útil, de contribuir con lo que sabe, y de colaborar conmigo, porque tiene una vaga idea sobre que él había trabajado en algo que lo acerca a lo que yo hago. Y no se equivoca, aunque no pueda explicarlo.

Mientras he estado preparando el taller le he hecho partícipe de mis ideas y las cosas que quería poner a prueba. También hemos ido juntos a comprar algunos materiales que me hacían falta. Explicarle qué es lo que hago, planeo y pienso resulta para mí un ejercicio con un elevado nivel de complejidad, que me ayuda extraordinariamente a concentrarme en lo esencial y también a buscar maneras diferentes de exponer las cosas para facilitar su comprensión.

En cuanto el libro que me ofreció pasó a mis manos, se olvidó de él y no ha vuelto a aparecer en la conversación. Recuerdo que en algún momento me dijo que quizás era un rollo. Y tengo la impresión de que lo dijo motivado por la dificultad que entrañaba para él tratar de hacerme un resumen del contenido.

No es fácil tampoco quitarle importancia a las cosas que no puede hacer y desviar la atención, cuando éstas se ponen de manifiesto en el transcurso de una conversación a distancia o en directo.

Reconozco que no había abierto el libro hasta que he decidido escribir este artículo. Y siento mucho no haberlo hecho. Conociéndome, sé que acabaré leyéndolo otra vez de cabo a rabo, en cuanto encuentre el momento. Recuerdo vagamente que cuando   me lo prestó, hace años, me pareció interesante, pero no hubiera podido explicar nada de él si no lo hubiera ojeado ahora de nuevo.

El libro está publicado en 1989 y después de abrirlo al azar en varios sitios diferentes y haber leído algunos de los parágrafos, frases, conceptos, etc. que cuidadosamente mi padre subrayó, o destacó con anotaciones al margen, etc., hace años, pienso que algunas de las ideas que el libro expone tienen aún vigencia. Pongo un ejemplo que además reafirma una de las ideas que trato de poner en juego a través de la docencia que imparto, independientemente de a quien esté dirigida y cuál sea su contenido: la importancia radica en el proceso, y no en el resultado.

Lo señala KAIZEN y se pone de manifiesto en el arte contemporáneo, que es para mí una fuente constante de inspiración.

Ahora que escribo esto me consuelo a mí misma realizando una especie de transferencia al mundo del alzhéimer: si el resultado no es lo que más importa, y sí lo es en cambio el proceso, vale la pena que siga intentando estimular las capacidades y habilidades de mi padre tanto tiempo como pueda y de tantas maneras como se me ocurran. Intentarlo se traduce en la puesta en juego de procesos diferentes con grandes dosis de creatividad y sentido del humor, que nos ayudan a ambos a mantener la comunicación.

Ningún intento está libre de riesgos. A veces, los estímulos emotivos hacen que algunas confusiones adquieran una magnitud insospechada a horas intempestivas. Y el resultado: un intento de evasión de madrugada, con el objetivo de presentarme a los directivos de su empresa y facilitarme así mi trabajo.

Horas antes de que impartiera el taller se ofreció a acompañarme para echarme una mano y sentí tener que decirle que resultaba imposible. Me pareció entrañable su ofrecimiento y se lo agradecí muchísimo. Y le prometí tratar de encontrar una ocasión para que él me pueda ver trabajar, en directo.