Archivo de la etiqueta: Risa

Mandalas dialogados II. Patrones

 

Los mandalas dialogados siguen formando parte del conjunto de actividades que trato de compartir con mi padre, enfermo de alzhéimer. A los primeros cuadernos que llegaron a sus manos le han ido sucediendo otros nuevos. Afortunadamente hay muchos diferentes en los comercios, entre los que puedo escoger.

No todos valen, por decirlo de alguna manera. Cuando he ido en busca de alguno nuevo, me he pasado largos ratos hojeando cuaderno tras cuaderno hasta decidir cuál podría interesarle o atraerle más. Ya hace tiempo que opto por aquellos que intuyo nos pueden sugerir más temas de conversación, sobre cualquier cosa.

Hemos estado muchos días, semanas, conversando en torno a uno que adquirí en un hipermercado de la cadena Alcampo. Podría escribir más de un artículo contando las anécdotas que ha propiciado. A alguna de ellas ya he hecho referencia en otros artículos como por ejemplo en “15+10 =San Guillermo

El cuaderno en cuestión se titula: Mandalas antiestrés. Patrones. No contiene propiamente dibujos centrados sino escenas muy diferentes, con elementos de todo tipo, muchos de ellos realistas y figurativos.

Cuando él saca el tema en la conversación, lo primero que hace es leerme el título del cuaderno y suele preguntarme si lo conozco. Le contesto que sí y a veces lo invito a leer la primera página. En ella le he puesto una dedicatoria. Últimamente lo hago con todos.

Suele describirme los dibujos en los que está trabajando aún las dificultades que, cada vez más, le supone encontrar las palabras precisas para referirse a lo que ve.

Sus descripciones me fascinan. Aunque sean inconexas e incompletas, me parecen divertidas y creativas y me obligan a desplegar mi propia creatividad, tratando de adivinar a qué se refiere en muchos momentos, a partir de las pistas que me proporciona.

También me parece creativo el trabajo que realiza cuando interviene sobre las láminas o hace alguna anotación sobre ellas, no es la primera vez que lo comento.  En algún artículo creo que me referí a la transformación que había hecho a una aleta de las que se ponen en los pies para nadar. Ahora es una monja. 

He recogido muchas anotaciones de algunas de las cosas que me ha ido explicando y otras las he guardado en la memoria. Me he propuesto contar algunos detalles justo ahora que ha dejado de lado este cuaderno en particular que tantísimas cosas ha propiciado. No lo ha acabado, pero creo que tenía necesidad de dejar de trabajar en él y espontáneamente lo ha colocado junto a muchos otros que también ha dado por acabados.  No tengo intención alguna de sugerirle que lo continúe.

En varias ocasiones me ha dicho que un ayudante le habría ido muy bien y siempre me ha hecho sonreír el comentario. Yo siempre me ofrezco a colaborar con él pero tengo que reconocer que a veces no me resulta fácil ni posible hacerlo. Conciliar horarios y salvar la distancia física que nos separa, resulta a menudo bastante complicado. Ambos pensamos que tenemos suerte del teléfono: permite que nos comuniquemos a diario.

El tema del ayudante sin embargo va más allá en realidad de lo que propiamente expresa la frase, estoy convencida. Le gustaría que hubiera alguien con quien compartir más a menudo ciertas cosas. Es una manera de referirse a la soledad que experimenta en muchos momentos. Aunque no debería ser así, la soledad es un efecto colateral de esta enfermedad. Muchas personas que habitaban su entorno próximo no sólo han desaparecido de su cabeza, sino que también han desaparecido de su vida.

Un ayudante le hubiera ido muy bien para hacer frente a algunas láminas que encontraba especialmente liosas. Sin embargo, siempre acaba encontrando soluciones para los problemas que encuentra.

Pasa las páginas una a una contándome lo que ve:

– Una con cacharritos, cosas de cocina, tazas…

– Predomina el color azul por todas partes

– Tres hojas de gatitos. Sí, muchas cabecitas …

– Luego una hoja con unos cuantos personajes, como los gatitos pero con nariz de pincho. Y otros más pequeñitos que parece que tienen ganas de jugar. Lógico, ¿no?

– Por supuesto, le digo yo.

– En esta hay tres o cuatro conductos para el líquido y también hay muñequitos…

– Y en esta otra unas cuerdas muy largas que se enlazan, hay muchas. Son 5 o 6 carriles y algunos están en blanco.

– Y luego un diablejo por aquí, con …, con … ¿Con qué saltan los pájaros?

– ¿Alas?, le sugiero.

– Eso, un diablejo con alas y grande

– En esta otra una chiquilla muy mona durmiendo encima de cuatro colchones.

Le interrumpo:

 -¿Te has fijado si hay algún guisante debajo de los colchones?

– ¡Hombre!, contesta divertido. Como el cuento de la princesa y el guisante.

Y lo rememoramos los dos y nos reímos de la extrema sensibilidad de la princesita. En su dibujo no hay guisante, por eso la chiquilla duerme plácidamente.

Va pasando hojas y llega a una a la que se refiere diciendo que son objetos de vestir y se dispone a enumerar prendas:

 – Una falda, un… un… donde se meten las manos.

– ¿Unos guantes?, le sugiero.

– Sí, eso, unos guantes.

Recuerdo la página que me describe y aprovecho la ocasión. Invierto los términos sutilmente: pregunto por una prenda y lo invito a observar con atención para encontrarla:

– Y, ¿una bufanda?, ¿ves alguna?

Pasan unos segundos mientras busca y contesta:

– No sé si hay, pero si no, cortamos un pantalón por la mitad y tendremos dos.

Estallo en carcajadas y le comunico que su propuesta me ha parecido genial. No me da tiempo a seguir preguntando, él sigue enumerando prendas:

– Un chaleco, un traje de mujer con tablas, unas camisetas con dos árboles…

Vuelvo a interrumpir:

– ¿Con dos árboles?

– Sí, con dos árboles del desierto

– ¿Baobabs?

– Nooooooooooo

El tono de su respuesta me indica a las claras que estoy muy lejos de la respuesta correcta. Me vuelve a entrar la risa. Al final resulta que son palmeras. ¿Cómo no lo habré acertado a la primera?, me pregunto. ¡Su descripción estaba clarísima!

Para mí estas conversaciones constituyen un bonito juego de ingenio en el que participamos los dos siguiendo reglas distintas. La creatividad fluye a ambos lados del teléfono y disfrutamos de los efectos secundarios que ésta ejerce sobre nuestro organismo.

*

Iba a contar una última y deliciosa anécdota relacionada con otro de los dibujos de este cuaderno, pero he explicado ya muchas cosas y he decidido que va a tener artículo propio. Próximamente:Kis mi again”.

De caballito a caballito

 

Hace meses que le doy vueltas al contenido de este artículo. Hoy, por fin voy a lanzarme a escribir sobre un asunto que tiene que ver con la manera en que yo me planteo la relación con mi padre, enfermo de alzhéimer.

Para poder entender lo que voy a explicar, es necesario leer antes otro artículo del blog, que no pertenece a esta sección. Siento plantearlo como una condición previa, pero es imprescindible saber lo que expongo en él para poder sumergirse en la lectura de éste. Daré por hecho por tanto que aceptareis mi invitación a leer:  El creador dinámico: el hipocampo, y después de hacerlo, volveréis a este punto.

De Robb (Katzili at de.wikipedia), CC BY-SA 3.0,

 

Ahora sabréis cuan magnífico percibo a mi hipocampo o caballito de mar y el trabajo que llevo tiempo realizando con él, aunque no haya revelado demasiados detalles al respecto.

A mi caballito le gusta navegar entre anémonas de mar

Mi caballito está ocupadísimo realizando misiones. He sido yo quien le ha pedido explícitamente que se ocupe de algunos asuntos que me interesan, aunque también trabaja por cuenta propia en otros temas, sin que yo se lo pida. Lo hace a todas horas del día, incluso durante la noche.

Mi caballito empatiza con otros caballitos, aunque algunos de ellos no lo sepan.

Cuando inicié el creativo y poético proceso de autoconciencia de mi hipocampo, traté de explicarle a mi padre lo que estaba haciendo. De eso hace ya muchos meses.

Tenía diferentes motivos para hacerlo. El primero de todos es que le encanta que le explique en qué anda entretenida mi cabeza y más aún cuando lo que hago es explorar ideas novedosas y originales. Un segundo y poderoso motivo tiene que ver con las funciones que ejerce este órgano y las alteraciones que sufre a raíz del alzhéimer. No voy ahora a tratar de explicarlo, me basta con comentar que el hipocampo es el centro gestor de la memoria y que se alía en cierta manera con las amígdalas, que gestionan las emociones, para desempeñar su función. También juega un papel importante en la plasticidad neuronal.

Los bosques de anémonas atraen a ciertos caballitos marinos, entre los que se cuenta el mío.

Tratar de estimular de manera creativa y poética el hipocampo de mi padre me pareció una idea bonita y posible, carente de riesgos.

Lo primero que hice fue explicarle sobre la existencia de este órgano y sobre algunas de las funciones que desempeña. Siguió mis explicaciones y creo que las entendió perfectamente. También le hablé de cómo percibo mi caballito y del ejercicio de visualización creativa que llevo a cabo con él.

Después de mis apasionadas explicaciones me dijo:

– ¡Pues mi caballito está chuchurrío!

Nos reímos los dos. Pronunció la palabra «chuchurrío» con la gracia que lo caracteriza y él mismo fue el que le dio un giro positivo a su comentario. Un comentario producto de un instante de lucidez en el que puso de relieve cómo percibe él su deterioro, aunque no pueda entenderlo ni explicarlo.

Aunque me reí con él, me entró una pena inmensa al pensar en la percepción que él había tenido de su hipocampo, debido a mis explicaciones. Me sentí como si hubiera conseguido el efecto contrario al que había pretendido.

Y fue en aquel momento cuando pensé en concentrarme en su caballito chuchurrío y en pedirle al mío que me ayudara a estimularlo. De ahí el título de este artículo: De caballito a caballito.

Me concentro en la imagen que a mí me sugiere esta frase cuando hablo con él en directo o por teléfono y la evoco en muchos otros momentos en los que mi caballito hilvana y teje ideas entre las anémonas, para poner en práctica con él.

Tiempo después de este primer intento, volví a hablarle de caballitos y le invité a imaginar el suyo.  Me dijo que tenía las pezuñas rojas. Y yo le contesté diciendo que los caballitos de mar no tienen pezuñas, a diferencia de los terrestres.

Afortunadamente mi comentario le entró por una oreja y le salió por la  otra. Le dio exactamente igual mi observación y siguió con las pezuñas. Me dio una lección.

¿Quién soy yo para poner en duda que su caballito es como él lo quiera imaginar?

¿Por qué dejo que la imagen que yo tengo de mi propio caballito haga emerger prejuicios sobre cómo debe ser el de otras personas?

¿Por qué invito a los demás a imaginar su caballito con total libertad y luego no respeto lo que han imaginado?

Me bastó con hacerme estas preguntas para cambiar radicalmente de actitud y las pezuñas rojas acabaron por parecerme sinceramente espléndidas y así se lo transmití.

Las anémonas permiten a los caballitos protegerse de  posibles depredadores

Creo que aquel día también aproveché para contarle que todos los hipocampos son melómanos, aunque no todos lo sepan.

No pude llegar más lejos con el tema. Hablamos recurrentemente de su aspecto y poco más.

Tiempo después, no sé precisar cuánto ni cuándo, volví a invitarle a imaginar su caballito, después de introducir el tema con alguna sencilla explicación. Sorprendentemente aquel día fue rápido en su respuesta:

-Ya tengo el mío: Es un caballito, pero como si fuera un camello. En lugar de joroba lo que tienen es una cesta muy grande de bronce y allí puedes echar cosas o como cenicero. (Aquel día tomé nota escrita de su descripción)

Esta vez no fallé. Alabé con entusiasmo el aspecto de su caballito-camellito y dejé que la conversación se extinguiera de forma natural.

La descripción que acababa de hacer era la de una pieza real que tiene, en realidad creo que de dos, ambas de bronce, cuyas imágenes probablemente superpuso mentalmente y a las que mezcló la del caballito que yo le había invitado a imaginar.

No he vuelto a hablar con él del hipocampo y no creo que lo vuelva a hacer.

Sin embargo, mi caballito no ha renunciado ni un ápice a tratar de seguir estimulando el suyo por muy chuchurrío que esté y tenga joroba o pezuñas rojas.

*

 Mi caballito es un poco travieso. Os ha hecho creer que se ha paseado últimamente entre anémonas marinas, cuando en realidad lo ha hecho entre los estambres de la flor de una alcachofa.

Memantina y glutamato

 

Había pensado en escribir un artículo con este título dentro de unos días, después de haber tenido tiempo de constatar los efectos de una nueva medicación que está tomando mi padre. Se la recetó el gerontólogo hace ya días, después de la visita a su consulta y del interrogatorio al que lo sometió.

La memantina (el nombre del principio activo) es el cuarto medicamento, por orden de aparición, que se está probando en enfermos de alzhéimer en fase moderada y grave. A diferencia de los anteriores, éste hace efecto sobre el glutamato, una substancia altamente perjudicial cuando su presencia se incrementa en el cerebro a raíz de la enfermedad y que afecta las conexiones neuronales.

Memantina. Imagen: https://www.hipocampo.org/articulos/articulo0233.asp

Se administra de forma progresiva, empezando con una dosis mínima que se va incrementando semanalmente durante un mes hasta llegar a los 20 mg diarios, que es la dosis recomendada. Ahora él está tomando 15 mg.

No sé si puedo atribuir a la memantina la conversación que tuve ayer con él. Fue ESPECTACULAR y agarré el lápiz y el papel para no perderme detalle de los temas que abordamos y cómo los fuimos conectando.

Lleva tres días saludando con un alegre y expresivo: Hello! que antepone a la frase: ¿Qué cuenta mi hija Marta? Yo contesto también alegremente: Hello! How are you?, sabiendo de antemano que está conectado y receptivo y eso me da oportunidad de muchas cosas…

A su pregunta de ayer contesté explicándole lo que estaba haciendo un rato antes de llamarle por teléfono:

-He estado leyendo para preparar unos cursos que voy a impartir próximamente.

-¿Sobre qué son los cursos?, me preguntó.

Y seguí:

– Sobre cómo potenciar las emociones agradables y positivas en el aula, la risa, el buen humor, el optimismo, el sentido del humor, la curiosidad, etc.

Le conté que las emociones agradables tienen unos efectos sobre el organismo impresionantes y que  la risa es capaz de reforzar el sistema inmunitario y hacernos más resistentes a las enfermedades.

– ¡Hombre!, exclamó, ¡por eso yo nunca estoy enfermo!

Y los dos estallamos en carcajadas. Es verdad. Tiene toda la razón del mundo. Está enfermo de alzhéimer y viejecito pero nada más.

Le pareció interesantísimo el tema y me manifestó su deseo de apuntarse a mis cursos. Le prometí hacerle uno particular, para él solo.

Sé que a él le gustaría colaborar conmigo y participar en estos cursos y le expliqué que están dirigidos específicamente a profesorado pero que sus comentarios me hacen pensar en otros contextos posibles de aplicación y me dan muchas ideas.

Le expliqué que estoy contenta de saber el poder que tiene la risa. Las lecturas me están permitiendo conocer los sólidos argumentos que está aportando la ciencia para explicar sus beneficios. Lo que antes podía defender a través de la intuición y la convicción, ahora puedo hacerlo a través de las aportaciones de la neurociencia.

Seguí contándole que hace años, cuando trabajaba como docente con un grupo de mujeres de etnia gitana, me llamaban a menudo la atención porque las risas de mi clase se oían desde todas partes y molestaban a otras personas.  Ahora me siento feliz de saber que aquellas mañanas de risas y carcajadas contagiosas probablemente ayudaron mucho más a todas aquellas mujeres, y a mí misma, que cualquiera de las actividades que llevamos a cabo con seriedad.

Me acuerdo perfectamente de algunos de los episodios de risa más agudos de aquella época y le expliqué qué hacía para generarlos. Siguió mis explicaciones divertido, intervino con acierto y coherencia y le pareció genial todo lo que le estaba explicando.

Me interrumpió en algún momento para decirme emocionado que siente admiración por mi trabajo y que me augura un futuro espectacular.

Se lo agradecí muchísimo y nos reímos los dos de nuevo.

De ahí saltamos a hablar de las estrategias de los seres vivos para hacer frente a ciertas circunstancias adversas y cómo por ejemplo los árboles se despojan de sus hojas para hacer frente a la sequía y luego le expliqué algunas ideas sobre la relación de la creatividad con los armadillos, que no voy a desvelar.

Nuestra conversación pudiera parecer errática, como el vuelo de las mariposas sobre las flores, pero no lo fue, para nada. Saltamos creativamente de un tema a otro conectando ideas y después de compartir con él mis ideas secretas sobre los armadillos y la creatividad y de que él me dijera que aprende mucho conmigo, le dije que yo también con él.

Hablamos entonces de aprendizaje en dos direcciones y de comunicación, con una fluidez impresionante.

Es cierto que aprendo muchísimo de él. No sé si él realmente lo percibe así, pero yo lo intento. Siento no poder explicárselo como años atrás hubiera podido hacer, pero en realidad no importa.  Lo que importa son las posibilidades que tengo en el momento presente de intentarlo:

-Tienes que saber, le dije, que eres mi interlocutor preferido para comentar las ideas en torno a las que trabajo. No te creas que yo me atrevo a contarle a todo el mundo las cosas que te cuento a ti.

Oí su risa emocionada y agradecida

-Algunas de las ideas que tengo y que quiero poner en práctica son bastante novedosas y no todas las personas las aceptan o las entienden.

Me interrumpió:

-Oye, pues yo APERTURA TOTAL (lo escribo en mayúsculas porque así es como me sonó)

Y me arrancó otra oleada de risa, que se reprodujo también al otro lado del teléfono.

– Oye, ¡es verdad, eh!, me dijo

Lo sé, lo sé, no tengo ninguna duda, le contesté yo sonriendo.

Lo conduje de nuevo al principio de la conversación e insistí que me siento contenta de poder constatar que existe una base científica sólida que abala muchas de las ideas que llevo años poniendo en práctica. Le dije que pienso sacarle partido al asunto y tal vez acabe escribiendo algún artículo. ¿Y por qué no un libro?, me preguntó.

Volvió a augurarme un futuro prometedor en … No supo decirme dónde y yo tampoco, pero eso nos provocó la risa de nuevo.

Convinimos que el dónde no importa, que lo que importa es ser feliz y hacer feliz a los demás (ambas cosas están relacionadas). Y acabamos la conversación quedando en reírnos mucho en directo en cuanto nos veamos.

¡Viva la risa!

(¡y la memantina!) que escribo entre paréntesis por si acaso…

 

15 + 10 = San Guillermo

 

Es complejo a veces saber qué cosas pueden todavía hacer los enfermos de alzhéimer, sin ponerlos en evidencia. Es imposible determinar a qué ritmo desaparecen algunas habilidades o capacidades y tengo la impresión de que en cierto modo también depende de las habilidades previas que cada persona haya cultivado y de la intensidad o frecuencia con que las haya utilizado.

En el caso de mi padre, tengo claro cómo van desapareciendo las palabras que necesita para comunicarse y por eso me esfuerzo en recordarle todas las que puedo y en utilizarlas tanto como se me ocurre.

Sin embargo, con los números no lo tengo tan claro.

Foto:Wikipedia

Hace ya unos años, cuando los síntomas de la enfermedad eran ya más que evidentes, un día me pidió que le enseñara a hacer sudokus.
Nunca me doy por vencida antes de intentar algo, así que aprendí a hacer sudokus para poder enseñarle y lo conseguí. En aquel momento pensé que contrariamente a lo que se cuenta sobre el alzhéimer, mi padre todavía conservaba capacidades para aprender a hacer cosas nuevas y durante un tiempo tratamos de estimularle para que se dedicara a ellos. Con un poco de ayuda y colocando algunos números extras sobre la cuadrícula, conseguía acabar los más sencillos.

Al no ser una actividad que hubiera llevado a cabo antes de la enfermedad,  pronto dejó de hacerla. No podía retener la mecánica el tiempo suficiente para aplicarla. Si la hubiera interiorizado antes de la enfermedad, tal vez se hubiera prolongado el tiempo de dedicación.

Los números siempre le han llamado la atención. Y hacer operaciones mentales sin lápiz ni papel, también.

Durante mucho tiempo, de forma espontánea, se dedicaba a sumar los números de las matrículas de los coches. Él mismo lo consideraba una especie de entrenamiento para conservar cierta agilidad mental. Lo sigue haciendo con las cifras del coche familiar pero no sé si con otros también.

Llevo tiempo observando algo que hace de vez en cuando: numera mandalas o partes de mandalas. Con algunos de los primeros que tuvo, se dedicó a poner números a las páginas. No sé exactamente por qué motivo, pero tengo la impresión de que los números le proporcionan cierta tranquilidad. Los números ordenan. Como si pudieran ayudarle a ordenar sus pensamientos dispersos.

En este contaba las puntas de dos en dos

Otros números son más originales. Son los que pone por ejemplo en los extremos de algunos mandalas centrados que tienen muchas puntas, probablemente para saber cuántas hay en total. En algún caso, esto le ha supuesto alguna dificultad.

También cuenta y multiplica. La página que hay llena de rostros de gatos en el cuaderno donde está trabajando actualmente, lo impulsa a hacerlo. A veces hace un cálculo inicial aproximado, pero luego tiene la necesidad de saber cuántos hay en total y entonces cuenta el número de gato que hay en cada fila y luego en cada columna, y multiplica:

5 x 8 = 40 gatos

Lo he comprobado y los ha contado correctamente, pero algunos gatos están a medias con lo cual el resultado de la multiplicación no es del todo cierto. Ha escrito al lado de la lámina: 37,5 cabezas de gatos.

Me entra la risa. ¿De dónde habrá sacado al medio gato? Razones no le faltan. No sé si habrá hecho cálculos exactos en algún momento y ha sumado medios gatos para convertirlos en uno solo y le ha sobrado medio. No se lo voy a preguntar. Me encanta la anotación que ha añadido a la página.

Fragmento de la lámina de los 37,5 gatos

También es capaz de hacer chistes matemáticos. Os invito a leer el artículo que titulé: La caja número 5.

Su caligrafía se desdibuja y le cuesta escribir, pero ello no es motivo para que deje de hacerlo, de momento. Aunque le supone una dificultad y además se da cuenta, se esfuerza por hacerlo.

Hace ya bastantes días se me ocurrió de qué manera saber cómo andaba su escritura de números y le pedí ayuda. Tenía dos libros de la biblioteca para devolver y había ido marcando con post-it todas las páginas donde aparecían fragmentos especialmente significativos. No me había atrevido a señalar nada en lápiz, como hago habitualmente con mis libros, así que le pedí si podía ir tomando nota de todas las páginas que yo le dictara, mientras yo retiraba los post-it. Le expliqué que de esta manera podré recuperar las páginas más importantes para mí, tras la primera lectura, cuando compre los libros en cuestión o los vuelva a pedir en préstamo.

Necesitó tiempo, pero no tuvo ningún problema con los números, sólo con la caligrafía. Ahora tengo una bonita nota escrita a mano por él, que me permitirá recuperar fragmentos de ambos libros y él se sintió muy satisfecho de haber colaborado conmigo. Esa es la clave. No le hice un dictado de números porque sí, ni para ponerle a prueba. Le pedí que me ayudara y eso implicaba escribir cifras.

Para él, sentirse útil es importante. Para mí, que él se sienta así, también lo es. Y saber lo que todavía puede hacer y encontrar la manera de que se sienta útil haciéndolo y colaborando conmigo y con otras personas, es aún más importante.

Hace tres días, cuando hablaba con él por teléfono, comentábamos que estos días oscurece más tarde y le conté que el día de San Juan es el día más largo del año y la noche más corta. Me preguntó entonces en qué día y mes del año estamos. Cuando le dije que 15 de junio contestó:

– O sea que dentro de 10 días será mi santo.

¡Sorpresa! ¡Se acuerda! ¡Qué bueno! pensé. No sólo se acuerda de que el día 25 es San Guillermo, si no que además ha sido capaz de hacer el cálculo realizando una suma, o una resta, según se mire.

Y acabo expresando lo que siento después de escribir este artículo, con una fórmula matemática:

 Guillermo = 1015  

 

Hello! How are you?

 

 Cuando hablo diariamente por teléfono con mi padre, puedo anticipar cuál es su estado de ánimo a partir de la fórmula que utiliza para saludar y el tono con que pronuncia las palabras.

Sorprendentemente, si se tienen en cuanta los estragos que causa el alzhéimer, dispone de un amplio y variado repertorio de saludos. He ido tomando nota últimamente de algunas de sus expresiones más habituales, que incluyen algunas en inglés.   

Son muchos los días en que yo empiezo diciendo: Hello! How are you? Siempre procuro que suene alegre y musical. Otras veces se anticipa él y dice:

– ¿Qué cuenta mi hija Marta?

Repite la última frase que ha oído antes de coger el teléfono. Al cabo de un rato, no sé cuánto, el binomio se debilita, cada vez con más frecuencia y algunos días se deshace del todo. Lo sé cuando me cuenta por ejemplo que su hija le provee de mandalas. ¿Quién soy yo en esos momentos?, me pregunto. No trato de averiguarlo.

Hace unos días, cuando le pregunté cómo estaba, pronunció un «aiiiii» bajito y agudo que me dio risa. No sonaba a queja si no más bien a resignación con sentido del humor. No se me ocurre otra manera de describirlo.

– ¿Cómo hago para interpretar tu respuesta?, le pregunté. – Tienes un repertorio muy amplio de saludos y no sé si este lo conocía.

Le gustó mi observación y contestó:

– Oye pues es verdad y debería coger una libreta e ir anotando las palabras y eso. Pero tardaría mucho y no sé si …

Me entró la risa de nuevo y reaccioné rápido:

– Oye, pues si quieres te ayudo. Estaría encantada de tomar nota de todas las expresiones que empleas para saludar. Me encantan las palabras que usas y yo soy una auténtica artista tomando notas.

– ¿Sí? ¡No me digas! Oye pues estaría bien que lo hicieras. Yo es una cosa que nunca he hecho.

Le repito:

– Pues estaré encantada de ayudarte. Tomar notas es algo que hago continuamente. Es la manera que tengo de trabajar, escribo todo lo que se me ocurre en papelitos que voy acumulando hasta que un día los clasifico por temas y los ordeno.

Mi risa se debía al hecho de que acababa de proponerme que hiciera algo que ya estoy haciendo: Tomar nota de las expresiones que usa para saludar, cuando hablamos por teléfono. Y me hizo gracia la coincidencia de intereses y proyectos. Está claro que tenemos afinidad. La hemos tenido siempre. Y ello facilita ahora nuestra comunicación, a pesar de su enfermedad.

Él ha tomado notas muchos años de su vida, pero ya no lo puede recordar. Le gustaba hacer listas, de cosas muy diferentes. Conserva aún muchísimas libretas con anotaciones, pero ya no es consciente de que son suyas. Creo que yo he heredado la misma afición, pero no puedo explicárselo sin poner de relieve muchas cosas que han desaparecido de su memoria, así que no lo hago.

Continué la conversación con él hablando de tomar notas, haciéndole partícipe de una parte de mi trabajo. Es una de las cosas que sé que más le gusta y trato de aprovechar todas las ocasiones que se presentan.

No supe realmente interpretar su «aiiiii»  inicial, pero fue lo que propició una grata conversación en torno a otras cuestiones inesperadas, y eso es lo que cuenta, desde mi punto de vista.

Si le hubiera preguntado al final de la conversación: How are you?, estoy segura que hubiera contestado well well, con tono alegre, en vez de decir so, so, o ni fu ni fa, como hace otros días.

No recuerdo ahora todo lo que comentamos, pero sé que nos reímos mucho. En algún momento, hablando de tomar notas me dijo:

-Tomo nota.

No sé si se dio cuenta de que había hecho un chiste, pero yo se lo hice ver y pude nuevamente alabar su gracia natural para hacer chistes sin siquiera proponérselo.

Acepta mis alabanzas con gratitud y humildad y a veces con cierta reticencia, cómo si no fuera para tanto, pero sé que le gustan y trato de no escatimarlas.

Mandalas dialogados

 

Los mandalas dialogados hace meses que han entrado en nuestra vida.

Hubo un trabajo previo, inesperado, espontaneo e intuitivo. Porque fue la intuición la que me indujo a pensar en cierto momento que podíamos sacarle partido al dibujo. Fue a raíz de un curso que impartí en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), dirigido a maestros, el primer trimestre del curso escolar 2015-16. Trabajamos en torno a una exposición temporal titulada: “Especies de espacios” y exploramos las posibilidades de aplicación de diversas actividades y ejercicios para abordar el concepto de espacio, desde perspectivas diferentes.  El curso se titulaba: “Arte contemporáneo y educación especial”.

 Los enfermos de alzhéimer también son muy especiales. Y mi padre, aún lo es más.

Le propuse que participara ayudándome en un proyecto experimental de dibujo para poder valorar las posibilidades que ofrece trabajar transformando figuras y composiciones repetitivas. Estos son dos de sus primeros trabajos:

El objetivo era que se sintiera útil, dedicando algunos ratos a trabajar en algo que entrañara cierta dificultad para propiciar el ejercicio de sus habilidades y capacidades. Algo agradable que se convirtiera en un estímulo. A él siempre le ha gustado participar en mis experimentos creativos o en mis jueguecitos, como los llama a veces, así que ayudarme le hace sentirse bien.  Yo también realizaba los mismos ejercicios que le proponía:

Ese fue el principio y tiempo después, tras unos cuantos proyectos diferentes con más o menos éxito, llegamos a los mandalas. Los primeros aparecieron a raíz de una promoción dominical del periódico “La Vanguardia” y desde entonces han propiciado muchas cosas. Después han ido apareciendo otros modelos y otros formatos que ya no son propiamente mandalas, sino dibujos para colorear, muy diversos.

Este lo estamos pintando entre los dos y todavía no lo hemos acabado

 

Nosotros le hemos dado a los mandalas un enfoque especial.

Además de ser un trabajo individual que tienen ocupado a mi padre ratos más o menos largos según el día, se han convertido en un motivo de diálogo constante que estimula, estoy segura, sus facultades.

El trabajo solitario y silencioso de los mandalas tiene objetivos concretos que no voy a poner en cuestión. La atención y la concentración que requiere colorearlos sin duda aporta beneficios, sin embargo, sumergen a quien los hace en cierto aislamiento, que en el caso de los enfermos de alzhéimer no tengo claro que “sea lo mejor”. Sus mundos circundantes se van desintegrando poco a poco y se quedan retraídos y confusos ante un montón de cosas para las cuales no encuentran explicación ni sentido. El progreso de la enfermedad los aísla cada vez más, de TODO.

Nuestros mandalas dialogados tienen una proyección hacia el exterior, en vez de aislar, conectan, o por lo menos, tratan de hacerlo.

Conectan porque son el centro de numerosas conversaciones que llevamos compartiendo desde hace meses. Diariamente por teléfono, y con menor frecuencia, en directo.

Las conversaciones a distancia invitan a hablar de los progresos y permiten hacer hincapié en las descripciones y recordar vocabulario:

Cuéntame en qué cuaderno estás trabajando. Explícame que elementos aparecen en el dibujo en el que trabajas o en ese que planeas empezar para que yo pueda hacerme una idea. Y dime, ¿Cómo están dispuestos esos elementos? ¿Y qué colores estás utilizando o planeas poner? Sé que el trabajo entraña dificultades, pero estoy segura que a medida que avanzas también sientes satisfacción…

Por teléfono tengo la oportunidad de alabar la gracia con que combina los colores, la sensibilidad y el buen gusto que demuestra, lo originales que quedan sus diseños, lo divertidas que resultan sus ideas, lo interesante que me parecen sus planteamientos y también puedo expresar mi impaciencia por ver en directo sus avances.

Cuando nos vemos y podemos hojear juntos los cuadernos de dibujo, las conversaciones son más intensas porque las acompañamos con nuestros gestos, rostros y expresiones. Y surge la risa muchísimas veces, cuando me cuenta lo que piensa o lo que le sugieren algunos de los dibujos que pinta. Así han aparecido también los post-it, con notas adicionales que le animo a escribir, adheridas sobre algunos dibujos, para no estropearlos. Percibo a través de ellas cómo se deteriora su caligrafía.

En ocasiones repasamos y ampliamos las notas, y otras veces escribo directamente en la esquina de algún dibujo que suscita un comentario espontáneo, para no olvidarlo.

Hemos empezado a marcar algunas imágenes, como la mujer de ojos rasgados y rasgos delicados que le he sugerido titular: “Belleza oriental”. Anduvo muchos días perdida, en manos de no sabemos quién. Ahora la tenemos localizada y con ella, otros dibujos que nos resulta fácil encontrar, cuando le apetece que repasemos sus cuadernos y dialoguemos sobre ellos. Le gustaría poder reproducir algunos diseños sobre otras superficies como madera y tela y se los imagina colocados en acogedores espacios.

Hace días sugirió algo que tal vez podamos llevar a cabo. Tengo la impresión de que él ya lo ha olvidado. Pero yo no. Es más, su sugerencia me ha hecho idear muchas otras cosas que me encantaría poder poner en práctica…

Por lo pronto, esta sección dedicada a la creatividad y el alzhéimer va a seguir creciendo, como los árboles…