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Hello! How are you?

 

 Cuando hablo diariamente por teléfono con mi padre, puedo anticipar cuál es su estado de ánimo a partir de la fórmula que utiliza para saludar y el tono con que pronuncia las palabras.

Sorprendentemente, si se tienen en cuanta los estragos que causa el alzhéimer, dispone de un amplio y variado repertorio de saludos. He ido tomando nota últimamente de algunas de sus expresiones más habituales, que incluyen algunas en inglés.   

Son muchos los días en que yo empiezo diciendo: Hello! How are you? Siempre procuro que suene alegre y musical. Otras veces se anticipa él y dice:

– ¿Qué cuenta mi hija Marta?

Repite la última frase que ha oído antes de coger el teléfono. Al cabo de un rato, no sé cuánto, el binomio se debilita, cada vez con más frecuencia y algunos días se deshace del todo. Lo sé cuando me cuenta por ejemplo que su hija le provee de mandalas. ¿Quién soy yo en esos momentos?, me pregunto. No trato de averiguarlo.

Hace unos días, cuando le pregunté cómo estaba, pronunció un «aiiiii» bajito y agudo que me dio risa. No sonaba a queja si no más bien a resignación con sentido del humor. No se me ocurre otra manera de describirlo.

– ¿Cómo hago para interpretar tu respuesta?, le pregunté. – Tienes un repertorio muy amplio de saludos y no sé si este lo conocía.

Le gustó mi observación y contestó:

– Oye pues es verdad y debería coger una libreta e ir anotando las palabras y eso. Pero tardaría mucho y no sé si …

Me entró la risa de nuevo y reaccioné rápido:

– Oye, pues si quieres te ayudo. Estaría encantada de tomar nota de todas las expresiones que empleas para saludar. Me encantan las palabras que usas y yo soy una auténtica artista tomando notas.

– ¿Sí? ¡No me digas! Oye pues estaría bien que lo hicieras. Yo es una cosa que nunca he hecho.

Le repito:

– Pues estaré encantada de ayudarte. Tomar notas es algo que hago continuamente. Es la manera que tengo de trabajar, escribo todo lo que se me ocurre en papelitos que voy acumulando hasta que un día los clasifico por temas y los ordeno.

Mi risa se debía al hecho de que acababa de proponerme que hiciera algo que ya estoy haciendo: Tomar nota de las expresiones que usa para saludar, cuando hablamos por teléfono. Y me hizo gracia la coincidencia de intereses y proyectos. Está claro que tenemos afinidad. La hemos tenido siempre. Y ello facilita ahora nuestra comunicación, a pesar de su enfermedad.

Él ha tomado notas muchos años de su vida, pero ya no lo puede recordar. Le gustaba hacer listas, de cosas muy diferentes. Conserva aún muchísimas libretas con anotaciones, pero ya no es consciente de que son suyas. Creo que yo he heredado la misma afición, pero no puedo explicárselo sin poner de relieve muchas cosas que han desaparecido de su memoria, así que no lo hago.

Continué la conversación con él hablando de tomar notas, haciéndole partícipe de una parte de mi trabajo. Es una de las cosas que sé que más le gusta y trato de aprovechar todas las ocasiones que se presentan.

No supe realmente interpretar su «aiiiii»  inicial, pero fue lo que propició una grata conversación en torno a otras cuestiones inesperadas, y eso es lo que cuenta, desde mi punto de vista.

Si le hubiera preguntado al final de la conversación: How are you?, estoy segura que hubiera contestado well well, con tono alegre, en vez de decir so, so, o ni fu ni fa, como hace otros días.

No recuerdo ahora todo lo que comentamos, pero sé que nos reímos mucho. En algún momento, hablando de tomar notas me dijo:

-Tomo nota.

No sé si se dio cuenta de que había hecho un chiste, pero yo se lo hice ver y pude nuevamente alabar su gracia natural para hacer chistes sin siquiera proponérselo.

Acepta mis alabanzas con gratitud y humildad y a veces con cierta reticencia, cómo si no fuera para tanto, pero sé que le gustan y trato de no escatimarlas.

Osos y aguacates

 

Desde que inauguré esta sección del blog dedicada a la creatividad y el alzhéimer, con el artículo titulado Pájaros-Hoja y Hojas-Pájaro, me pasa que no tengo tiempo de escribir sobre algunas cuestiones y anécdotas en el momento en que suceden. Por eso ya hace tiempo, mucho más del que en realidad hasta ahora he sido consciente, tomo notas improvisadamente en cualquier sitio que puedo cuando se me ocurren cosas y trato también de anotar palabras, expresiones, sugerencias, detalles de la conversación, etc. cuando hablo con mi padre por teléfono. Luego trato de trasladar todo lo que acumulo a una libreta que tengo dedicada exclusivamente a ello.

Tal vez no pueda escribir a posteriori sobre algunas cosas de un modo tan vívido como si relatara algo que acaba de suceder, pero el registro que llevo me permite recuperar anécdotas, reflexiones, ideas, inquietudes, y algunos planes que me hubiera gustado llevar a cabo y no he podido por diferentes motivos. Todo este material en bruto tiene para mí un valor inestimable.

Escribir sobre el tema no me resulta fácil y procuro siempre afrontar con buen humor todo lo que conlleva la enfermedad de mi padre. Escribo siempre desde la perspectiva de una persona que lo acompaña algunos ratos, puntualmente, y habla diariamente con él por teléfono. No soy su cuidadora. Si lo fuera, pasaría  24 horas al día con él y no sé si entonces podría percibir las cosas de la misma manera que lo hago ni adoptar actitudes que ahora me cuesta poco mantener.

Nuestro contacto puntual facilita probablemente que podamos reírnos juntos de muchas cosas, así que trato de aprovechar al máximo, en este sentido, los ratos que pasamos uno junto a otro o los momentos en que tenemos ocasión de charlar, aunque sea a distancia.

Hoy quiero recuperar una anécdota que registré gracias a  tener la costumbre de hacer fotografías. La cámara, para mí, constituye una herramienta tan inestimable como el lápiz y el papel, para tomar notas. Las fotografías además me proporcionan datos que de otra manera creo que no sería capaz de recoger, como las fechas y horas exactas en que se produjo un determinado suceso. Las tengo ordenadas en carpetas con títulos sugerentes y muchas de ellas acaban formando parte de los artículos que voy escribiendo para esta sección, como el de hoy: Osos y aguacates.

Un día de principios de marzo estuve con mi padre mirando y comentando los dibujos de uno de sus libros de mandalas, en el que entonces estaba trabajando. El cuaderno no es de mandalas propiamente si no que contiene dibujos variados, preparados para colorear y enviar como una postal, si se desea. Fue el primero que le regalé de este tipo y nos ha dado muchísimo juego para poder entablar conversaciones en torno a temas muy diferentes por la variedad de diseños y motivos que contiene. Lo compré en una tienda de artículos de regalo de origen danés que ha establecido una cadena de establecimientos con el nombre de Tiger.

Aunque él me ha leído el título que aparece en la portada miles de veces cuando hablamos por teléfono (sonrío con cariño mientras escribo esto), ahora no puedo acordarme de él. Está en un idioma que ambos desconocemos y siempre probábamos distintas pronunciaciones para las palabras que aparecen en la cubierta y no he conseguido retenerlas. Uno de los dibujos que hay en el cuaderno consiste en un grupo de osos que ocupan toda la página, sin dejar ni un solo espacio en blanco.

Tardé un tiempo en memorizar las imágenes para poder identificarlas a distancia cuando él me describía los dibujos en los que estaba trabajando o los que ya había completado.  Lo hago con cada nuevo cuaderno que empieza y me lleva un tiempo situarme y reconocer qué describe. Durante el periodo de memorización se producen conversaciones como ésta:

Él: … en esta hay … animales…. Son muy grandes

Yo: ¿elefantes?

Él: ¡No! Están todos apretujados y no sé si van a acabar peleándose porque tienen cara de pocos amigos.

Yo: ¿Osos?

Él: ¡Eso! Osos.

El dibujo le inspiró pintar de gris el cuerpo de los osos. También aplico un poco de color rosa en algunas zonas. Los osos tienen rostro, pero no estoy segura de que él los perciba de la misma manera que otras personas.

Le gusta pintar rostros y expresiones. Es un artista haciéndolo. Tiene tendencia a transformar e intervenir sobre algunos y también los pinta en sitios que a veces resultan sorprendentes. Hace pocos días por ejemplo convirtió el dibujo de una aleta para bucear, de las que se colocan en los pies, en una monja muy expresiva. Me lo contó muy divertido y yo la encontré estupenda. Imaginad cómo lo hizo…

Con los rostros de los osos realizó un trabajo muy especial. Les puso otros.  Mirad la fotografía otra vez:

El caso es que ese día en que estuvimos comentando y viendo en directo la lámina de los osos, poco rato después tuvimos también ocasión de comer juntos.  La sobremesa se alargó un ratito y los platos fueron desapareciendo hasta que el mantel quedó limpio y despejado. Entonces apareció un aguacate encima. Estaba destinado a mí. Me encantan los aguacates y siempre agradezco un regalo así.

El aguacate atrajo la mirada de mi padre y me di cuenta. Lo tenía colocado enfrente, a una distancia de dos o tres palmos, sobre la mesa.  Lo estuvo observando un buen rato. Ladeaba la cabeza cambiando ligeramente la posición como para modificar la perspectiva con que lo veía. Lo hizo varias veces, contemplándolo absorto mientras degustaba una pastilla de café con leche, que le gustan con pasión. De pronto me miró y me dijo:

Oye, a qué te recuerda esto (refiriéndose al aguacate), si hubiera muchos, bueno unos cuantos juntos, sobre la mesa.

Detecté sonrisa guasona, y percibí un destello de luz en sus ojos, que entrecerró de forma especial. Le miré, luego posé la vista en el aguacate.  Titubeé … y me esforcé…

y prorrumpí en carcajadas antes de poder pronunciar palabra.

¿Osos apretujados? Conseguí preguntarle un instante después

Y se sumó a la risa que tan bien nos sienta a los dos.

Su asociación visual me pareció espléndida y más si se tiene en cuenta la manera en que él ha trabajado los rostros de los osos. Se corresponden con el hoyuelo que tienen los aguacates en la parte superior, en el lugar donde estaba insertado el pedúnculo.

Cuando llegué a casa hice una foto del aguacate y la guardé en una carpeta junto a otras imágenes que acabo de recuperar.

Ahora que he pensado, rememorado y escrito sobre este episodio me vuelve a entrar la risa de nuevo, como si pudiera vernos a ambos aquel día, muertos de risa los dos mirando un aguacate sobre el mantel de la mesa del comedor. La escena en sí no tienen nada de hilarante, pero yo la recordaré con sumo cariño, como un mágico momento de complicidad y de buen humor compartido que el alzhéimer no logró enturbiar.

Sospechas confirmadas y el cerebro que se resiste

 

Cuando hace unos días, a mediados de mayo, mi padre fue a visitarse con el gerontólogo en el hospital se confirmaron mis sospechas en torno a una cuestión: los enfermos de Alzheimer que han tenido una actividad intelectual intensa, se ven especialmente afectados por los trastornos que causa su enfermedad a nivel cognitivo y sufren con ello. Perciben y se dan cuenta en muchos momentos de las dificultades que les supone realizar actividades que han realizado de forma habitual toda su vida, como por ejemplo leer.

A medida que la enfermedad avanza, la lectura se hace cada vez más difícil. Llega un momento en el que, aunque puedan leer las palabras, no pueden retener su significado ni hilvanar el hilo argumental que las une. Eso es lo que le ocurre a mi padre en estos momentos. Todavía puede leer, mecánicamente hablando, pero se pierde en el aspecto significativo de la lectura y la actividad se convierte en una tarea de máxima dificultad que le genera incomodidad, tensión y cierto desasosiego. Lo percibo cuando trata por ejemplo de resumirme el contenido del libro de Pierre Loti que lleva meses tratando de leer. Y también cuando lo hace con las noticias del periódico, con las que toma contacto a través de titulares que cada vez entiende menos (a mí me pasa lo mismo con los titulares y las noticias del mundo).

Para quien no haya tenido la costumbre de leer, tal vez el progresivo deterioro de esta capacidad no sea muy significativo ni genere grandes disgustos, pero cuando un enfermo de alzhéimer ha sido un ávido lector, la pérdida es profundamente significativa. En el caso de mi padre yo así lo siento. Y a pesar de todo se esfuerza y no deja de intentarlo. Se resiste además a reconocer las dificultades que les supone y me parece explicable. Su resistencia se puede interpretar probablemente de varias maneras, pero a mí me gusta pensar que es señal de los intentos que hace su cerebro para mantenerse plástico.

Después de visitar al gerontólogo, mi padre me contó que había estado en el siquiatra. El interrogatorio al que se vio expuesto le afectó en varios sentidos y a mí también. A veces, cuando él se da cuenta de las dificultades que tienen para comunicarse tienen la impresión de que se está volviendo loco. Así lo verbaliza en ocasiones y entonces yo prefiero decirle que la verdad es que siempre ha estado un poco loco (y nos reímos) y que ahora lo que le pasa es que se está volviendo viejecito. Viejecito y desmemoriado. Se lo digo con respeto y cariño y creo que agradece y acepta esta simple explicación.

Cuando sacó el tema del siquiatra hace unos días, estaba serio y preocupado. Traté de darle carpetazo ipso facto y cambiar de conversación. No me sentí muy satisfecha. Tuve la sensación de que percibió mi intención de esquivar el tema que él había iniciado. Las maniobras de distracción o de cambio de dirección no siempre resultan fáciles y en ocasiones las realizo de forma brusca.

No hizo más referencias al siquiatra. Unas horas más tarde me explicó apenado un episodio de juventud que transportó al presente y relató como si hubiera ocurrido dos o tres días antes. Lo reconocí, no era la primera vez que lo oía, pero me sorprendió que de repente volviera a emerger en su cabeza como si se tratara de algo vivido muy recientemente. El episodio era dramático. Él usó repetidas veces esta palabra. Había tenido un amigo que acudía al siquiatra y que desgraciadamente acabó suicidándose. Revivió el suceso muy apenado, mientras yo lo escuchaba atentamente.

Me estuve preguntando por qué había emergido de pronto en su cabeza dicho episodio. Tiempo atrás, cuando todavía podía recordar algunas cosas de su juventud, me había explicado repetidas veces el desgraciado incidente. Memoria y emoción guardan relación, ya lo he comentado en algún otro momento. El suceso le produjo una intensa emoción, no tengo ninguna duda.

Pero, ¿por qué ahora emerge de nuevo?, seguí preguntándome.

Y en algún momento que no puedo precisar he dado con la respuesta. Se trata sólo de una hipótesis. No hay manera de demostrarla: tengo la impresión de que su experiencia con el siquiatra/gerontólogo de hace unos días, propició una delicada conexión con el amigo que visitaba al siquiatra y tuvo un trágico final.

Es una posibilidad que me parece explicable y que refuerza una idea que expuse hace pocos días: el cerebro de los enfermos de alzhéimer trata por todos los medios de conservar su plasticidad, se resiste a perderla. Es capaz de sortear lagunas, espacios en blanco, abismos y desiertos y establecer frágiles y perecederos hilos de conexión.

Fotografía del fragmento de una obra de la artista GEGO, sobredibujada.

Cuanto más lo pienso, más sentido le encuentro a mi hipótesis. He contado que a veces mi padre piensa que está loco cuando es consciente de algunos de los problemas que experimenta a causa de su enfermedad y no sabe a qué atribuirlos.

La manera como se percibe a sí mismo en algunos momentos (presumo que se intensificó después de la visita al médico), estoy convencida de que fue lo que le conectó con su amigo. Él nunca ha dicho que estuviera loco. Lo apreciaba mucho. Siempre se ha referido a él con respeto, diciendo que el pobre tenía algún tipo de trastorno o enfermedad mental. Lo recuerda con cariño y con pena.

El recuerdo que emergió de improviso tenía sentido. No se trataba de un episodio inconexo, aunque lo hubiera trasladado al presente. Probablemente necesitó mucho tiempo para conectar al siquiatra con su amigo y estuvo dándole vueltas toda la mañana. Yo ya me había olvidado del siquiatra cuando me lo contó, pero detecté que estaba afectado y lo escuché con mucha atención.

Encontrar explicación a cuestiones como ésta, por indemostrable que sea, me tranquiliza. Siento que acrecienta mi comprensión.

Y siento que los enfermos de alzhéimer, además de respeto y cariño necesitan también ser comprendidos y valorados y hay que esforzarse para hacerlo. Es muy fácil no escucharlos de verdad y dar por sentado que cuentan extravagancias fuera de lugar.

Identidades

 

La identidad de los enfermos de Alzheimer se desintegra progresivamente de forma inexorable. La de sus acompañantes, también.  En mi caso, se desintegra y multiplica a la vez.

Hace ya mucho tiempo, años, que trato de afrontar de la mejor manera posible este doble proceso. No fui consciente al principio de la enfermedad de mi padre de que mi propia identidad sufriría cambios. Sólo fui consciente de que él sería víctima de este proceso ineludible.

Cuando los recuerdos van desapareciendo paulatinamente y los enfermos ya no pueden recordar, ni siquiera a grandes rasgos, los episodios que han determinado su vida no hay estrategia que valga para tratar de preservar su identidad y la de las personas que los rodean.

Cuesta entenderlo y resulta difícil asumirlo. De nada sirve tratar de resistirse, hay que acabar por aceptarlo. Yo sólo puedo hablar de mi experiencia, pero tengo la impresión de que algunos de los pensamientos y sentimientos que a mí me genera este proceso es posible que también los tengan y experimenten otras personas que estén viviendo una situación similar.

Últimamente tengo la impresión de que la relación de parentesco que me une a mi padre ha desaparecido prácticamente del todo de su cabeza. No es una desunión permanente, a ratos parece que recuperamos los lazos que nos unen, pero es difícil saber cuándo es así y cuándo no.

Llevo meses tratando de preservar el binomio hija-Marta pero cada vez con más frecuencia ambos conceptos se disocian completamente. En algunos momentos tiene claro que soy su hija, pero no Marta. En otros soy Marta, pero no su hija.  Siempre intuye sin embargo que soy alguien querido y cercano. O por lo menos, yo lo percibo así.

Las confusiones sobre mi identidad se hacen evidentes de forma diferente según si hablamos en directo o por teléfono. Ya hace tiempo que las conversaciones diarias que mantengo con él van precedidas de maniobras de orientación que le recuerdan el binomio hija-Marta, antes de que empecemos a hablar. Sin embargo, a medida que van pasando los minutos tengo la impresión de que el binomio se diluye y llevo semanas tratando de introducir frases que refuercen nuestro vínculo y relación. Algunos días, no estoy segura de si realmente he logrado que no se olvide antes de colgar, de con quién está hablando.  Otros días tengo claro que esto no ocurre y podemos mantener charlas fluidas.

Cuando trata de explicarme alguna experiencia que hemos vivido juntos, es cuando más se pone de manifiesto últimamente la confusión sobre mi persona. He hecho una lista de las identidades que he asumido hasta ahora, en los últimos tiempos:

  • Mi amigo el delgadito
  • El amigo de mi marido
  • Mi marido
  • Un compañero de la escuela
  • Un amigo
  • Un hombre
  • La Gómez Aracil
  • Ricardo

No sé si alguien se habrá dado cuenta: he cambiado de género. Exceptuando la Gómez Aracil, todas mis otras identidades son masculinas.

El artista Marcel Duchamp juega y explora su identidad como Rrose Sélavy

De nada sirve preguntarse por qué motivo me he convertido en los últimos tiempos en un hombre. Lo único que cabe es aceptarlo. Me digo a mi misma que es preferible hacerlo con sentido del humor tratando de encontrar el punto gracioso y creativo que hay en ello.

Nunca pienso que él se haya olvidado de mí, ¡para nada!  No puede acordarse de quien soy exactamente, que desde mi punto no es lo mismo y eso no impide además que podamos seguir disfrutando haciendo cosas juntos.

Ayer me contaba que alguien, un hombre, había pintado dos de sus minimandalas. Tenía claro que no los había hecho él y traté de explicarle que había sido yo, que los hice con su permiso y aprobación previa, que había estado luego haciendo pruebas con un pincel para ver qué tal quedaba el dibujo después de pasarlo ligeramente humedecido sobre el papel, porque los lápices de colores que usa son acuarelables.

Le gustó esta última palabra y la repitió unas cuantas veces, pero pronto entramos en un bucle en el que aparecía un hombre con un pincel y fue complejo salir de él. Tuve la sensación de estar disolviéndome como una pincelada de acuarela sobre el papel. Y traté de resistirme. Intenté recordarle un montón de detalles, hilvanando sus fragmentos confusos, procurando poner de relieve el interés que ambos compartimos por los mandalas y algunas cosas que hacemos juntos.  Y lo que hice en realidad fue poner de manifiesto la cantidad de cosas de las que no puede acordarse.

¿Hice bien tratando de resistirme? ¿No hubiera sido mejor abandonarme a la disolución y tratar de dejar sencillamente una bonita impronta, como hace la acuarela sobre el papel?

Me resulta fácil preguntármelo ahora, pero es complejo incorporar estos razonamientos en el momento en que estoy tanteando las posibilidades de la conversación con él.  No siempre sé qué hacer.

A veces me diluyo sin problemas y otras me da la sensación de que me resisto a ello.

En muchos momentos él no sabe quién soy. No puede ponerme nombre ni cara. Las palabras y las imágenes que se extravían en su cabeza le juegan una mala pasada y el binomio conceptual hija-Marta se debilita.

Sin embargo, percibo que el binomio emotivo padre-hija que nos ha mantenido unidos toda la vida, permanece. Es como si mi identidad emocional conservara aún su consistencia.

Tal vez acabe cambiando de estado y se volatilice como los gases. Quiero pensar que podré preservarla bajo una campana de cristal como la que ahora contiene y retiene a mis milanos de miraguano.

 

 

Frutas, mariposas, hipótesis y correlaciones

 

Nunca puedo predecir qué temas van a aparecer en la conversación telefónica que mantengo diariamente con mi padre. Hay días que tengo ideas nuevas que contarle, alguna aventura, planes, etc. pero no siempre es posible abordar lo que imagino por adelantado que le puede interesar.

Noto cada vez más, que cuando él sugiere o inicia un tema vale la pena tratar de seguirlo, salvando las incoherencias que haga falta, porque éstas, también cada vez más, acaban siempre apareciendo en algún momento de la conversación. Creo que vale la pena potenciar al máximo todo aquello que despierta su interés. Tenemos también algunos temas recurrentes, pero a menudo los abordamos como si fuera la primera vez que lo hiciéramos.

Algunos días, empezamos saludándonos en inglés: Hello, How are you?  Su respuesta y el tono con que pronuncia las palabras que escoge suelen ser diversas y me indican habitualmente cuál es su estado de ánimo en general.  Tal vez hablaré de ello en otro artículo.

Muy a menudo la conversación que mantenemos se alarga por espacio de media hora o más y gira en torno a temas diferentes. A veces saltamos de uno a otro de forma espontánea e inesperada estableciendo conexiones dispares que suelen seguir no obstante una lógica creativa y hay días que navegamos en espiral volviendo una y otra vez al mismo punto de partida.

La semana pasada, tuvimos una charla inesperada que resultó ser muy interesante y gratificante para ambos. Cuando percibí el giro que tomaba la conversación corrí a buscar lápiz y papel y tomé notas. Es la mejor manera de no olvidarse de los detalles.

Fue a raíz de que se me ocurriera contarle que tenía planeado hacer un experimento para atraer mariposas al jardín. Llevábamos un buen rato hablando y la conversación había decaído un poco. Yo miraba a través de la ventana y tenía la vista posada en el jardín y empecé a contarle mi propósito.

Días atrás había tenido la ocasión de observar a una mariposa preciosa posada sobre una de las manzanas que coloco para alimentar a los pájaros y que se había quedado medio seca, al sol.

Tuve tiempo de atraparla con la cámara y una de las fotografías que tomé me permitió observar posteriormente su espiritrompa desplegada y una gotita en el extremo que presumo debía ser néctar de la manzana. Me acordé de que en Costa Rica colocan platos con trozos de frutas frescas para atraer a las mariposas y decidí que valía la pena probar si las   mediterráneas reaccionan igual.

Casualmente había estado hablando también del tema con un joven vecino que se interesa por estas cuestiones y que me sugirió, con mucho acierto, que colocara frutas jugosas para que las mariposas pudieran introducir la espiritrompa con facilidad y absorber el líquido azucarado.

La conversación con mi padre tuvo lugar un rato después de que hubiera colocado un par de jugosos tacos de sandía sobre los comederos que tengo para los pájaros.

Le conté lo que me proponía comprobar y le hablé de la sugerencia de mi joven amigo de escoger frutas jugosas. Le expliqué que acababa de poner sandía y que en cuanto tuviera ocasión también colocaría un trozo de melón.

Él seguía con atención lo que le estaba contando. Le gusta que le hable de los seres vivos que tengo ocasión de observar en mi entorno. Después de hablarle del melón me dijo:

– Oye, ¿tú sabes si las mariposas se sienten más atraídas por el olor que por el color?

Se produjo un instante de silenció hasta que reaccioné:

– ¡Qué pregunta más interesante me acabas de hacer! No tengo ni idea de la respuesta a lo que planteas. No sé si las mariposas perciben los colores y si por ejemplo distinguen entre el amarillento del melón y el sonrosado de la sandía. Tampoco sé cómo perciben los olores. Tu pregunta activa mi curiosidad y ahora tendré que investigar para tratar de encontrar respuesta a lo que planteas.  Me has dejado realmente boquiabierta con tu preguntita.

Mi reacción fue de absoluta y sincera admiración. Me pareció una pregunta genial. Un punto de partida ideal para establecer algunas hipótesis y poner en marcha, o por lo menos idear, un proceso de investigación.

Mis palabras y mi tono le gustaron. Se sintió muy satisfecho de haberme propiciado un tema sobre el que investigar y siguió con otra sugerencia:

– Oye, se me ocurre que también podrías investigar si se puede establecer algún tipo de correlación entre las frutas que pongas y las especies que las visiten.

Me fascinó que de repente estuviéramos hablando con tal nivel de fluidez. En su cabeza se acababa de producir un mágico destello de conectividad y coherencia que había conseguido burlar al alzhéimer, aunque sólo fuera por unos minutos.

Seguí alabando su capacidad de sugerir cosas interesantes y le dije que me había dejado descolocada con sus observaciones. Y era verdad. No he tenido todavía ocasión de investigar sobre los sentidos de las mariposas, pero lo haré. Me intriga saber si poseen un órgano olfativo y cómo perciben los colores.

Aproveché todo lo que pude los mágicos minutos que nos brindó la conversación sobre las mariposas y sus propuestas de investigación. Momentos como este cada vez son menos frecuentes.

*

Los trozos de sandía que puse en el jardín han atraído al ejemplar que presuntamente vi sobre la manzana. No puedo asegurar que sea el mismo, aunque sí es de la misma especie.

Había pensado dedicar a esta mariposa un artículo desde la sección La ventana del naturalista de este blog, pero me ha apetecido hacerlo desde esta sección dedicada a la Creatividad y el alzhéimer a raíz de la fantástica conversación que mantuve con mi padre sobre el tema.

 

Las habilidades de los enfermos de alzhéimer

 

Llevo pensando en escribir este artículo desde hace mucho tiempo. Me parece imprescindible hablar de las habilidades que tienen los enfermos de alzhéimer. De la misma manera que de las de otras personas con otras patologías y disfunciones.

Hay grupos de los que se tiende a destacar todo lo que no pueden hacer o van dejando progresivamente de poder hacer. Desde mi punto de vista, además de conocer estos aspectos, deberíamos también centrarnos en todo aquello que sí pueden hacer. Yo llevo años tratando de adoptar esta perspectiva, no sólo en relación a los enfermos de alzhéimer, si no en relación a todas las personas.

Fragmento de una obra de GEGO

Tratar de facilitar que las personas puedan desarrollarse satisfactoriamente haciendo uso de sus habilidades, cualesquiera que sean, me parece primordial.

Los enfermos de alzhéimer ponen en juego muchísimas estrategias para tratar de resolver los problemas y las dificultades que les causa su progresivo deterioro cognitivo. Y ello es desde mi punto de vista una señal de las distintas habilidades que tienen o conservan, por lo menos durante un tiempo. Sin ellas no lograrían probablemente comunicarse de la manera que lo hacen.

Estoy convencida de que cuando se plantea todo desde el punto de vista de lo que determinadas personas no pueden hacer, se dejan de lado y se pierden muchas oportunidades.  Creo que uno de los motivos que también explica que se no valoren determinadas habilidades radica en el hecho de que se da por sentado con frecuencia que algo no es posible, sin haberlo siquiera intentado. Es la manera más rápida de cortar de raíz cualquier posibilidad a explorar. Y tengo la impresión de que se trata de una práctica muy extendida en diversos ámbitos, desgraciadamente.

No creo que se pueda generalizar en torno a las habilidades, más que para afirmar que todas las personas las poseen. Es por esto que lo que es importante es considerar lo que SÍ puede hacer CADA persona.

Fragmento de una obra de GEGO

Desde mi punto de vista, en el caso del alzhéimer, además, existe otro riesgo: la memoria o la pérdida de memoria. Sirve de justificación para no emprender o llevar a cabo algunas cosas porque de nada va a servir, piensan algunas personas, si luego el enfermo se va a olvidar de ellas.

Yo tengo dudas al respecto y por tanto prefiero centrarme en lo posible, en el momento presente. Aunque los recuerdos se desvanezcan, tengo la impresión de que la impronta emocional, que por lo menos algunos de ellos dejan, no desaparece con tanta rapidez como podríamos suponer. Emoción y memoria guardan relación.

Llevo mucho tiempo interesándome por cómo funciona el cerebro y los avances en el terreno de la neurociencia están proporcionando nuevos datos, que me parecen fascinantes en el sentido que amplían espectacularmente las expectativas sobre las posibilidades de aprendizaje de nuestro cerebro. O yo así lo interpreto.

Y ello, desde mi punto de vista, abre la puerta a la inclusión y al concepto de aprendizaje permanente (la estructura de nuestro cerebro tiene el potencial necesario para aprender durante toda la vida).

Hace años se creía por ejemplo que las neuronas se iban destruyendo progresivamente y disminuyendo su número con la edad, sin renovarse. Hoy se sabe que la neurogénesis (la generación de nuevas neuronas) tiene lugar toda la vida. Es un proceso continuo que experimenta picos de máxima producción en momentos críticos del crecimiento, que se ralentiza con la edad y a causa de otros factores también, pero no cesa.

Este y otros conocimientos me dan ideas para poner en práctica en la relación con mi padre, enfermo de alzhéimer. También me ayudan a tratar de entender cómo funciona el cerebro de una persona que sufre dicha enfermedad, aunque sea a mi manera. El proceso me lleva a crear y trabajar con modelos artísticos de representación conceptual que me permiten explorar algunos conceptos desde diversas perspectivas, probablemente de una manera original y poco habitual.

Fragmento de una obra de GEGO

Retomo el propósito del artículo, que era hablar de las habilidades de los enfermos de alzhéimer. Éstas se ponen de manifiesto por ejemplo en la comunicación diaria a través del lenguaje oral, cuando que no encuentran las palabras precisas que quieren para explicar o referirse a lo que desean y recurren a estrategias diversas para poder hacerlo.

Cuando los problemas de este tipo empiezan, la comunicación deja de ser fluida y adquiere un ritmo que puede ser sincopado, o experimentar retrocesos, vaivenes, bucles, espirales, etc. Hay que saber adaptarse a estos cambios. Ellos no pueden controlarlos y es especialmente importante tratar de estimularlos y de que mantengan la comunicación con otras personas. Cuando dejan de hacerlo su mundo social se reduce de manera drástica.

Fragmento de una obra de GEGO

Cuando hablo con mi padre, aunque nos separe la distancia y hagamos uso del teléfono, percibo cómo su cerebro se esfuerza por establecer conexiones que le permitan, de la manera que sea, comunicarse. Cada vez más, tiene dificultad para encontrar las palabras que necesita.

Trato de afrontar siempre la conversación con él con paciencia, con atención y procurando no interrumpirlo, dándole tiempo entre frase y frase.

Si yo interrumpo bruscamente este proceso, que es lento, extremadamente lento a veces, destruyo la posibilidad de que su inmenso esfuerzo se vea recompensado por el logro de haberlo conseguido. Las interrupciones le despistan, le hacen perder el frágil hilo con el que intenta hilvanar palabras e ideas con coherencia.

Sí me atrevo en muchas ocasiones a sugerir soluciones, palabras, ideas, conceptos, etc. Sugerir forma parte del diálogo. Es un sugerir amable y respetuoso que no pretende poner de manifiesto que no encuentra las palabras. Sugerir consultándole para que él esté implicado en la elección de los vocablos. Eso sólo lo puedo hacer si lo escucho atentamente y trato de ponerme en su lugar para poder anticipar en cierto modo su mensaje.

Cuando sugiero, propongo, consulto, etc. y no acierto, me lo dice a las claras: No, eso no. Y sonrío pensando que sus redes neuronales están activas pese al alzhéimer y trata de buscar caminos alternativos entre ideas que antes estaban conectadas por un puente que ha desaparecido y ya no se puede por tanto cruzar.

No se queda de brazos cruzados por así decirlo (por lo menos en muchas ocasiones) trata por todos los medios de explicar lo que quiere con los retales inconexos que encuentra y logra hilvanar.

Me parece  admirable y digno de reconocimiento. Las soluciones que encuentra para salvar lagunas y espacios en blanco son creativas en el sentido literal del término. Encuentra la manera de explicar lo que quiere de una manera original que además resulta en ocasiones graciosa y divertida. No digo que sea siempre así, ni mucho menos, pero existen episodios continuos en los que hace gala de sus habilidades.

Una de las últimas palabras que inventó me resultó especialmente simpática y apropiada.  Trataba de explicarme que le quedaban aun trabajo por hacer con los lápices de colores para acabar uno de sus mandalas dialogados. La palabra que se inventó resolvió sus dificultades:

–  Me quedan aún unos cuantos «lapitazos , me dijo.

No sólo le entendí perfectamente, si no que encima me entró la risa, que compartí con él, y me dio pie a alabar sus increíbles capacidades creativas.

¿Se atreve alguien a ponerlas en duda?

¡Qué palabra tan bonita y divertida acabas de inventar! (era consciente de ello). La voy a usar a partir de ahora, si tú me dejas.

Claro, por supuesto, no faltaría más …

¿Con qué emoción creéis que pronunció esta última frase?

Estoy convencida de que el cerebro de los enfermos de alzhéimer se resiste a dejar de ser plástico aún las dificultades que encuentra. Y es esta resistencia la que activa o pone en juego determinadas habilidades, que propongo valorar.

Resulta fácil caer en la tentación de dar por sentado que lo que dicen es incoherente, irrazonable y un largo etcétera.

Yo prefiero esforzarme por tratar de entender lo que quieren decir por surrealista que en ocasiones pueda sonar. Ello exige tiempo y paciencia.

Desgraciadamente el tiempo nunca sobra y la paciencia acaba por agotarse.

 

Los Montes

Los Montes es el lugar donde mi padre pasó su infancia, cerca de Málaga. Conserva todavía vagos recuerdos de aquella época.

Hace tiempo localicé una fotografía antigua de la casa donde vivió con sus padres y sus hermanas mellizas. La pusimos en un álbum, junto a otras de aquellos años. De vez en cuando lo hemos estado viendo y comentando juntos, reviviendo rostros y personas, anécdotas y experiencias y poniendo nombres a algunas caras cercanas que se han ido convirtiendo en desconocidas.

Hace tiempo sin embargo que no lo hacemos. A medida que sus recuerdos se desvanecen más complicado es a veces tratar de revivirlos. Siento que es preferible dejar que se desvanezcan por mucho que duela.

El día que le mostré la fotografía de la casa recordó de pronto con emoción su cuarto de juegos, justo en la habitación que había tras la ventana de la derecha.

Los Montes constituyen todavía para él un grato recuerdo, aunque sea vago y se vaya desintegrando progresivamente. En otra época hablaba de ellos describiendo olores, sabores, sonidos, colores, etc. Yo creo que los percibió con todos sus sentidos cuando era un niño y ahora, algunas experiencias sensitivas son capaces de activar gratas emociones relacionadas con ellos.

Hace ya tiempo, cuando tengo ocasión, vamos a pasear juntos por los montes. En quince minutos en coche, subimos a lo alto de la cordillera prelitoral de la comarca del Maresme, en un punto cercano a Barcelona. Conocemos un mirador desde el que se divisa el mar ocupando todo el horizonte, Barcelona y otras ciudades próximas, la silueta de la montaña de Montserrat, etc.

La primera vez que lo visitamos se sintió transportado a los Montes de su Andalucía natal y Barcelona se transformó en Granada y en algún lugar del mar emergió el peñón de Gibraltar.

Desde entonces, hemos estado en el mirador unas cuantas veces y en los últimos meses hemos incrementado la frecuencia de los paseos por los montes. La primavera llena el campo de flores y de otras cosas sumamente atractivas.

El paseo, lento y ascendente, por senderos sin asfaltar que atraviesan los bosques de pinos ahora gravemente afectados por un escarabajo demoledor que ha obligado a talar innumerables ejemplares afectados, le hace rememorar muchas sensaciones de su infancia.

En algunos lugares puedo circular lentamente junto a los márgenes donde crecen las esparragueras y descubrir desde el coche algún intrépido espárrago creciendo entre las hierbas. Entonces detengo el coche y bajo a cortarlos. Él es el encargado de sujetarlos mientras yo conduzco y no ceso de alabar su aguda visión entre parada y parada. A veces, las tentativas resultan infructuosas. Le encantaba ir en su busca cuando era niño y vivía en los Montes.

También cogemos flores y hierbas. Últimamente la retama ha sido la protagonista. Él la recuerda de Málaga. Despide una fragancia muy agradable, aunque creo que él no la percibe a casusa del alzhéimer, que afecta el olfato de alguna manera, o eso creo. No obstante, aspiramos los dos las flores que cortamos y comentamos lo bien que huelen. Me cuenta que cuando estaba seca, la usaban para encender chimeneas y braseros y tiene la impresión de que la llamaban “bolina”. He buscado información y no he encontrado de momento referencia a este término.

Tras las excursiones a los montes, él me suele contar que ha estado en ellos, pero nunca ha sido conmigo. Sonrío cuando me explica lo bien que lo ha pasado. Y luego se olvida enseguida, o eso creía yo.

El sábado, cuando hablé con él por teléfono, me contó que hace ya un par de meses sale a pasear con un amigo, un hombre, a los montes. Me explicó en plan secreto que se lo pasan en grande cogiendo espárragos desde el coche. Él otea el margen y en cuanto ve uno, avisa a su amigo, que para y sale a cortarlo.

Me siento feliz cuando me doy cuenta de que sí se acuerda de las excursiones que hemos estado haciendo. Lo que menos me importa es que se acuerde de con quién ha ido. Se acuerda del contenido sensitivo y emocional de ellas.

Le dije que me parecía fabuloso que pueda disfrutar de los paseos con su amigo. A ninguno de los dos nos sale nunca su nombre… aunque sabemos quién es…

Y me preguntó: –Oye, ¿tu conduces? Y me entró la risa, no lo pude evitar y le dije: Si, por supuesto, y si te apetece, un día vamos los dos a pasear a los montes.

El último día que estuvimos en ellos fue el viernes pasado y el comentario lo hizo el sábado cuando hablamos por teléfono. Esta vez sin embargo se refirió a que llevaba como dos meses subiendo con frecuencia, cosa que es cierta.

En el mirador estuvimos charlando animadamente de muchas cosas y haciendo fotos. Le conté que me fascinan los milanos que producen algunas flores y corté unas cuantas inflorescencias maduras, con las semillas a punto de emprender el vuelo. Estuvo posando para mí, mientras soplaba milanos al viento y nos reíamos pensando en la cantidad de deseos que podíamos pedir de golpe.

Cuando íbamos de vuelta, camino a casa, hizo otro comentario que ya indicaba a las claras que conserva recuerdos de otros días.
Me dijo:

Oye, menos mal que ya me he acostumbrado a pasar por aquí, porque los primeros días pensé: Pero muchacho, ¿Dónde te has metido?

Y sonreí al recordar que durante la primera excursión no dejó de repetir: si me viera mi padre por estos caminos…

Algunos días vamos en Panda, un coche ideal para circular a velocidad de espárrago, por caminos de montaña sin asfaltar, con algún que otro bache por decirlo de una manera suave. Convierte el paseo en una auténtica aventura, y a los dos nos gusta …

¿Pandeamos?, me preguntó un día, hace ya mucho tiempo. Pandeemos, contesté.

Y nos entró la risa a ambos, como tantas veces.

La caja número 5

 

El viernes mi padre y yo chineamos juntos. Después subimos a los Montes.

Aprovechamos un pequeño encargo familiar (adquirir una caja de plástico), para visitar el bazar y dialogar sobre algunas de los miles de cosas que hay en él.

Pasamos por nuestras secciones preferidas, como siempre que vamos. En la de artículos para hacer manualidades curioseamos todos los estantes y le fui describiendo el contenido de muchas de las bolsitas transparentes que hay colgadas. En el pasillo de artículos de papelería nos detuvimos ante las libretas. Decidí comprarme una para apuntar todas las cosas que se me ocurren estando con él. Ya tengo una, pero la voy llenando a un ritmo vertiginoso y pronto voy a necesitar otra. Él también se habría comprado una, pero más grande, le gustan especialmente las de tamaño folio, con espiral metálica, tapas duras y papel cuadriculado.

Llegamos a la sección de cajas de madera, otra de nuestras preferidas, y nos entretuvimos viendo la diversidad que tienen. Algunas parecen baúles en miniatura, otras tienen la tapa troquelada con diferentes motivos y solemos señalar las que más nos gustan para ver si coincidimos. Otras cajas tienen divisiones interiores y tapa de cristal que permite ver el contenido. No nos importaría a ninguno de los dos adquirir la sección entera.

No teníamos claro dónde estaban las cajas de plástico y nos movimos entre artículos apilados que dificultaban el paso, buscándolas. A veces, cuando veo cosas a distancia que creo que le pueden gustar, le acerco una y comentamos si nos parece bonita, elegante, útil, etc. Luego lo vuelvo a dejar en su sitio. La mayor parte de veces decidimos que no vale la pena adquirir ciertas cosas, aunque nos gustaría hacerlo.

Al lado de la sección de jardinería encontramos finalmente lo que buscábamos. El encargo era inequívoco: una caja del número 5.

Nos pusimos ambos a buscarla. Le ayudé a identificar la etiqueta donde aparece el número de cada modelo y revisamos todas las pilas que había, desde el suelo, hasta la altura de la cabeza. El número 5 no aparecía por ninguna parte y di la vuelta al pasillo, sin éxito.

¡Vaya!, exclamé, ¡!qué mala suerte tenemos!, hay cajas del número 4, del 6, del 7, del 3, del 11, del 1, ¡pero ninguna del 5!

Espera, verás– me dijo. –Podemos hacer una cosa: cogemos una del 4 y una del 6 y las partimos por la mitad.

¿Cómo? – le dije. Y le escuché con atención.

Me repitió: Cogemos una del 4 y una del 6 y las partimos por la mitad.

Prorrumpí en carcajadas. Y un instante después lo hizo él.

Entendí el chiste, un ingenioso chiste matemático y me pareció digno de admiración. Se podría expresar mediante una fórmula:

Nos miramos a los ojos y no tengo duda: No era el alzhéimer. Acababa de hacer gala de su magnífico y agudo sentido del humor. Se puso muy contento cuando percibió que yo lo había captado.

Nos reímos un buen rato y seguimos buscando la caja nº 5. Finalmente dimos con ella y tuvimos otro motivo de satisfacción: pudimos realizar el encargo familiar, cosa que habíamos puesto en duda que pudiéramos hacer, unos minutos antes.

De camino a la salida continuamos examinando objetos. Le llamó la atención una pieza metálica que sirve para mezclar pintura y un salabre que le recordó que en algún momento de su vida él había ido a pescar. Mientras esperábamos a que nos cobraran descubrió una raqueta de tenis que le pareció demasiado pequeña y endeble y nos enteramos de que sirve para electrocutar moscas. La joven oriental que atendía la caja daba instrucciones a la clienta sobre cómo debía usarla. Saludamos cordialmente al marcharnos y me comentó nada más salir:

Hay que ver lo bien que habla el castellano esta chiquilla (refiriéndose a la dependienta).

En algún rincón de su cabeza tal vez haya algún fragmento aletargado que contenga rastros de sus vivencias como profesor de castellano de las primeras personas de origen chino que se establecieron en el pueblo. No hablamos de ello. Lo hubiera hecho si él hubiera hecho referencia explícita en algún momento por pequeña que hubiera sido. Entonces le hubiera ayudado a completar sus recuerdos.

A veces es una tentación explicarle recuerdos bonitos de los que él ha sido el protagonista, pero pueden llegar a entristecerlo o a contrariarle por el hecho de no acordarse de nada, así que he llegado a la conclusión de que en muchos momentos es preferible no hacerlo. Sin embargo, cuando se presentan buenas ocasiones, trato de aprovecharlas al máximo.

Cuando salimos del bazar, pusimos rumbo a los Montes. Será el tema de un próximo artículo.

Interrogatorio

 

Hoy quiero lanzar un reto a todos los matemáticos del mundo: ¿por qué no crean una fórmula capaz de predecir el comportamiento o las reacciones de los enfermos de alzhéimer?

Imagen: Dreamstime.com

Me río sola, después de escribir lo que acabo de escribir. Aunque pudiera ofrecer una sustanciosa recompensa a quien lo lograra, no creo que exista persona alguna capaz de crear una fórmula así. El alzhéimer y las matemáticas están reñidos.

Siempre me han fascinado las matemáticas. Aunque hace mucho tiempo que me quedé estancada con ellas. Me fascina la capacidad que tienen de explicar e interpretar el mundo y los sucesos que en él acontecen. No sé explicarlo de otro modo. Capto belleza en ello, aunque yo no domine el lenguaje y tenga por costumbre aplicar otro tipo de fórmulas muy distintas, artísticas y poéticas, para interpretar mi entorno.

Una fórmula que pudiera calcular de antemano las reacciones (R) de los enfermos de alzhéimer (sujetos, X, Y, Z, etc.), a partir de los estímulos recibidos (Er → Er1, Er2, Er3, Er4, etc.), ayudaría a estar preparado para reaccionar, valga la redundancia, a sus comportamientos.

Reaccionar significa aceptar, entender, acompañar, tranquilizar, etc.

Se me ocurre una manera sencilla de expresarlo:

(x)× (Er1+Er2) = R(x)

El producto de la idiosincrasia del individuo x, por la suma de los estímulos recibidos, equivale al conjunto de reacciones o respuestas de dicho individuo ante tales estímulos.

Me entra la risa de nuevo, afortunadamente… ¡No hay fórmula que valga! Las reacciones (R) de los sujetos (x, y, z, etc.) no se pueden predecir y tampoco las reacciones (RR ) de los sujetos (α, β, γ, etc. ), que comparten vida y vivencias con los enfermos.

Sigo jugando: 
Aunque no domine el lenguaje matemático, puedo expresar muchas cosas, sutilmente, a través de él, poética y artísticamente…

Como no existen fórmulas conocidas, sólo se puede reaccionar (RR) improvisando.

Propongo incorporar a la improvisación ingredientes como la creatividad, el cariño, el respeto, el buen humor, la paciencia, la comprensión, la tolerancia, etc.

Si existiera una fórmula predictora, hubiéramos podido anticipar la reacción de mi padre después de la visita al gerontólogo, a principios de esta semana.

Ese día, cuando hablamos por teléfono, como hacemos diariamente, percibí en él una desorientación espectacular. Resultaba sumamente difícil llevar adelante la conversación. Intentó explicarme espontáneamente dónde había estado por la mañana o durante el día, pero se le mezclaban recuerdos inconexos, personas, lugares y tiempos imposibles de reconciliar. Y creo que también la angustia de no saber que estaba en casa.

En momentos así, él se da perfecta cuenta de la dificultad que le supone la comunicación. Las palabras no aparecen por mucho que las busque y en ocasiones no se corresponden con los conceptos que quiere expresar.

En momentos así, siente angustia y no sabe lo que le ocurre.

Me pregunté qué demonios le habría pasado, para que de un día a otro hubiera experimentado tal bajón. Y di rápido con la respuesta: La visita al hospital y el interrogatorio del médico le habían afectado profundamente. Y tengo claro, en parte, por qué: porque el cúmulo de preguntas que no pudo responderle a pesar de haber tratado de hacerlo (el médico se quedó por lo visto impresionado con sus habilidades para responder con tácticas evasivas), le habían sumido en un mar de confusiones.

Foto: ABC . Haced clic para seguir el enlace

Traté de ponerme en su lugar por un instante: Cómo me sentiría yo si no supiera quién soy, dónde vivo, con quién vivo, que he hecho en mi vida, cómo he llegado hasta aquí y qué hago hablando con un tipo con bata blanca que no conozco de nada y no deja de hacerme preguntas molestas.

No me hace falta seguir.

Después de unos minutos de conversación angustiosa a través del teléfono decidí interrumpirlo:

Mira, le dije, vamos a dejar el tema por hoy porque te está costando mucho explicarme lo que quieres.
Oye, sí, no sé lo que me pasa– contestó.
Y seguí:
Pues yo sí: Tu cabeza se está poniendo un poco viejecita y se llena de lagunas y tienes que ir pegando brincos porque a veces no encuentras lo que quieres y confundes algunas cosas, y más aún cuando estás cansado.
Y contestó:
¡Jo! ¿Sólo un poco viejecita dices?

Y nos reímos los dos.

Mi explicación le tranquilizó momentáneamente. Siempre ha sido capaz de aceptar lo que depara la vida y además con buen humor. Entendió perfectamente lo que le dije, aunque probablemente se olvidó al poco rato y el desasosiego parece que fue in crescendo y la noche fue agitada.

Ayer me pasé el día pensando cómo iba a transcurrir la conversación telefónica después del interrogatorio del día anterior. Afortunadamente ya se le había olvidado y pudimos mantener una animada y estimulante charla, a nuestra manera.

También estuve pensando en otras cosas durante el día: ¿Cuáles son los indicadores de calidad de vida de los enfermos de alzhéimer?

Tan pronto cómo irrumpió la pregunta en mi cabeza empecé a confeccionar una lista mental de la que ahora sólo transcribo el inicio:

La cantidad de veces (frecuencia) con que reciben:
 ♥ sonrisas sinceras
 ♥ palabras amables y gestos de afecto
 ♥ escucha atenta
 ♥…

Una pregunta tan acotada seguro que tiene respuesta en internet, me dije a mi misma. Ya casi de madrugada, no pude resistir al impulso de escribirla en el buscador de Google y de leer en diagonal, literalmente, cientos de páginas sobre el tema. Acabé abriendo una carpeta nueva que ahora contiene unos cuantos documentos.

Cuando pueda leerlos en horizontal, creo que acabaré escribiendo otro artículo. Mientras lo hacía a salto de mata, se me ocurrieron algunas cosas que dejé anotadas, para no olvidar.

 

¿Poda o asesinato?

Acabé el último artículo de esta sección, titulado Loti y el rincón de pájaros, con el siguiente párrafo:

Comentamos lo fabuloso que resulta que alguien te preste un libro interesante. Y seguimos haciendo planes para el rincón de pájaros y hablando de muchas otras cosas, entre ellas del tilo, que se yergue majestuoso a la derecha del magnolio. Hace unos días, sobre una de sus ramas había un pájaro de cuatro patas boca abajo y uno de dos patas encima, presumiblemente molestándolo…

Deliberadamente señalé en color la última frase y utilicé el pasado. Quise anticipar este nuevo artículo.

Últimamente, en el transcurso de las conversaciones telefónicas que mantengo diariamente con mi padre, me había explicado en varias ocasiones que había descubierto un pájaro colgando boca abajo de una rama del tilo que hay en el jardín.

Siempre que me informa sobre algún descubrimiento de este tipo, trato de que se centre en describirme con precisión lo que ve y el lugar exacto desde donde lo percibe. Algunas imágenes de su entorno puedo recrearlas e imaginar aproximadamente lo que está viendo, pero hay cosas que me resulta complejo imaginar a distancia y trato de asegurarme que sabré encontrar el lugar que atrae su atención, cuando tengo ocasión de verlo en directo.

El pájaro, que presumiblemente colgaba de la primera rama del tilo que sale hacia el norte, estaba en una posición incómoda y le parecía además que otro pájaro más pequeño estaba posado encima y lo estaba molestando. En algunos momentos le daba la impresión de que el pájaro colgante tenía cuatro patas y en otros no estaba muy seguro.

Intento dar credibilidad a todo lo que me cuenta porque sé que sus visiones fantásticas a veces acaban por tener alguna explicación. No sé si puedo llamarlas explicaciones lógicas, pero sí sé que lo que percibe, es en ocasiones explicable, a pesar del alzhéimer.     

Trato por tanto de escuchar con atención lo que describe y procuro que incorpore el máximo de detalles posible, haciéndole preguntas que incluyen conceptos diferentes (la forma, el color, la distancia a la que está, etc.) De esta manera intento también mantener vivo el vocabulario que utiliza. Percibo las dificultades que le supone encontrar las palabras que necesita, y cada vez más, usa conceptos generales (lo que vuela) para referirse a cosas en particular (pájaro).

Tengo la impresión de que el diálogo que mantenemos contribuye a que algunas palabras y conceptos no se desvanezcan con tanta rapidez. Aun así, lo van haciendo inexorablemente.

Algunas de las imágenes que él percibe, le producen desasosiego. En este caso, la observación reiterada del pajarito boca abajo, le condujo a pensar que el animal estaba sufriendo y era necesario salir al jardín para desengancharlo. El siguiente paso fue planear cómo hacerlo. Tuve noticias de un intento de salida nocturna al jardín con escalera para liberar al pobre pájaro. Afortunadamente el intento pudo ser atajado.

Algunos de sus planes causan ciertos trastornos en el entorno familiar, por decirlo de una manera suave. El aparentemente inofensivo pajarito colgando de una rama, amenazaba con provocar consecuencias mayores. Para poder actuar de alguna manera, lo primero que me planteé fue intentar percibirlo.

En cuanto pude, realicé una maniobra de localización en directo: me situé bajo el tilo y fui señalando todas las hojas que presumiblemente podían ser el pájaro boca abajo, mientras él me orientaba, desde el interior de la casa, sentado en el silloncito (como él lo llama a veces), desde el que percibía la escena.

Fue fácil dar con las hojas en cuestión. Después de localizarlas hice fotos desde el lugar donde él las veía.

La experiencia me dice que a veces lo que no soy capaz de percibir en directo en un momento dado, puedo hacerlo a posteriori a partir de fotografías.

Justo cuando disparaba la cámara un mirlo se posó en una rama. La segunda hacia el norte.

Estuvimos los dos un buen rato observando la rama del tilo, él viendo el pájaro boca abajo y yo tratando de encontrarlo, sin conseguirlo.

Si lo hubiera conseguido no tengo claro qué habría hecho.

Sólo puedo explicar por tanto lo que hice a continuación: practicar un acto de poda o asesinato, según se mire.

Decidí cortar las ramas de donde pendían las hojas-pájaro. Me costó hacerlo porque me dolía eliminarlas de esa manera, pero me preocupaba que siguieran colgadas y desembocaran en nuevos planes que entrañaran riesgos innecesarios.

Salimos ambos al jardín y le conté lo que iba a hacer, sin esperar a que el manifestara si le parecía bien:

Voy a cortar estas hojas porque me parecen un auténtico peligro para cualquier pájaro que se quede posado encima.

Mira, le dije- y le enseñé las hojas. – Las he quitado todas y no he encontrado ningún pajarito. Tal vez el que has estado viendo se ha podido desenganchar solo, pero de esta manera ningún otro correrá el riesgo de tener un percance similar.

Mi explicación fue un intento de suavizar un acto que me resultó un tanto violento. Procuré poner el énfasis en aquello que a él le preocupaba: que un pajarito estuviera sufriendo. La poda tenía por objeto evitar que otros se encontraran en una situación similar. No tengo claro que le convenciera del todo mi explicación.

No obstante, mi acción no tuvo mayores consecuencias. Le mostré las hojas que había arrancado porque él temía que el pájaro estuviera entre ellas y pudo comprobar que no le estaba engañando.

No ha vuelto a hacer referencia a ningún pájaro boca abajo.

¿Qué habría pasado si hubiera arrancado las hojas del tilo sin estar él delante? Era una opción, sin duda alguna: eliminar el problema sin que se diera cuenta. Pero para detectar al pájaro- hojas tuve que contar con su colaboración, así que tratar de seguir contando con él me pareció lo mejor, aunque fuera un simulacro.

Tal vez no fuera la mejor decisión y podía haber cortado las ramas mucho rato después, en algún momento en que él no hubiera estado delante.

Hay cosas de las que se olvida en décimas de segundo y hay otras que permanecen en su cabeza algunos días, a veces, muchos. Es difícil predecirlas.

Me afectó la poda o asesinato, según se mire. Me cargué literalmente el pájaro que él percibía (en realidad era más de uno) después que me indicara dónde estaba y sentí que en cierta medida lo estaba traicionando porque se avino a explicarme dónde estaba, sin saber que lo que yo iba a hacer al poco rato era hacerlo desaparecer.

Esta vez no me he esforzado en ver el pájaro que cuelga boca abajo. No me he dedicado a examinar las fotografías que hice desde ángulos y perspectivas diferentes, las tres que he incorporado a este artículo. Arranqué las hojas y ya no existe.

Las acciones que a veces llevo a cabo para tratar de evitar algunos problemas no siempre me satisfacen.

Hubiera preferido sin duda alguna haber podido mantener un tema de conversación agradable en torno a un nuevo pájaro-hoja.

No siempre es posible hacer lo que uno desea. Me consuela pensar que siempre cabe desear hacer, todo aquello que sí es posible. Y siento que hay muchas cosas posibles por hacer, todavía.